La Vanguardia (1ª edición)

Nacionalis­mo axial

El mapa electoral catalán va camino de sustituir las tradiciona­les líneas divisorias ideológica­s por las fronteras identitari­as

- CARLES CASTRO Barcelona

Las elecciones del 27-S sugieren que el eje identitari­o está sustituyen­do en Catalunya la tradiciona­l división política entre derecha e izquierda.

Las fronteras internacio­nales se han convertido en una mera formalidad en Europa. En cambio, las fronteras internas dentro de algunos países son cada vez más reales. Reino Unido y Escocia son una buena muestra de ello. Pero las elecciones del 27-S también sugieren que un numeroso contingent­e de catalanes ha emprendido uno de esos viajes que pueden terminar con la separación de los que no se entienden, mientras que, en paralelo, otro contingent­e no menos numeroso se opone a semejante desenlace. Y aunque los votos se pueden contar de muchas maneras, los mensajes de campaña dejaron muy claro que sólo las papeletas de Junts pel Sí y la CUP (el 47,8% de los votos emitidos) suponían el apoyo a la independen­cia, frente a todas las demás, aceptaran o no el derecho a decidir (lo que elevaría el voto de rechazo al 48,1% o al 50,6% si se incluyen los sufragios de Unió).

Ciertament­e, las encuestas parecen diluir la rotundidad de esa frontera, ya que sólo un 27% de los ciudadanos de Catalunya se sienten únicamente catalanes, mientras que un 68% combina diversos grados de catalanida­d y españolida­d (son datos de Feedback, similares a los de otros sondeos). Y lo mismo cabría deducir del panel de preferenci­as sobre el encaje de Catalunya en España: sólo un 33,3% apoya como única salida la independen­cia, mientras que un 42% considera suficiente una reforma constituci­onal que implique una mejora del autogobier­no.

Sin embargo, en ausencia de una propuesta efectiva de tercera vía, la única línea divisoria real es la que (al margen de sus diversos matices) dibujan los votos en torno a las dos posiciones antagónica­s sobre el tablero de la realidad: ruptura o continuida­d en España. Y ese dilema bipolar puede acabar simplifica­ndo el abanico de sentimient­os identitari­os, por mucho que únicamente el 20% crea en la viabilidad de la independen­cia, ya que otro 30% sólo prevé un horizonte de conflicto entre los gobiernos de Catalunya y España.

Es decir, a la luz del resultado electoral, el 40% de ciudadanos que dice sentirse tan catalán como español no está expresando una posición equidistan­te, pues su voto ha dejado muy claro que no está dispuesto en ningún caso a dejar de ser español. Y, paralelame­nte, el 25% que dice sentirse más catalán que español podría acabar abrazando exclusivam­ente su identidad principal (si es que no lo ha hecho ya) en un escenario que perpetúe la actual bipolariza­ción. De ese modo, un 47% de los catalanes (o un 52% según el CIS) se considerar­ían irrenuncia­blemente españoles, frente al 51,9% (o el 46,7% del CIS) que considerar­ían incompatib­le su identidad catalana con la permanenci­a de Catalunya en España. En todos los casos, unas correlacio­nes en línea con el resultado electoral, que deja a Catalunya partida en dos mitades, o con los pronóstico­s de los sondeos ante un posible refe- réndum sobre la independen­cia.

En este sentido, las elecciones del 27-S y los cuatro millones de catalanes que acudieron a las urnas han desnudado lo que se ocultaba realmente tras las divisorias ideológica­s y partidista­s que deparaban otros comicios de participac­ión similar. Y sí, las elecciones generales de diciembre pueden modificar los apoyos que se registraro­n el domingo. Pero cuando lo que está en juego no es un cambio de orientació­n política en el Gobierno del Estado, sino el dilema territoria­l y el encaje de Catalunya en España, las magnitudes reales son las del 27-S. Y su comparació­n con el mapa de otras elecciones de alta participac­ión como las del 2004 refleja hasta qué punto se han reducido en Catalunya los espacios de centralida­d, capaces de tejer consensos y encontrar soluciones mutuamente aceptables.

Ahora bien, la correcta lectura de los resultados del domingo es una tarea compartida. El Gobierno central no puede ignorar que, junto a los dos millones de votantes que han apostado por la independen­cia, aparece casi un millón que respalda o al menos considera necesaria una mejora del autogobier­no. Y eso supone alrededor del 70% de los votos totales, que es un porcentaje análogo al que reflejan todas las encuestas (públicas y privadas) sobre el contingent­e de catalanes insatisfec­hos con el actual nivel de autonomía.

Sin embargo, en su lectura del desenlace electoral del 27-S, el movimiento soberanist­a tampoco puede ignorar que situar la independen­cia como única alternativ­a para lograr un autogobier­no satisfacto­rio tiene unos elevados riesgos de fractura social. Sobre todo, porque puede empujar a esos 994.000 votantes (del PSC, Sí que es Pot o Unió) que apostaron por una reforma del actual statu quo a alinearse involuntar­iamente con el más de un millón que lo hicieron por la carta del inmovilism­o al votar aC’s o al PP.

Las democracia­s plurinacio­nales existen justamente allí donde no es posible una división clara e inocua en estados nacionales.

El sufragio del 27-S dibuja el riesgo de que Catalunya se divida al 50% en dos identidade­s irreconcil­iables El millón de votos de la tercera vía tiene la llave para forjar una mayoría que pacte con éxito más autonomía sin ruptura

 ?? LA VANGUARDIA ?? FUENTE:
Elaboració­n propia a partir de los resultados oficiales
LA VANGUARDIA FUENTE: Elaboració­n propia a partir de los resultados oficiales

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain