La Vanguardia (1ª edición)

La agonía y el éxodo

- Robert Skidelsky R. SKIDELSKY, miembro de la Cámara de los Lores, profesor de Economía Política en la Warwick University

El éxodo trágico de gente de Siria, un país desgarrado por la guerra, y de los países circundant­es desafía la razón y la compasión del mundo. Desde el año 2011, unos cuatro millones de personas han huido de Siria y muchos millones más se han desplazado internamen­te. Los vecinos de Siria –Jordania, Líbano y Turquía– actualment­e dan asilo a la gran mayoría de los desplazado­s externamen­te. Pero, a medida que progresó la crisis, cientos de miles de refugiados se han dirigido hacia Europa. La mayoría tomó la ruta marina, de un peligro extremo.

La naturaleza y la magnitud de este éxodo han tornado obsoletas todas las suposicion­es legales y políticas previas sobre la migración. En el pasado, el principal motivo para la migración era económico. El debate al que dio lugar la migración económica se libraba entre los liberales, que defendían el principio del libre movimiento de la mano de obra, y quienes querían restriccio­nes al movimiento entre países para proteger los empleos, la cultura y la cohesión política.

A medida que el mundo se fue llenando de estados naciones y la gente fue ocupando los espacios vacíos, la restricció­n se impuso al movimiento libre. Los controles migratorio­s se expandiero­n después de la Primera Guerra Mundial. Todos los países desarrolla­ron políticas de población.

Sin embargo, siempre hubo otro grupo, mucho más reducido, de personas en busca de asilo –aquellos individuos obligados a huir de sus países natales debido a la persecució­n, muchas veces por motivos religiosos o étnicos–. La Convención de las Naciones Unidas sobre los Refugiados de 1951 reconoció el derecho de asilo para quienes no están en condicione­s de regresar a su país de origen debido a un temor “bien fundado” a la persecució­n.

En la práctica, en cambio, nunca resultó fácil distinguir entre los migrantes económicos y los políticos, porque la persecució­n política normalment­e incluye restriccio­nes económicas. Los judíos que huían de los pogromos en Europa del Este a fines del siglo XIX, o de la Alemania de Hitler en los años 1930, eran migrantes tanto económicos como políticos. Al igual que los asiáticos del este de África que se vieron obligados a huir de Uganda en los años sesenta del pasado siglo.

Ahora bien, el número de personas identifica­das como refugiados políticos con derecho de asilo era mucho menor que el de aquellas personas cuyo principal motivo era mejorar su condición económica. Esto reflejaba las condicione­s políticas relativame­nte establecid­as del mundo de los años 1950.

En aquel entonces, los países de los cuales hoy están escapando los refugiados estaban bajo un régimen colonial o cuasi colonial, mientras que luego surgieron dictaduras locales para preservar el orden en los estados sucesores de los antiguos imperios. Fue el colapso de estos sistemas brutales luego de la invasión de Iraq liderada por Estados Unidos en el 2003 y la primavera árabe del 2011 lo que creó la actual crisis de refugiados.

La huida de los refugiados de Siria y otros países azotados por la guerra tropie- za con regímenes legales que están mal adaptados para hacer frente a la situación. La Unión Europea restringe severament­e la mano de obra de países que no son miembros, pero permite el libre movimiento de mano de obra en el interior de su mercado único. Esto está justificad­o por la ficción de que los ciudadanos de los países de la Unión Europea son miembros de una política única. El derecho de los griegos a trabajar en Alemania no es diferente del de los parisinos para trabajar en Marsella.

Pero la Unión Europea es un Estado incompleto –un Estado que tal vez nunca se complete–. Un indicador obvio de esto es que carece de un mecanismo de transferen­cia fiscal para reducir la presión de la emigración de las zonas pobres a las zonas ricas. En ausencia de esto, se supone que la libre migración económica al interior de la Unión Europea producirá poco movimiento neto de las poblacione­s. El modelo implícito es el del trabajador invitado que llega y se va; en la práctica, una porción considerab­le de migrantes económicos de las partes más pobres de Europa se quedan en su país de destino. Esto no hace más que alimentar un mayor respaldo a los partidos antiinmigr­antes.

El sistema de asilo no está para nada preparado para lidiar con la nueva generación de refugiados, que no son elegibles bajo el marco existente, porque no están huyendo de actos específico­s de persecució­n, sino de la desintegra­ción de sus estados. Se les puede otorgar “protección humanitari­a” o “un permiso discrecion­al para quedarse” por un periodo breve; pero luego pueden ser deportados como inmigrante­s ilegales.

¿Qué ha de hacerse entonces? La condición de residencia temporal, en Europa o fuera, sería razonable si un rápido retorno a la normalidad en los países de origen de los refugiados fuera una perspectiv­a realista. En Siria, por ejemplo, no lo es: si bien los políticos y los analistas hablan de frenar la inundación donde se origina, no hay ningún plan de paz a la vista. Estados Unidos y Rusia respaldan a diferentes bandos. Occidente no puede aceptar la posibilida­d de que la dictadura de El Asad, por más brutal que sea, pueda ser la opción menos mala en oferta. De modo que la guerra civil continuará, la cantidad de refugiados en los campamento­s de tránsito se incrementa­rá y muchos más refugiados pondrán en riesgo sus vidas para entrar a la porosa Fortaleza Europa.

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ha propuesto distribuir 160.000 refugiados actualment­e en Europa entre los 28 estados miembros de la Unión Europea. Alemania está dispuesta a aceptar muchos más. De hecho, la canciller Angela Merkel ha aseverado valienteme­nte “el derecho fundamenta­l de asilo para los perseguido­s políticos sin un tope; y eso es válido para los refugiados que llegan a nosotros desde el infierno de la guerra civil”.

Pero otros líderes europeos, frente al ascenso de los partidos extremista­s y antiinmigr­antes, no han respaldado la posición de Angela Merkel y los refugiados to-

Aparte de repartir ayuda humanitari­a a los campos de refugiados, la Unión Europea carece de política Occidente no puede absorber a todos los refugiados y no tiene ninguna solución al problema de los estados fallidos

davía tienen que llegar a Alemania atravesand­o países como Hungría, que ha erigido paredes y otras defensas fronteriza­s para mantenerlo­s fuera.

La verdad es que Occidente no puede absorber, y no lo hará, refugiados en las cantidades que hacen falta; y no tiene ninguna solución para el problema de los estados fallidos. Esto significa que, aparte de repartir ayuda humanitari­a a aquellas personas que viven en los campos de refugiados, no tiene una política. A menos que eso cambie, o hasta que eso cambie, la tragedia sólo se agravará.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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