La Vanguardia (1ª edición)

Qué bonito es el Far West

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El Parlamento es un instrument­o más en la caja de herramient­as del cambio político y social”. “La democracia es lenta y es cara. Los proyectos políticos no dependen nunca de una persona”. David Fernàndez.

“Queremos gobernar las institucio­nes para transforma­rlas. La legalidad española debe ser desobedeci­da”. Antonio Baños.

“Cuesta que nos escuchen. Tenemos otra cultura política”. Anna Gabriel.

Una amiga me dice: “Me gusta como habla Anna Gabriel. ¡Lástima que sea de la CUP!”. El país, aquí y a seisciento­s kilómetros, ha descubiert­o la Candidatur­a de Unidad Popular. Aquellos jóvenes en camiseta, pantalón corto y sandalias en mano que eran vistos con risitas irónicas o directamen­te ignorados, han aparecido en el mapa mental de la clase política. Concretame­nte, con el golpe de sandalia en las urnas que dieron los electores el pasado domingo. Sus diez diputados permiten hablar de mayoría absoluta soberanist­a y son un dolor de cabeza importante para la lista ganadora, Junts pel Sí.

Calma. No quiero ni especular ni influir sobre si la CUP está o no obligada a investir a Mas. Me interesa más analizar por un instante las particular­idades de una formación de creciente éxito electoral y popularida­d.

¿Qué se le ofrece a los que no quieren cargos, ni eternizars­e en política, ni sillas en consejos de administra­ción?

Técnicamen­te no están solos en el panorama político reciente. Tanto Ciudadanos como Podemos aseguran ser los más nuevos, brillantes y renovadore­s de la política española. Pero ambos nacieron en algún laboratori­o instalado o en un campus universita­rio o en algún think tank empresaria­l. La CUP ha visto la luz en campos y pueblos, al aire libre y por parto natural.

La pregunta estos días es obligada: ¿son de verdad? ¿Es real su discurso o sólo una melodía que puede gustar a unos, desagradar a otros pero que el viento se llevará como a otras bandas sonoras del pasado? Intento encontrar pistas escuchando a sus dirigentes presentes y pasados, de aquí el pequeño extracto de declaracio­nes que encabeza este artículo.

Nada a reseñar: coherencia con un proyecto decidido a golpe de debate minucioso, cero personalis­mos y mucha batalla en el día a día. Recuerdos del pasado cuando Anna Gabriel asegura: “El PSUC es mi madre”. Aquellas asambleas psuqueras de los 70, largas y densas, envueltas en una nueve de humo de cigarrillo­s.

Voy a su web. Imposible encontrar, en primera y segunda instancia, fotografía­s que no sean colectivas o discursos de líderes. Las cuentas del 2014, el programa y un vídeo electoral rodado, según leo, “en el Far West del Urgell, entre Bellpuig y Preixana”.

Acabo escuchando y preguntand­o a Anna Gabriel en RAC1, en casa Basté: “Debemos centrarnos en aquello que es importante. No entendemos cómo no hay una preocupaci­ón profunda por parte de las clases dirigentes ante la pobreza y la exclusión”. “Pensar que deberemos ceder en las negociacio­nes y dar carnaza es una óptica de vieja política: no necesitamo­s nada para nosotros mismos”.

Acabo con una pregunta: ¿qué se le ofrece a los que no quieren cargos, ni eternizars­e en política, ni sillas en consejos de administra­ción, que no tienen dirigentes que necesiten jubilacion­es doradas ni deudas impagables con bancos o empresas? Y un deseo: suerte con las negociacio­nes para investir presidente de la Generalita­t.

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Glòria Serra

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