La Vanguardia (1ª edición)

La leyenda de ‘Gambo’

El fundador del Hostal Empúries tenía fama de poseer un olfato especial para recuperar las piezas arqueológi­cas enterradas

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

Será el clima, o será la tramontana, o será su luz tan especial, pero si hay algo indudable es que el Empordà produce personajes singulares. La lista sería siempre incompleta, pero he aquí un apodo tras el cual hay una historia bien curiosa: Gambo; pescador, hotelero y, según la leyenda, buscador exitoso de ruinas en Empúries.

Gambo era el apodo de la familia Paradís y, según personas que les conocieron, se derivaba de que se habían dedicado a la pesca de gambas. A principios del siglo XX regentaban un establecim­iento en el interior de la población de L’Escala, pero vieron las posibilida­des que tenía el paraje de Empúries y compraron un terreno para levantar un restaurant­e con habitacion­es para pernoctar, que se abrió como Villa Teresita. Luego el nombre mutó en Hostal Empúries.

El hotel estaba en la Costa Brava antes de que existiera la Costa Brava como referencia turística. Se podría bromear y señalar que entre el imperio romano y la Costa Brava allí sólo estuvo el hotel. Los huéspedes no tenían fácil llegar en la década de los años sesenta, porque los caminos eran infernales. Una persona que pasaba allí los estíos evocó como la llevaban sus padres, que iban en autobús desde Barcelona a l’Escala, y allí los recogía la gente del hostal en un carro tirado por una mula, para llevarlos a la cala.

Y Gambo lo dirigía de forma singular. Tenía un genio endiablado y lucía siempre jersey de lana, tanto en invierno como en verano. El Hostal Empúries era un establecim­iento ideal para ubicar una novela de Agatha Christie: un edificio algo decadente, pero hermoso. De hecho, era frecuentad­o en sus albores por turistas británicos, a los que Gambo reñía airadament­e, porque instaló un restaurant­e en el porche y sus alquilados pretendían comer en bañador. Él les hacía subir a gritos a sus habitacion­es y vestirse adecuadame­nte para el almuerzo. Otra de las atraccione­s es que compró una máquina para fabricar helados, los mantecados, como les llamaba. Eso, y que contaba con un vivero de langostas que suministra­ba a su cocina, famosa por los mariscos y los arroces.

El hotel se levanta junto a las ruinas, y posiblemen­te sobre parte de ellas, porque es seguro que queda mucho por conocer. Hay quien asegura que, en esos años sesenta, en los sótanos del local había piezas arqueológi­cas. No sería de extrañar, porque durante mucho tiempo el paraje no estuvo protegido y los Indiana Jones amateurs se llevaban lo que pillaban en sus paseos; piezas que durante años han decorado casas de la comarca.

Gambo tenía fama de poseer un olfato especial para los hallazgos, hasta el punto de que hay testigos que narran cómo arqueólogo­s profesiona­les le buscaban para que les ayudara a rescatar el pasado del lugar. Y siempre en las mismas condicione­s: después de llover, porque, según él contaba, tras la lluvia la tierra adquiría un color especial que indicaba que allí había restos. De nuevo hay que acudir a la memoria popular para reseñar que en la cocina guardaba parte de un mosaico que había rescatado del olvido.

La familia Paradís ya no permanece al frente del hotel, que sigue funcionand­o remodelado en un paraje único. Gambo ya no está allí, lo que no impide que sea uno de esos personajes singulares del Empordà.

Siempre salía tras una tormenta, porque la lluvia daba un color especial a la tierra donde había restos

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PERE DURAN Nuevo centro de visitantes en Empúries

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