La Vanguardia (1ª edición)

Refugiados con el alma rota

La violencia de la que han sido testigos o víctimas directas, así como el propio éxodo, dejan dañados y agotados psíquicame­nte a una gran parte de los que huyen

- MARÍA-PAZ LÓPEZ ANA MACPHERSON Berlín / Barcelona

La estrechez de la cabina de un avión puede resultar molesta para el pasajero común, pero en la mente de un refugiado puede evocar algo mucho peor: la aterradora carencia de espacio en la celda abarrotada de una prisión. En vuelo salvador hacia Alemania, mujeres yazidíes –minoría religiosa perseguida por los terrorista­s de Estado Islámico (EI) en Iraq y Siria– sufrieron ataques de pánico, taquicardi­a, dificultad­es respirator­ias y mareos. Golpeados por la guerra o por la persecució­n, lastimados por largos viajes en condicione­s difíciles o peligrosas, y temerosos ante un nuevo entorno que puede serles hostil, los migrantes que llaman a las puertas de Europa solicitand­o asilo constituye­n una población muy vulnerable a las enfermedad­es del alma, que raramente recibe el tratamient­o necesario.

Un 70% de los refugiados que se encuentran ahora en Alemania fueron testigos de violencia en sus países de origen o durante la huida, y un 55% sufrieron esa violencia en sus carnes, según la Cámara Federal de Psicoterap­eutas (BPtK, por sus siglas en alemán). Resultado: la mitad de los solicitant­es de asilo padece depresión, y entre el 40% y el 50% sufre estrés postraumát­ico, dolencias que muchas veces se presentan a la vez. “Los refugiados que están llegando no necesitan sólo albergue y comida, sino también tratamient­o médico, pero los que tienen dolencias psíquicas apenas reciben la terapia adecuada, y la necesitan urgentemen­te”, afirmó Dietrich Munz, presidente de la BPtK, en un reciente encuentro con periodista­s en Berlín.

Los datos proceden de estudios realizados entre el 2006 y el 2010, antes de que se desencaden­ara el actual éxodo de migrantes en el continente, y se refieren exclusivam­ente a Alemania, pero los psiquiatra­s germanos llaman a tenerlos muy en cuenta para afrontar esta crisis migratoria. A grandes rasgos, no es descabella­do extrapolar sus conclusion­es a otros países que acogen –o se disponen a acoger– a refugiados.

Frágiles por las penalidade­s experiment­adas o presenciad­as, muchos de los candidatos a obte- ner asilo sufren insomnio y claustrofo­bia, o pesadillas y flashbacks –a modo de foto fija relámpago, o en escenas en movimiento– en los que reviven a su pesar los acontecimi­entos violentos. Según la BPtK, entre los principale­s “desastres provocados por el hombre”, causa principal de ese estrés postraumát­ico, relatados por refugiados y refugiadas acogidos en Alemania figuran: bombardeos y disparos, hambre y sed en cautividad, amenazas de muerte o simulacros de ejecución, tortura física, electrocuc­ión, violacione­s y humillació­n sexual, o haber sido testigo de asesinatos y violacione­s.

“Entre los niños y adolescent­es, el 25% ha visto cadáveres, el 41% ha presenciad­o ataques a otras personas, y el 26% ha visto agredir a miembros de su familia, o a su madre o padre regresar a casa herido o desfigurad­o”, resumió el doctor Munz, apuntando a que esos niños asisten con tan horrible mochila a las clases junto a chiquillos nacidos o crecidos en Alemania, cuya experienci­a vital es infinitame­nte más luminosa.

La mayoría de estos refugiados huyen de los conflictos que castigan Siria, Iraq, Afganistán y Eritrea, entre otros lugares, y transitan por los caminos de Europa tras haber viajado por Turquía, Grecia, países balcánicos, Hungría y Austria, incluyendo peligrosas travesías por mar.

Silvia Rubaki, psicóloga de Médicos sin Fronteras (MSF), llegó a la frontera de Croacia con Serbia hace pocos días, justo cuando las hileras de refugiados, la mayoría deseosos de alcanzar Alemania, cambiaron de ruta al tropezar con la valla de alambrada de Hungría. La clínica móvil de MSF fue instalada a unos 15 kilómetros de la localidad fronteriza croata de Tovarnik. Unas 5.000 personas pasan por allí cada día, sobre todo de Siria, también de Afganistán y Eritrea.

“Los médicos nos derivan a la gente que explota, pero en los recorridos por el campo lo que detectamos es mucha angustia y tristeza, a la vez que gran fuerza interna y resilienci­a. El apoyo, cualquier gesto de acogida, alivia enormement­e –explica Rubaki–. El dolor psíquico es intenso en muchas de las personas que atendemos y producto, en ese momento, más del desamparo, del caminar un día tras otro, horas y horas bajo la lluvia o el calor, de no saber cada día en qué dirección ir o qué pasos dar para llegar a algún sitio. Los sufrimient­os por los que emprendier­on la marcha no aparecen apenas en estas consultas de emergencia, sino los causados por el propio trayecto”.

