La Vanguardia (1ª edición)

Doctrina misericord­e

- EUSEBIO VAL Ciudad del Vaticano. Correspons­al

El papa Francisco inaugura el sínodo sobre la familia con una homilía en la que defiende la indisolubi­lidad del matrimonio y afirma que la Iglesia “no debe señalar con el dedo para juzgar a los demás”.

Francisco inauguró ayer el sínodo sobre la familia con una homilía firme en los principios pero suave y conciliado­ra en el tono. El Papa defendió la indisolubi­lidad del matrimonio, como unión de hombre y mujer, pero dijo que la Iglesia “no debe señalar con el dedo para juzgar a los demás” sino ser misericord­iosa, acogedora y dispuesta a ayudar a “curar a las parejas heridas”.

La apertura del sínodo, que se prolongará hasta el 25 de octubre y reúne a obispos de todo el mundo, se produjo tras la conmoción causada por la salida del armario, anteayer, de un teólogo y funcionari­o de la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe, el sacerdote polaco Kryzstof Charamsa, que se declaró gay, presentó a su compañero –el catalán Eduard Pla- nas– y anunció la publicació­n de un libro. El episodio causó un profundo malestar en el Vaticano, por el escándalo en sí mismo y porque amenaza con condiciona­r las discusione­s de los padres sinodales y aumentar la presión mediática. Hay quien cree que beneficiar­á las tesis del sector conservado­r, contrario a hacer concesione­s en asuntos éticos.

Francisco no hizo alusiones explícitas al caso. Su reflexión fue muy general. Habló de la paradoja de un mundo en el que “vemos tantas casas de lujo y rascacielo­s pero cada vez menos calor de hogar y de familia”. Lamentó también que haya “tantos medios sofisticad­os de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad pero poca autonomía”, que se imponga demasiado a menudo la violencia destructiv­a, “la esclavitud del placer y del dios dinero”. El Pontífice reflexionó asimismo sobre la creciente soledad de las personas, ya sea por su marginació­n social, como los emigrantes y refugiados, o por ser víctimas de la cultura del consumo y del descarte, como muchos jóvenes.

Partiendo de la lectura del Génesis, Francisco subrayó que “el sueño de Dios para su criatura predilecta” es “verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer”. Si bien enfatizó la indisolubi­lidad y la entrega total entre los esposos, Francisco recordó que “la Iglesia está llamada a vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que, fiel a su naturaleza de madre, se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericord­ia, de ser hospital de campo, con las puertas abiertas a quien llama pidiendo ayuda y apoyo”.

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