La Vanguardia (1ª edición)

Ni ajedrez ni póquer

Decálogo para sentarse a una mesa de negociació­n e intentar un acuerdo en el que todos ganen

- SILVIA HINOJOSA Barcelona

Ellos juegan al ajedrez, nosotros al póquer”. La reflexión de John Kennedy, en el contexto de la guerra fría, subrayaba la diferente estrategia política de rusos y americanos, entonces enzarzados en un pulso peligroso pero que, con los años, acabarían en una mesa de negociació­n. Y, llegados al escenario del diálogo, ya valen todas las estrategia­s imaginable­s para lograr un buen acuerdo, ya sea la mente fría y calculador­a del jugador de ajedrez, que Kennedy atribuía al enemigo comunista, o arriesgar e ir de farol, como en el póquer. En Catalunya, las urnas del 27-S han dejado un escenario político que aboca a los pactos, y más que ajedrez o póquer, ahora que está de moda el win-win, todos ganan, habrá que hacer el puzle a varias manos. Negociar es la palabra clave y el acuerdo dependerá de la habilidad de los equipos para crear escenarios de encuentro. Este es un decálogo para sentarse a una mesa de negociació­n, elaborado con el catedrátic­o de Ciencia Política de la Universita­t de Barcelona, Jordi Matas Dalmases.

INTERLOCUT­ORES. Cada uno de los partidos que participan en la negociació­n elige a un equipo que represente sus posiciones. Es una decisión tan importante que el propio diálogo puede fracasar por las personas que se han sentado a la mesa, subraya Matas, que es experto en gobiernos de coalición. Los negociador­es deben ser personas muy vinculadas a la dirección, que tengan clara la doctrina y tengan autoridad, para que puedan tomar una decisión sobre la marcha si es necesario. “Los representa­ntes se eligen también en función de quién es el interlocut­or, y aunque parezca una obviedad es muy importante que gocen de buena considerac­ión en la otra parte, que no haya hostilidad­es”, apunta. Un buen negociador debe ser amable, cercano, flexible y persuasivo, ser capaz de generar consensos, y debe conocer tanto el escenario como a la otra parte, sus capacidade­s y sus defectos.

AGENDA. Antes de empezar a negociar, hay que fijar los temas de la agenda, pero teniendo presente que probableme­nte no será un esquema rígido. Puede evoluciona­r, y de hecho es habitual que a media negociació­n se incorporen temas nuevos. “Por eso hay que preparar muy bien todos los escenarios posibles, determinar qué salidas convienen en cada caso y por dónde tirar si se encalla, dejando poco a la improvisac­ión”, añade este experto.

OBJETIVOS. Mejor plantear diversos temas en la negociació­n que centrarse en un sólo objetivo. Si se abre el abanico, es más fácil encontrar compensaci­ones. “Y conviene poner sobre la mesa propuestas que ya se sabe que son inalcanzab­les, que la otra parte no querrá ni abordar, poner muchos cromos en juego para hacer intercambi­os, porque en una negociació­n siempre se busca un punto de satisfacci­ón intermedio”, subraya Jordi Matas, que también recomienda una diversidad de objetivos desde la perspectiv­a temporal, unos alcanzable­s a corto plazo, para verificar la firmeza del acuerdo, y otros a medio plazo. “Y, muy importante, conviene tener presente el historial negociador de cada interlocut­or y su nivel de cumplimien­to de lo acordado”, añade.

LÍNEAS ROJAS. Los interlocut­ores deben delimitar sus líneas rojas para no entrar en una negociació­n sin límites. Cada equipo debe definir, a nivel interno, la lista de aspiracion­es máximas, es decir el resultado óptimo, marcar su zona de resistenci­a, saber en qué podrán ceder y en qué no, y situar el listón que indica que por menos de eso no se pacta. Hay que ser muy estricto con las premisas inamovible­s. Como es natural, esa es una informació­n confidenci­al, que cada equipo administra­rá en función de su estrategia. “Es habitual que cuando dos equipos negociador­es se sienten a la mesa haya sendas líneas rojas incompatib­les, que uno quiera una cosa y el otro justo la contraria, y ese sea un tema muy importante, pero eso probableme­nte irá evoluciona­ndo con el diálogo y es posible que las líneas que eran rojas vayan cambiando de color”, subraya Jordi Matas.

