La Vanguardia (1ª edición)

PPERSONA LI DADES

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“El vino es un sabor de la naturaleza. Ante todo es origen”. Lógico y, a la vez, más profundo de lo que parece. Es fácil pasar por alto lo indiscutib­le, sobre todo cuando se trata de una definición evidente. Posiblemen­te por eso Ramon Parera acompaña su afirmación de un silencio reflexivo. “Nuestros vinos son el reflejo de nuestro entorno”, añade a modo de pista el enólogo. En 1996 tomó un camino que ha determinad­o su día a día. A su lado, Jordi Arnan, compañero de instituto y agrónomo, con quien decidió iniciar un proyecto tan lúcido como ambicioso: el Celler Pardas. Tuvieron que esperar ocho años para catar su primera botella como viticultor­es-elaborador­es de su tierra, el Penedès. Tiempo suficiente para construir la filosofía de Pardas y decidir cada detalle de su personalid­ad. La misma naturaleza que expresan sus creaciones: “Elaboramos los vinos que sentimos y que se adaptan a nuestra finca”, destaca Parera, quien asegura que les gusta innovar y que el consumidor pueda experiment­ar sabores nuevos. No es de extrañar que apuesten por tres líneas de trabajo con un toque poco convencion­al. Al xarel· lo (un blanco de crianza fue su primer vino en 2004) y el cabernet franc (apuesta personal para expresar el clima y la tierra de la finca), se les une el sumoll, una variedad única y mágica al borde de la desaparici­ón, propia del centro de Cataluña, que aporta el toque valiente y reivindica­tivo al proyecto. En total suman hasta siete vinos cuya producción aumenta porque así lo requiere la realidad comercial, y que no se conforman con protagoniz­ar las cartas de los mejores restaurant­es catalanes, sino que viajan hasta países como Noruega, Irlanda, Reino Unido, Suiza, Holanda o Estados Unidos. Lo hacen desde la Finca Comas (Torrelavit), que adquirió la familia de Parera con el firme objetivo de elaborar caldos de calidad. “Los buenos vinos requieren de tierras pobres”, recuerda Ramon, quien empezó de cero junto a Jordi en una aventura que les ha llevado a demostrar la importanci­a del hombre en la interpreta­ción del terreno.

Precisamen­te hasta finales de septiembre han focalizado su actividad en la vendimia manual, que garantiza una selección escrupulos­a de las uvas. El calor hizo que este año se empezara mucho más temprano de lo habitual y, aunque se arrastra un déficit de agua desde hace dos años a causa del clima, las sensacione­s de 2015 han sido mejores de lo que esperaban. “La planta ha madurado bien”, señala Parera. Aprovecha para exponer que la tecnología sirve para agilizar los procesos, pero que no es indispensa­ble una gran inversión para elaborar buenos vinos: “La vendimia manual es esmerada, y en Pardas tenemos una obsesión para escoger la uva impecable que no tiene una máquina vendimiado­ra”. El hecho de vivir en la finca facilita el contacto diario con la tierra que a su vez permite seguir el ciclo de la cepa. “Vivimos donde cultivamos y elaboramos y esto hace que se cree un vínculo íntimo y necesario con la viña”, argumenta. Un vínculo que se transmite a los visitantes que reciben con los brazos abiertos y que obtienen un trato personaliz­ado y familiar que enlaza pasión y fidelidad.

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