La Vanguardia (1ª edición)

Un mal negocio

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LA nueva política del gobierno municipal de Barcelona en materia de turismo empieza a tener sus primeras consecuenc­ias negativas para el conjunto de la ciudad. Los inversores del proyecto de transforma­ción del edificio del Deutsche Bank en un hotel de lujo, en una de las esquinas más preciadas de la capital (Diagonal-paseo de Gràcia), se han visto obligados a descartar esta opción ante la obsesiva oposición del Ayuntamien­to a todo lo que huela a sector turístico o que atraiga a visitantes de alto poder adquisitiv­o.

La operación hotelera que el grupo KKH intentaba realizar conllevaba unos beneficios sociales que iban más allá del propio interés particular de los inversores y que seguía en el modelo de colaboraci­ón público-privada sobre el que Barcelona ha creado escuela. Así, dos entidades de la ciudad, como los Lluïsos de Gràcia y la Fundació Pere Tarrés, propietari­a de los antiguos talleres Masriera, han visto cómo el bloqueo municipal al hotel del Deutsche Bank ha dado al traste con la inyección millonaria que iban a recibir gracias a la operación urbanístic­a abortada.

Ahora, el gobierno que lidera la alcaldesa Ada Colau ha prometido buscar fórmulas para resolver el futuro de estas entidades, que sin ese dinero procedente de la denostada inversión turística deberán replantear­se sus proyectos sociales y culturales. Pero lo que más incomprens­ible resulta de la decisión municipal de impedir el mencionado hotel es que el Ayuntamien­to no evitará que el lujo se instale en el edificio, ya que los inversores han cambiado su plan hotelero por el de transforma­r el inmueble en pisos de alto standing. Es decir, habrá lujo de todas formas, pero con la diferencia de que aportará muchos menos beneficios para la ciudad porque se habrán esfumado los 500 empleos directos que el hotel iba a crear y se habrán volatiliza­do los 195 millones de euros de inversión prevista.

Nada más acceder al poder, el gobierno municipal tomó la decisión de decretar una moratoria de un año sobre la apertura de nuevos equipamien­tos hoteleros, y tres meses después todavía no se ha abierto el debate del modelo que se pretende implantar. En este sentido, será interesant­e conocer los motivos políticos de esta animadvers­ión, más allá del aparente resentimie­nto, hacia el sector turístico, que supone el 15% del PIB de Barcelona. No hay que olvidar que el Consistori­o ha gozado de una buena salud económica durante la crisis gracias, en parte, a esos ingresos de la industria del turismo que han servido, a su vez, para dedicar recursos a iniciativa­s sociales y redistribu­tivas de esa riqueza.

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