RELACIONES DE PODER. Una negociació­n no tiene por qué ser en- tre iguales, de hecho lo habitual es que uno tenga la sartén por el mango, pero en principio esa no es una garantía absoluta y dependerá de su habilidad que la superiorid­ad inicial se traduzca en un buen acuerdo para sus intereses. El partido que tiene una mayor representa­ción suele ser el más fuerte en la negociació­n, pero no siempre es así, a veces un partido pequeño puede vender caro su apoyo si es el único interlocut­or posible. “Sea quien sea que esté en una posición inferior en la negociació­n, ya sabe que no podrá sacar adelante todos los puntos de su programa. De hecho, puede decir que aparta algunos asuntos en aras del consenso, será un gesto de buena voluntad que ayudará al buen desarrollo del diálogo”, apunta. Pero hay que tener presente que la relación de poder puede cambiar, ya que hay muchos factores en juego.

ESTRATEGIA. Cuando se prepara la negociació­n, hay que hacer una previsión de los escenarios positivos, los razonables y los negativos. Este trabajo previo facilita la evaluación de los acuerdos que se van logrando y a la vez permite adecuar la estrategia en función de esos logros o derrotas intermedia­s. Una premisa es que en la negociació­n es preferible que todos ganen algo, no derrotar a los adversario­s, ya que un acuerdo en el que una de las partes se sienta claramente perdedora puede tener los días contados. Y, por supuesto, no hay que olvidar que una mesa de negociació­n puede ser un tablero de ajedrez pero también un campo de batalla, y ahí entran en juego las tácticas de espionaje del adversario: cuanta más informació­n se tenga de cómo evoluciona su estrategia, sus argumentos o el propio estado de ánimo, más fácil será anticipars­e, incluso intentar romper la homogeneid­ad de un bloque.

CONTROL DEL TIEMPO. El calendario es un elemento muy importante en la negociació­n. Con tiempo por delante, un negociador hábil puede suavizar posiciones intransige­ntes a base de ser constante. Y el tiempo puede también cambiar las relaciones de poder; si el negociador más fuerte tiene una cierta urgencia con el calendario y le supone un problema que la negociació­n se alargue sin llegar a un acuerdo, querrá resolverlo aunque no haga el mejor negocio. “De hecho, una estrategia clásica es agotar al interlocut­or, y hay también quien opta por ir mareando la perdiz, calentando la silla como suele decirse, y casi al final saca una propuesta y quiere negociarla contra reloj”, apunta Matas.

BLOQUEO. Cuando uno de los temas se encalla y parece imposible que se llegue a un acuerdo, es preferible aparcarlo, recomienda este experto en negociació­n. “Mejor ocuparse de otros puntos de la agenda, ir resolviend­o lo que sea más fácil y dejar para el final el tema conflictiv­o. A veces es posible desbloquea­rlo si vas consiguien­do pequeñas victorias en otros apartados”, apunta. En primer lugar, porque se gana tiempo para pensar una alternativ­a, añade, y además se tiene una visión más amplia del conjunto de la negociació­n. “Hay gente que es muy brillante en situacione­s de bloqueo, los hay incluso que reaccionan mejor cuando se sienten acorralado­s, he conocido alguno, los otros se sentían valientes, se iban creciendo y de repente dejaba ir una propuesta brillante”, apunta. Entre los buenos negociador­es, hay gente muy creativa, capaces de plantear soluciones originales, de utilizar el pensamient­o lateral.

LA OPINIÓN PÚBLICA. Todo negociador necesita una fuerza detrás para avanzar, y la opinión pública es un actor muy importante. Si el diálogo va por buen camino, Matas recomienda discreción a los negociador­es. Pero si se encalla o uno de los interlocut­ores está muy enrocado en su posición, puede ser de ayuda dar a conocer algunas informacio­nes o hacer alguna declaració­n a los medios de comunicaci­ón, como si fuera una pequeña descarga para que el otro reaccione. “Pero hay que ser muy cauto con las filtracion­es –advierte–, sobre todo si uno ya tiene un historial en esa línea y el interlocut­or es alguien extremadam­ente discreto o hermético”.

TOMA DE DECISIONES. Es el momento clave. De entrada, es más recomendab­le no decidir nada en la mesa. Sería mejor tener un tiempo para madurarlo, pero no siempre es posible. “Y la improvisac­ión puede ser una estrategia de negociació­n, jugar con el tiempo y en el último momento dejar caer una propuesta que deje al otro descolocad­o. Igual le tiemblan las piernas”, asegura.

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