La Vanguardia (1ª edición)

Asalto 14, las puertas del infierno

Ali y Frazier libraron en Manila un duelo épico, mitad Shakespear­e, mitad las guerras de Wellington

- JOAQUÍN LUNA Barcelona

Joe Frazier y Muhammad Ali protagoniz­aron hace 40 años el final más brutal –y glorioso– de un combate. La furia, la traición, la ambición. Todo en tres minutos épicos.

Aquella mañana en Manila, 1 de octubre de 1975, Joe Frazier y Muhammad Ali llamaron a las puertas del infierno y aún hoy, cuarenta años después, lo que sucedió en los tres minutos más brutales –y gloriosos– en la historia del boxeo justifica la leyenda de dos campeones inolvidabl­es.

Y no, esto no es literatura, a menos que uno no haya visto el asalto 14, síntesis de la rivalidad entre dos colosos que un día fueron amigos.

¿Cómo se llegó a aquel asalto 14 en el que Joe Frazier, sin visión, incapaz de distinguir nada, avan- zaba y avanzaba, sin retroceder un paso, en busca de Ali, cuyos golpes hubieran derribado castillos, voluntades y reinos?

Ya no se trataba de boxeo: la furia, la traición, la ambición de Shakespear­e y las batallas del duque de Wellington en los campos de Europa: “Créanme, salvo perderla, nada hay más melancólic­o que ganar una batalla”.

Al terminar el round 14, el rincón de Joe Frazier se debatía entre el bien y el mal. En segundos, tocaba decidir –y decidir para la posteridad– entre vivir y morir. Joe Frazier quería morir. En el otro rincón, la mirada de Ali parecía extraviada y su figura desparrama­da semejaba a la de un niño perdido en el bosque, todo muy impropio de la bella mariposa que golpeaba como una avispa.

El “thrilla in Manila”, considerad­o el quinto acontecimi­ento deportivo más grande de la historia, según la cadena ESPN, fue el tercer y último de los Ali vs. Frazier tras los del Madison Square Garden en 1971 y enero de 1974.

Ni siquiera en sus últimos meses Joe Frazier perdonó. Tampoco Ali, enfermo de parkinson, supo expresar su arrepentim­iento.

–No me hubiera importado que se cayera al vacío desde lo alto del pebetero.

Eso dijo Joe Frazier cuando le pidieron un comentario sobre la imagen de Muhammad Ali, frágil

y digna, prendiendo la llama olímpica de Atlanta’96.

Frazier tuvo siempre la razón y la dignidad de su parte, pero estaba llamado a ser el bad guy, el malo, de la trilogía. “Había algo genuinamen­te encantador en él, pero...”, recordaba el fotógrafo John Shearer, que cubrió para la revista Life los preparativ­os del “combate del siglo”, el primer FrazierAli.

Lástima que Ali, entre la amistad y su ego brillante, eligió lo segundo, y si había algo “agradable” o inocente en el interior de Frazier se esfumó, incapaz de digerir una traición tan injustific­ada.

Muhammad Ali se había negado a servir en Vietnam en 1967. Aquella no era su guerra. El precio que pagar fue alto: le desposeyer­on del fajín de campeón y perdió la licencia, de modo que pasó casi cuatro años –entre 1967 y 1970– sin boxear. Aquella rebelión le convirtió en un icono de los sixties. Y en el rey de una corte sin un centavo.

Joe Frazier podía haber sido un delincuent­e –como Sonny Liston, otro campeón de la época–, pero cargaba a sus espaldas piezas de buey en Filadelfia (ahí se inspiro el personaje de Rocky) antes de convertirs­e en un boxeador rocoso, fiero y, sobre todo, incapaz de dar un paso atrás.

Frazier ayudó a Ali en la travesía del desierto. Le prestó dinero, trató de acortar la suspensión y siempre disculpó la insubordin­ación. ¿Y qué hizo Ali en vísperas de su primer duelo? Nada nuevo: humillar con frases geniales, dardos certeros y desplantes. Aquellos brillantes shows de Ali tenían disculpa y su gracia ante tipos patibulari­os como Sonny Liston o Foreman, pero no en un amigo como Frazier. Ali le llamó “gorila” y “Tío Tom”, y al final medio mundo veía en Joe un simio feo.

Frazier infligió a Ali su primera derrota, en 1971, y perdió la revancha. La Manila de los Marcos acogió el tercer combate. –¿Cuantos dedos ves? –Uno. Cuatro eran los dedos que Eddie Futch, el preparador de Frazier, le mostraba segundos antes del round 15 en Manila. Arrojaron la toalla pese a que el gran Joe quería terminar en pie.

Segundos más tarde, el vencedor, Ali, cayó derrumbado. Un dramático desmayo. Su rincón también considerab­a el abandono. “Es lo más cerca que he estado de la muerte”, dijo Ali. Tenía 33 años y allí quedó escrito que no debía proseguir su carrera, prolongada hasta 1981 por la pasta.

Poco antes del fallecimie­nto de Frazier, en el 2011, un periodista pidió a Ali si quería decir algo.

–Si ves a Joe, dile de mi parte que sigue siendo un gorila.

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