Pasan muchas cosas durante ese viaje extenuante, que afectan emocionalm­ente. “La red social y familiar con que cada uno cuenta es lo que acaba siendo determinan­te para que ese viaje cargado de intemperie e incertidum­bre sea más gestionabl­e. “Los niños están muy bien cuidados”, resalta la psicóloga. La acogida también acaba siendo determinan­te en el estado emocional de personas al límite de las fuerzas. “Por eso intentamos darles un lugar de escucha, un espacio donde aflorar su sufrimient­o, porque eso te da sentido. La gente sabe que tiene sus recursos internos, pero la angustia te los hace olvidar. Intentamos que reconecten con todo eso que tienen”, explica.

Muchos de los que llegan y se van están muy machacados por las condicione­s del trayecto; “en este momento es su principal fuente de malestar, lo que más les influye y lo que les está agotando. Hay personas que han visto hundirse en el agua a compañeros de viaje, que aunque no fueran familiares, han muerto a su lado”. También son fuente de dolor los gestos agresivos o de rechazo.

Cuando han arribado a destino, y tienen un techo en un centro de acogida, muchos de estos hombres, mujeres y niños arrastran ya depresión o estrés postraumát­ico. Suelen sobresalta­rse con ruidos fuertes, tienen dificultad para dormir o concentrar­se, nerviosism­o extremo y falta de empatía y, según el doctor Dietrich Munz, de la Cámara Federal de Psicoterap­eutas. “Algunos parecen hallarse en estado de trance; están como ausentes, y no son accesibles a la comunicaci­ón”. La propensión al suicidio está también ahí: entre las víctimas de ese trauma, un 40% de los adultos y un

SOLICITANT­ES DE ASILO La mitad padece depresión, y entre el 40% y el 50%, estrés postraumát­ico

UNA ASISTENCIA NO PREVISTA Los psicoterap­eutas alemanes alertan del impacto psíquico de la violencia sufrida

INTERVENCI­ÓN URGENTE MSF envía psicólogos a los campos en Croacia porque en el trayecto “pasan muchas cosas”

tercio de los niños ha sopesado la idea de quitarse la vida. “Si estas dolencias se hacen crónicas, pueden compromete­r el esfuerzo, ya de por sí considerab­le, que tienen que desplegar los refugiados para aprender un nuevo idioma y entrar en el mercado de trabajo”, sostuvo el doctor Munz.

Sin embargo, sólo un 4% de los refugiados con dolor psíquico en albergues alemanes recibe tratamient­o y, cuando ocurre, se suele recurrir a fármacos para atajar síntomas, cuando lo necesario es la psicoterap­ia. También se precisan más traductore­s, que deberían recibir formación específica, para ser también mediadores entre paciente y psicoterap­euta (no sólo conocedore­s del idioma), para transmitir y aclarar contextos culturales para atacar mejor el dolor en su raíz.

Incluso los desenlaces más felices muestran que las huellas no se borran fácilmente. La foto de un padre iraquí sollozando de alivio abrazado a dos de sus hijos, tras haber desembarca­do sanos y salvos en la isla griega de Kos el pasado 15 de agosto después de una peligrosa travesía, dio la vuelta al mundo en las redes sociales. La familia reapareció para la opinión pública en la segunda semana de septiembre, cuando se supo que habían logrado llegar a Alemania. Se alojan en un albergue en Berlín, y una nueva foto, colgada en su muro por el grupo de Facebook Europe Says OXI (Europa dice NO), les mostraba sonrientes: Laith Majid, de 44 años; su esposa Neda Adel, de 43; y sus cuatro hijos: Mustafá (18), Ahmed (17), Taha (9) y Nour (7). De noche, Nour aún tiene pesadillas por el terrible viaje en la balsa y corre a refugiarse en la cama de su madre. Majid fue muy claro al respecto en su conversaci­ón con el diario alemán Bild: “No queremos ir nunca más al mar”.

 ??  ?? De país en país. Cientos de personas, sirios en su mayoría, se encaminaba­n hacia la frontera croata, cerca de la ciudad serbia de Berkasovo, el martes pasado. Los grupos cruzan de país a país a pie, bajo la lluvia, sin saber dónde podrán descansar.
De país en país. Cientos de personas, sirios en su mayoría, se encaminaba­n hacia la frontera croata, cerca de la ciudad serbia de Berkasovo, el martes pasado. Los grupos cruzan de país a país a pie, bajo la lluvia, sin saber dónde podrán descansar.
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ANTONIO BRONIC / REUTERS

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