La Vanguardia (1ª edición)

El amor unilateral

- Joaquín Luna

Los tiempos son confusos y nuestras vidas oscilan entre las grandes causas y las pequeñas miserias. ¡Menuda novedad! De ahí que un amigo, casado, me contara su última desventura, tras despachar el mundo patrio con brevedad: tiene a la esposa de morros.

A mí me gustaría tener una esposa pero no de morros. ¿Qué hacer en estos casos? ¿Esperar a que se le pase a riesgo de ser acusado de pachorra? Yo, entre los morros y la pachorra, tiendo a lo segundo. ¿Afrontar los morros a pecho descubiert­o, dando la cara, cuando todos sabemos que el cóndor y los morros pasan? –¿Y por qué está así tu mujer? –Porque me pilló. Adiós, pensé. Le han pillado. Velozmente, desfilaron mil razones por las que un hombre llega a declararse pillado y, curiosamen­te, en ninguna aparecía el Ministerio de Hacienda.

–Estaba sólo, frente al ordenador... Creía que dormía.

La magnitud de la tragedia: mi amigo había preferido el amor unilateral al amor bilateral. Y llevaba así algunos días, demasiados al decir de ella. Para ser fidedignos a su versión: “Una temporada”.

–Hombre, colócate en su piel. ¿Tú que habrías hecho en su lugar? –¿Yo? Mirarla y disfrutar. Con esta mentalidad, tan masculina, tan incorregib­le ¿cómo va uno a hacer de abogado del diablo o de columnista de referencia? En lugar de enfadarse, poner morros y hablar de la “temporada”, mi amigo –y no creo que sea el único– veía una oportunida­d donde su esposa vio un problema.

El caso es que comprendí a mi amigo. Onán siempre tuvo muchos seguidores en la Península y sin necesidad de abrir una cuenta en Twitter desde la que insultar a otros personajes del Antiguo Testamento. Eso sí, seguidores modestos, de los que no sacan pecho por ahí y van haciendo. Los españoles siempre han sido muy respetuoso­s con esta práctica, mantenida de generación en generación.

En tiempos de penuria, la autarquía sexual estaba muy avalada. Que si la mili, que si mi novia es una estrecha, que si me puedo quedar ciego pero no manco... La gente soñaba con la libertad sexual y en los escandinav­os y las escandinav­as, pero con escepticis­mo de pueblo viejo. Yo nunca leí ni escuché: “El día que haya libertad sexual, adiós al placer solitario”.

Sólo hay que constatar que hoy, pese a la libertad, el libertinaj­e y los vericidios, muchos hombres mantienen esta tradición tan nuestra –la única que no exaltan en TV3– y la compaginan con las nuevas tecnología­s, para que luego vayan diciendo que innovamos poco. –¿Y ahora qué hago? Consejos vendo y para mí no tengo: pactar aunque sea desde la desventaja de que a un casado le pillan amándose y tiene morros mientras que, a la inversa, tira de imaginació­n e indulgenci­a y acaba dando lo mejor de sí.

A un casado le pillan amándose y tiene morros; a la inversa, tira de fantasía y acaba dando lo mejor

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