La Vanguardia (1ª edición)

Ven a ver una autopsia

- Joaquín Luna

Cada uno atrae a quien puede, y yo, últimament­e, no hago otra cosa que conocer a mujeres dispuestas a introducir hábitos saludables en mi vida de trasnochad­or urbano. Dicen que es por mi bien. Al parecer, tengo rutinas poco ejemplares y, de seguir así, moriré. –¿Por qué no subes al Pedraforca? No tengo nada contra el Pedraforca, el Aneto o el Teide, salvo un gran respeto, y sería una lástima perderlo. ¿Qué ganaría el Pedraforca si un fumador como yo alcanza su cima, mira el paisaje, toma una selfie y se declara feliz? El Pedraforca perdería un admirador respetuoso y mis pies se llevarían –por su bien– unas ampollas.

Hace unos días, una lectora me invitaba a tomar algo: “Conozco muchos garitos de Barcelona, de esos de los que habla en sus columnas”. Y, además, un compañero se había apostado algo con ella a que yo era raro. Nos citamos en el Stinger, que no es garito sino bar de copas y buena música. Y apareció con bolsa de deporte. Mi nueva amiga era mossa d’esquadra y practicaba deporte. Y no uno. Muchos deportes. ¿Cómo iba yo a lle-

Las mujeres siempre tienen soluciones sensatas para todo aquello que debería preocuparn­os a los hombres

var la conversaci­ón a mi terreno con una mujer policía que vive deportivam­ente? En maldad no iba a ganar a los tipos que persigue. Y en bondad y deporte, tampoco.

Necesitaba una estrategia ganadora, de modo que salí a la calle a fumar. Al tercer cigarrillo, seguía sin estrategia. Me debió de coger cariño porque fue entonces cuando dijo:

–Fumas mucho, ¿no? Un día tendrías que acompañarm­e a ver una autopsia. Dejarías de fumar.

Pensé que tenía razón: si viese una autopsia, dejaría de fumar, de beber y de escribir tonterías en el acto. Esto es lo que admiro de las mujeres: tienen respuesta y soluciones sensatas para todo aquello que debería preocuparn­os a los hombres.

No obstante, la idea de echar una tarde viendo una autopsia no me animó a cambiar de vida, pero sí de conversaci­ón. Hablamos de detenidos, asesinos, estafadore­s, suicidas dudosos, mientras yo iba pensando en las ventanas que se abrían: el fetichismo del uniforme, las esposas –esposas de verdad, no de esas para sorprender al marido confiado un sábado por la noche–, la porra, las laderas de Montjuïc en coche patrulla nocturno, las llamadas al servicio de madrugada...

Claro que acostarse con la ley y el orden tendrá sus riesgos. Supongamos que le das un cachete, nada, una de esas palmaditas típicas. O se te escapa un insulto cariñoso, tal que meretriz pero en lenguaje coloquial. ¿Y si, cuando el pitillo, confiesas que odias a los ciclistas urbanos y los mossos están investigan­do la muerte de un ciclista y no en el cine? Sin contar con desacatos, gatillazos, insubordin­aciones o faltas reiteradas...

Me doy cuenta de que debería practicar deporte, no fumar y escalar los primeros domingos de mes el Pedraforca. ¡Qué sería de la vida sin ellas!

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