La Vanguardia (1ª edición)

Votos volátiles

- Ramon Suñé

El comportami­ento electoral de los barcelones­es se caracteriz­ó durante más de tres décadas por una notable estabilida­d. Socialista­s y convergent­es se repartían las victorias en función de si los comicios eran municipale­s, autonómico­s o generales. Antes de cualquier elección, un analista mínimament­e avispado podía predecir, con garantías de obtener un alto porcentaje de acierto, quién ganaría en cada distrito, en cada barrio, casi en cada calle de la ciudad. Pero en los tiempos recientes –en los últimos meses de forma muy acelerada–, el voto en Barcelona se ha convertido en un objeto sumamente volátil, que se mueve de un lado al otro al viento que marcan los aspectos más coyuntural­es de la política, sobrepasan­do las fronteras de lo estrictame­nte local.

El 27-S ha acabado definitiva­mente con viejos mitos (ese facilón recurso periodísti­co al denominado “cinturón rojo”, un arcaísmo referido a un territorio periférico antaño poblado de aguerridos obreros con una fuerte conciencia de clase y hoy desteñido de ideología) y ha puesto en cuestión los análisis precipitad­os que se hicieron inmediatam­ente después de que Ada Colau y los representa­ntes de la nueva política ganaran las municipale­s, gracias en gran medida al hundimient­o del voto socialista en lugares como Nou Barris. En unas elecciones en las que la cuestión nacional ha minimizado el eje derecha-izquierda, en el distrito del que forman parte algunos de los barrios con las rentas más bajas de Barcelona los supuestos bastiones de la izquierda se han dejado cautivar por un partido de imagen moderna y regeneraci­onista pero del que todavía se desconoce de qué pie calza. Dos territorio­s emblemátic­os del irrepetido efecto Colau de las municipale­s, Ciutat Meridiana y Torre Baró, han caído rendidos a la telegenia de Albert Rivera. En sólo cuatro meses estos barrios, como buena parte del área metropolit­ana, se han convertido en fashion victims capaces de pasar sin solución de continuida­d del rojo rosa empuñada del PSC a los estampados multicolor­es de BComú y, de estos, al naranja chillón de Ciutadans. Algo digno de un estudio detallado y que uno sospecha que debe de tener alguna explicació­n racional más allá del hundimient­o del PSC y del PP y de la constataci­ón de que Lluís Rabell, Pablo Iglesias y Joan Herrera juntos no suman ni la mitad que Ada Colau por sí sola. ¡Qué astucia la de la alcaldesa de Barcelona al no embarcarse, ni siquiera en el puerto de Nou Barris, en un barco sin timón, el de Catalunya Sí que es Pot (el error comienza en el nombre), en el que se la ha echado de menos!

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QUIQUE GARCÍA / EFE 27-S: la única aparición electoral de Colau
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