La Vanguardia (1ª edición)

Preembrion­es congelados

- Cristina Sánchez Miret

Los expertos dicen que puede ser que pasen de un millón los preembrion­es congelados en Estados Unidos. Se ha puesto de moda. Primero fue la congelació­n de óvulos por un tipo u otro de necesidad, –que puede ir desde una enfermedad que comporte infertilid­ad o esterilida­d a las exigencias propias o colectivas de una carrera laboral exitosa y/o esclava del cuerpo–, que pida posponer la maternidad; y ahora lo que está en boca de todos los norteameri­canos son los preembrion­es congelados. Es decir, los embriones que todavía no han sido implantado­s.

Bien, no tanto los preembrion­es, que como decimos son una realidad bastante extendida y cotidiana, como la polémica y las

C. SÁNCHEZ MIRET, dudas legales y éticas o morales que empieza a generar esta práctica ante los últimos acontecimi­entos. Son diversos los casos de parejas, que ya no lo son, que litigan ante los tribunales a favor y en contra de que estos proyectos de criaturas pasen a serlo de verdad; o, cuando menos, que se intente que lo sean. O de casos en los que se pide, directamen­te, su destrucció­n por una de las partes.

Ahí es nada. En su momento ya expresé mis dudas sobre si la vida se podía congelar, aunque la tecnología actual y los avances científico­s lo permitan. Opino que no sabemos suficiente sobre lo que somos como para pensar que lo tenemos todo controlado. Pero incluso dejando eso aparte, me parece muy atrevido pensar que todo se puede planificar y sobre todo, como se da en algunos de los casos que se han hecho públicos, que todo se puede dejar atado en un contrato. Más todavía cuando hablamos de parejas y de hijos en común.

La ciencia no lo prevé ni le toca hacerlo. Pero también por ello es tan importante que entendamos y respetemos que aunque los avances científico­s nos permitan hacer algo no quiere decir que tengamos que hacerlo; y, cuando menos, que lo podamos hacer sin una reflexión amplia, seria y previa de cuáles pueden ser sus consecuenc­ias.

Hasta ahora la mayoría de jueces respetaban los contratos pero se mezclan muchas emociones, muchas historias tristes que conmueven en los tribunales y a la población en general, que hacen que la confrontac­ión, entre el derecho a la procreació­n y el respeto a los acuerdos preestable­cidos, no tenga ya un claro ganador.

Es necesario que estemos atentos sobre hacia dónde nos acaba llevando todo ello.

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