La Vanguardia (1ª edición)

De la Polinesia a Magaluf

La gente trata ahora de librarse de los tatuajes en serie que se hizo hace lustros, cuando todo esto se puso muy de moda, y se inclina por trabajos hiperreali­stas más personales

- LUIS BENVENUTY Barcelona

El negocio del tatuaje flojea un tanto en verano. Son las fechas menos recomendab­les para marcarse. El sol no ayuda a que la tinta quede bien fija bajo la piel. De modo que muchos profesiona­les emigran a Magaluf durante el mes de agosto y allí montan estudios provisiona­les que solamente abren durante la noche, hasta el alba. “Y de madrugada llegan los ingleses y los alemanes y los esta- dounidense­s hasta las cejas y se tatúan chorradas –explican estos días en Montjuïc, entre los tenderetes de la XVIII Convención Internacio­nal de Tatuaje Barcelona Tattoo Expo 2015–. En el resto de Europa tienen una mayor cultura del tatuaje. Puedes pedirle el crédito a un director de sucursal con una rosa de en el cuello. Pero de vacaciones los guiris son capaces de tatuarse el nombre de una chica que acaban de conocer, el logotipo de la discoteca de la que acaban de salir...”. Estamos en el sarao de este palo que más profesiona­les reúne, alrededor de doscientos, en toda España.

“Una sesión de láser para eliminar un tatuaje cuesta 80 euros, y normalment­e se necesita un mínimo de seis sesiones –explica Samuel Sancho, de Wanted Tatto, de Mollet del Vallès–. Sí, te encuentras tatuajes curiosos, por llamarlos de algún modo... como una flecha sobre la nariz, un plátano en la cara, una máquina cortacéspe­d en la ingle, frases de dudoso gusto atravesand­o la frente... Pero la mayor parte de los tatuajes que la gente se quiere quitar son flashes que se hicieron hace diez o quince años, cuando se produjo aquel boom del tatuaje”. Los flashes son tatuajes en serie: telarañas en un codo, espinas rodeando el brazo, motivos étnicos y tribales que nadie sabe qué significan, que en verdad no tienen ningún significad­o, en el omóplato. Las plantillas se repetían en los estudios sin apenas variacione­s. “Luego la gente se harta de ver a un montón de gente en la playa con su mismo tatuaje y se lo quiere quitar...”.

Y ahora, al parecer, la gente se lo piensa mucho más. La proliferac­ión de los smartphone­s y las redes sociales están multiplica­n- do la afición por la fotografía, el photoshop y la edición gráfica. “Y la gente viene al estudio con sus instantáne­as, con sus propios diseños, con las ideas muy claras...”. Buscan algo muy personal e íntimo, algo que hable de sí mismos, de su propia historia... “Y luego ese diseño se trabaja con el tatuador, porque el profesiona­l siempre quiere aportar su granito de arena, dar un toque de exclusivid­ad y estilo a su trabajo, que nadie luzca en la playa otro tatuaje igual, ni siquiera parecido”. Y de este modo vuelven a proliferar las caras, los rostros de los hijos y de la madre de uno, de Marilyn Monroe o de la novia... pero mucho más bonitos, menos inquietant­es, más realistas... Las técnicas están evoluciona­ndo muy deprisa, las líneas son mucho más finas, los artistas pueden difuminar sus trazos y jugar con las sombras, los rostros ya no se antojan inexpresiv­os, como el de un muñeco diabólico, ahora en el mundo del tatuaje manda el hiperreali­smo, y todo ello no hace sino recuperar buena parte de sus esencias, de sus orígenes más profundos.

Chimé es de Tahití, y cada uno de los tatuajes que marcan su rostro y su cuerpo recuerda y cuenta de un modo muy críptico sus creencias y toda su historia, la suya y la de todos los suyos. “Sí, llevar la cara llena de tatuajes supone problemas cotidianos. Has de sonreír mucho”. A veces la panadera da un respingo cuando levanta la vista.

La Barcelona Tattoo Expo es el certamen de su palo que más profesiona­les reúne de toda España

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XAVIER CERVERA Ese fin de semana se realizan centenares de tatuajes en las instalacio­nes de Fira de Barcelona en Montjuïc

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