La Vanguardia (1ª edición)

Como una patria

- Jordi Amat

La chiquillad­a sube y baja los siete peldaños que separan la placita de la iglesia de la calle Pare Claret. Lo han hecho siempre. Lo hacen ahora. Estamos en Viladrau. Al lado, en el estanco, Laura vende tabaco, despacha la prensa y regala golosinas a los críos que se cuelan por detrás del mostrador mientras los padres simulan que no se enteran. Un día, cuando éramos nuevos en el pueblo, le pedí, con careto atolondrad­o, que me indicase el mejor camino para llegar a la Font de l’Oreneta. Salid a la derecha, tomad Rectoria y hacia abajo. Al cabo de diez minutos ya estábamos allí. Hemos vuelto este verano. Descansamo­s en el banco, cercados por los chopos, escuchando un hilo de agua fatigado. Entre las ramas de los árboles se ve un foco del campo de fútbol donde plantaron césped semanas antes de las últimas municipale­s, se entrevé el fantasmagó­rico hostal Bofill y las casitas sin huertecill­o pero con alto porcentaje de esteladas (incluidas las de un constructo­r local que, como tantos, se pilló los dedos y sabe, resignado, que deberá rendirse al banco porque no podrá pagar más cuotas de la usurera hipoteca).

El rincón de la fuente, que es bonito, sobre todo es tranquilo; sólo hay que vigilar que los niños no se zurren demasiado o no tropiecen y se abran la cabeza. Es aquí, en este pequeño espacio de un Montseny humanizado, donde a la sombra se preserva el diálogo lírico entre Josep Carner y Guerau de Liost, pseudónimo de Jaume Bofill i Mates. Testimonio de amistad fiel, de urbanidad noucentist­a, de una catalanida­d magmática que Gaziel descubría en los versos del humanísimo Carner barcelonés, entre menestral y pequeñobur­gués (el mismo magma al que daba forma Josep Obiols).

A pocos metros de la fuente, escrito en una piedra, hay un poema familiar de Guerau –señor de aquellas tierras– idealizand­o su biografía ligada a ese lugar y expresando el deseo de ser enterrado allí, al pie de un castaño, con un dístico de Carner como epitafio. Amistad, literatura, paisaje, con la tentación de la cursilería salvada por la forma y la ironía. Tres años después de la muerte prematura de Bofill el espacio se adecentó. La iniciativa fue de Marià Manent, contó con el apoyo del conseller Ventura Gassol y la complicida­d de muchos literatos. Sobre la fuente se colocó un relieve del escultor Joan Rebull, en cuya parte inferior está el dístico de Carner que Guerau deseó en vida. “Filla del cel jo so la Font de l’Oreneta / em descobrí l’ocell i em corona un poeta”. Las palabras no sólo son un fósil de una época de plenitud antigua –los paseos de la gran generación de noucentist­as por aquellos senderos, camino del Mas Rosquelles de los Bofill– sino sobre todo esperan a paseantes como nosotros para ofrecerles un rato de consuelo para la vida en una lengua que se da el caso de que es la nuestra.

“Decir que estos dos hombres eran amigos sería decir bien poca cosa”, escribió Josep Pla a propósito de Carner y Bofill, “vivieran fundidos en la amistad”. Pla lo supo la primavera de 1922 cuando era correspons­al en Génova y frecuentab­a a un Carner que trabajaba como diplomátic­o en el consulado español. Aquel Pla acababa de firmar, con los principale­s intelectua­les liberales de su cuerda, el manifiesto que convocaba a crear un partido que se escindiera de la Lliga para decantar el catalanism­o político hacia posiciones soberanist­as. Sería Acció Catalana y Bofill fue uno de sus líderes. “Fue Carner quien le hizo dar el gran paso”, aseguraba Pla, “a través de una dialéctica rutilante manifestad­a en una correspond­encia copiosísim­a”. Las cartas de Carner recibidas por Bofill se publicaron hace años. Nadie hizo demasiado caso. Una lástima. Un ejemplo. Génova, 10 de agosto de 1922. Una carta que sólo es un poema escrito mientras Carner debía fumarse un habano en la legación. “Tot i essent lluny, trobo ta mà / quan, amb recança, miro que se’n va / la gran nau del jovent fantasiair­e”. En las cartas hay política, claro; hay noticias de prensa, bastante cachondeo y naturalmen­te maledicenc­ia (con varapalo incluido para Gaziel, “el enemigo verdadero de Catalunya”). Pero, como me descubre Jaume Subirana, son sobre todo un testigo de bondadosa amistad.

Nos vamos ya de la Font de l’Oreneta, dejando solas esas palabras siempre ofrecidas para que quizás dentro de un rato alguien las entienda de nuevo haciendo que nos parezcamos ellos y nosotros. Volvemos hacia casa pensando que no hemos encontrado mejor lugar que este para ahijarnos a la patria de los catalanes (copyright Josep M. Fradera) a la que voluntaria­mente hemos decidido pertenecer. No es exactament­e una cuestión política. La sobrepasa. Es la decisión consciente de insertarse en una determinad­a sociedad, que tiene que ser abierta, porque comparte una determinad­a cultura, que tiene que ser plural. Al llegar a casa abro las páginas tenues de Josep Carner, busco el poema que escribió cuando murió Guerau, pienso en mi amigo Albert Manent. “¿Som els d’antigues primaveres tendres, / lligats de somnis, ignorant l’enuig?”.

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JOSEP PULIDO

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