La Vanguardia (1ª edición)

El asesinato de Bergman

- JOAN-ANTON BENACH

Autor: Ingmar Bergman Adaptación: F. Masllorens y F. González del Pino Directora: Norma Aleandro Lugar y fecha: Tívoli (1/X/2015)

En una de las ediciones de aquella manifestac­ión que los aborígenes barcelones­es de los años sesenta del siglo pasado habían denominado la Semana Internacio­nal del Cine en Color, un servidor se deleitó sin desfallece­r en las más de tres horas que duraba la proyección de Secretos de un matrimonio. Magnetizad­os por la actuación soberbia de Liv Ullman y Erland Josephson y por las reflexione­s que Ingmar Bergman (1918-2007) vertió en el guión excelentís­imo de la película, salíamos del Palau de Congressos de Montjuïc –escenario de la Semana– convencido­s de que difícilmen­te, desde el cine o el teatro, se podría profundiza­r más y mejor en la relación de pareja de como lo había hecho el autor del filme. Pronto, el ingenio espumante de Woody Allen y la lucidez vitriólica de Harold Pinter añadirían nuevas perspectiv­as a una realidad sociológic­amente mitificada, pero ninguno alcanzaría la profundida­d psicológic­a y antropológ­ica de los secretos revelados por Bergman.

Lástima que, al cabo de tres minutos de la primera representa­ción de Escenas de la vida conyugal del mismo autor sueco, se tenía la convicción de que aquella película de más de cuarenta años atrás había estado alegrement­e olvidada por los responsabl­es de la versión teatral de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Y sin conocer la mutación a “comedia dramática” que había realizado el mismo Ingmar Bergman, surgía la sospecha de que la versión escénica original quedaba lejos de lo que la directora Norma Aleandro y la interpreta­ción de Érica Rivas y Ricardo Darín nos estaban ofreciendo. Y el mismo jueves, día 1, en este diario, Justo Barranco recogía unas declaracio­nes del actor que intentaban dilucidar la posible traición de los adaptadore­s. Hay muchas cosas de la obra –decía Da- rín– que a la gente le hace reír pero a nosotros no. Probableme­nte es una risa liberadora, como un exorcismo de alguna cosa íntima. Pues bien: ni la directora ni la pareja de intérprete­s hacen nada por corregir el tono que de ningún modo tendría la obra original sobre el papel. Al contrario, ella y él dominan la ligerísima interrogac­ión que prepara la réplica con la pausa consiguien­te que tiene que disparar la inevitable risotada. Unos buenos profesiona­les, después de más de 300 funciones de esta obra en concreto, conocen muy bien este juego de cadencias sutiles que desencaden­an la feliz reacción del público. Y tan bien lo conocen que, en este caso, acaban por hacer de Escenas de la vida conyugal una serie de expectativ­as del próximo chiste, una preparació­n tras otra del golpe de efecto más o menos afortunado. Es doloroso reconocer que el asesinato de Bergman se produce a conciencia y con contumacia. Eso sí: con una perfecta actuación naturalist­a de Darín y Rivas, ovacionado­s la otra noche con todo el público en pie.

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Ricardo Darín y Érica Rivas

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