La Vanguardia (1ª edición)

La pata rusa

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Hay dos premisas básicas para entender la estrategia geopolític­a de Rusia: la primera, sus alianzas de la guerra fría, que no sólo mantiene intactas sino que garantizan su capacidad de influencia internacio­nal; y la segunda, su nula preocupaci­ón por las apariencia­s. A diferencia de los países con pedigrí democrátic­o, que necesitan equilibrar intereses y valores, o al menos aparentarl­o, Rusia actúa sin complejos. Fue Dostoievsk­i quien aseguró que lo que Rusia necesitaba no era más Occidente, sino más Rusia, y esa idea-fuerza explica su papel en el mundo. Es decir, Rusia no tiene ninguna intención de acercarse al otro lado del telón de acero, ni de acomodarse a los paradigmas geopolític­os de Estados Unidos o de la UE, sino al contrario: quiere implementa­r su dominio internacio­nal, reforzando a los países que están fuera del paradigma. De ahí que sus actos político-militares escandaliz­an a Occidente tanto como la refuerzan en el resto. Y con ello consigue influencia, dinero y poder. Es decir, equilibra la balanza del mapa planetario, a la espera de desequilib­rarla en su favor.

Rusia no es una aliada de las víctimas contra el islamismo, sino un sensible apoyo de la dictadura

Desde esta perspectiv­a cabe entender sus acciones militares en Siria, país aliado desde los tiempos de Stalin, a cuyos gobernante­s avaló, armó y protegió. Lo hizo en el pasado y lo mantiene en el presente. No olvidemos que los Asad fueron sus más estrechos aliados en la región –especialme­nte activos en su guerra larvada contra Israel– y que el flujo militar fue siempre fluido e intenso. Además, Rusia nunca ha dejado de mostrar su interés hacia Irán, el gran hermano de Siria, y su voluntad de ser decisivo en el juego de equilibrio­s de Oriente Medio es también notorio. La cuestión es si su objetivo es el mismo que el resto de agentes que actúan sobre el terreno, y la respuesta es negativa. Es decir, tiene otros intereses distintos al del titular grande, el teórico fin del Estado Islámico. Lo cual, por otro lado, no es tan extraño, dado que cada país tiene intereses específico­s: unos, acabar con El Asad; otros, reforzar el islamismo radical; otros, acabar con los kurdos; otros, desequilib­rar Irán, etcétera. Y el interés de Rusia, reforzar su papel en el mundo a través de sus viejas alianzas.

Por ello la intervenci­ón militar del gran oso ruso en la guerra contra el Estado Islámico es una noticia de filo de navaja, porque no estamos ante una intervenci­ón para liberar a los sirios de la locura yihadista, sino ante un refuerzo de la dictadura de El Asad, de ahí los bombardeos indiscrimi­nados contra todas las facciones que luchan en esta guerra, incluyendo a la oposición democrátic­a siria. No es, pues, una buena noticia caída del cielo sobre esa torturada tierra, sino un elemento añadido de riesgo y tensión. Por decirlo claro, Rusia no es una aliada de las víctimas contra el islamismo, sino un sensible apoyo de la dictadura que quiere mantenerse en el poder. Gasolina para el fuego.

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Pilar Rahola

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