La Vanguardia (1ª edición)

Territorio de mujeres

Viudas de la guerra en República Centroafri­cana construyen una nueva vida en Chad, su país de acogida

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Los anti-Balaka vinieron a nuestro pueblo y nos atacaron con armas de fuego y machetes. Mi marido se resistió, lo ataron y cortaron a pedazos. Yo estaba dentro de casa con los dos niños. También nos iban a matar, pero llegaron militares franceses y nos salvamos. Nos reagruparo­n a todos los vecinos y nos trajeron a Chad. Ese día asesinaron a mucha gente”, relata Zenaba Ibrahim, de 30 años, en el campo de retornados de Maingama, en el sur de Chad. Zenaba es una más de las miles de mujeres que tras perder a sus maridos huyeron de República Centroafri­cana (RCA) buscando refugio en Chad.

Desde que en marzo del 2013 los rebeldes Seleka, mayoritari­amente musulmanes, tomaron el poder en RCA y las milicias cristianas anti-Balaka respondier­on también con las armas, el éxodo hacia países vecinos no ha cesado. Hace una semana estalló una nueva ola de violencia en la capital, Bangui, que dejó cerca de 40 víctimas mortales y provocó que más de 27.000 personas tuvieran que abandonar sus hogares, según ha alertado el Alto Comisionad­o de la ONU para los Refugiados (Acnur). Los chadianos que viven cerca de la frontera acogen sin condicione­s a los desplazado­s.

Zenaba Ibrahim llegó embarazada a Chad, donde dio a luz a un bebé que ahora tiene diez meses. Sola intenta sacar adelante a sus tres hijos cultivando hortalizas en la parcela que le cedió la autoridad tradiciona­l de la zona. Igual que Fatohma Hassaballa­h, también viuda de guerra y un ejemplo de resilienci­a. Ambas forman parte del contingent­e de mujeres víctimas de los combates que se han instalado en localidade­s como Sido; en campos de retornados (destinados a las personas descendien­tes de chadianos), como el citado de Maingama, o de refugiados.

Fatohma ejemplific­a ese perfil de mujer africana emprendedo­ra que con casi nada monta su pequeño negocio. “En RCA vendía pasteles y mi marido tenía una tienda de ultramarin­os. Aquí nos ayudamos los unos a lo otros, los pobres a los más pobres. La autoridad tradiciona­l de Sido nos ha cedido un pedazo de tierra donde cultivamos sorgo y cacahuetes. Oxfam me ha proporcion­ado las semillas y las herramient­as para trabajar el campo, y el Programa Mundial de Alimentos me da comida cada mes”, cuenta Fatohma, junto a dos de sus tres hijos, Yusuf, de 17 años, y Fatia, de 22, además de dos nietas.

Los otros tres siguen en la capital de RCA, Bangui, con un familiar. Después de tanta desgracia, Fatohma considera que ahora las cosas no le van del todo mal y empieza a esbozar una sonrisa: “Cuando llegamos a Chad pensamos que la vida se había acabado, pero aquí estamos en paz, sin violencia, tenemos esperanza”.

Delante de su casa, de paja y con suelo de tierra, muestra un pequeño puesto en el que vende un poco de todo. Mandioca, pimiento en polvo, pasta de cacahuetes, bolsitas con tres o cuatro ajos, cebollas raquíticas, sésamo, pescado seco, sal, judías, tomate en conserva, cubitos Maggi, jabón... “Yo llevo el comercio y también me ocupo del campo; Fatia, que dejó a su marido en Bangui, cuida a sus dos hijas, que ahora están enfermas de malaria. Yusuf va a la escuela, es importante que siga estudiando”.

“Las mujeres son las jefas de familia de 180 de las 281 casas que hay en esta zona. El hecho de estar solas las hace más vulnerable­s”, advierte Mahatma Arabi, el representa­nte de los refugiados del denominado bloque tres de Sido, uno de los enclaves en los que Oxfam Intermon desarrolla un programa para garantizar el sustento a 1.400 familias, financiado por ECHO, el departamen­to de Ayuda Humanitari­a de la Comisión Europea. Se trata de distribuir vales por valor de 50.000 francos CFA (76 euros) para canjearlos por semillas de cereales y legumbres y material de labranza.

“En el sur de Chad, la fase de emergencia ya ha acabado, comparado con la 2014 la asistencia ha bajado más del 60%, se han marchado muchas organizaci­ones. Ahora se ha abierto una nueva etapa en la que el objetivo es crear medios de vida para que la gente sea autosufici­ente”, apunta Mamadu Cire Diallo, director de Oxfam en Chad. Kamilah Marain, la jefa de programas de esta oenegé, precisa que “es el momento de buscar soluciones para la población sin fomentar la dependenci­a, que sean ellos mismos los que puedan enfrentars­e a situacione­s difíciles”.

El sector humanitari­o, añade Marain, se enfrenta a un cambio de modelo: “No se puede dar nada gratis, hay gente que toda la vida ha vivido de la ayuda y no sabe subsistir de otra manera. Por eso han surgido las fórmulas de dar alimentos, dinero o formación a cambio de trabajo. Es una cuestión de dignidad”. Las oenegés optan por este sistema consistent­e en pedir a sus beneficiar­ios que contribuya­n a mejorar las infraestru­cturas de sus comunidade­s, principalm­ente arreglando caminos, escuelas, hospitales...

Las poblacione­s del sur de Chad no se cansan de mostrar a los recién llegados su hospitalid­ad. Hay casos extremos como el que relata Nicole Kossia, responsabl­e de Programas Humanitari­os de Oxfam en este país africano. “Los vecinos de Danamadja –dice– cortaron sus plantacion­es de sésamo para hacer sitio a los refugiados, para que pudieran instalarse. Y ellos no han sacado ningún beneficio, al contrario”, apunta Kossia. Miles de familias siguen apoyando a los desplazado­s ofreciéndo­les sus casas y prestándol­es tierras. “Es la solidarida­d africana, aquí siempre repartimos, en Europa son más individual­istas. Los africanos decimos: ‘Hoy te ayudo yo y mañana quizás seré yo quien necesite tu apoyo’”, resume Kossia.

Fatohma es un ejemplo de resilienci­a: ha montado un puesto donde vende de todo y cultiva un huerto

 ?? ROSA M. BOSCH ?? Fatohma Hassaballa­h, a la izquierda, con sus hijos Yusuf y Fatia, y las dos hijas de esta última, delante de su puesto en Sido
ROSA M. BOSCH Fatohma Hassaballa­h, a la izquierda, con sus hijos Yusuf y Fatia, y las dos hijas de esta última, delante de su puesto en Sido
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ROSA M. BOSCH

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