La Vanguardia (1ª edición)

Traidor y apaleado

- mcamps@lavanguard­ia.es Magí Camps

En un artículo demoledor, la escritora y traductora Tina Vallès hizo público el viernes un manifiesto de los traductore­s. Aprovechó que el miércoles anterior se había celebrado el día internacio­nal de la Traducción para denunciar la precarieda­d y el menospreci­o hacia la profesión y, de por medio, redactó su manifiesto en Vilaweb. Era una sola frase que lo resume todo: “A partir de ahora los traductore­s queremos pagar por trabajar”. Traidores y apaleados.

Eso no impide que cada 30 de septiembre una más de las muchas profesione­s mal pagadas de nuestro país celebre su fiesta. Los actos son de todo tipo, como correspond­e a un gremio que ahora traduce un manual de instruccio­nes para la lavadora, acto seguido elabora la versión española de un sistema operativo y luego pone en nuestras palabras las que ha escrito el último autor nórdico de novela negra. RodaMots, por ejemplo, se añadió a la celebració­n enviando fragmentos de traduccion­es a sus suscriptor­es. Con esos ejemplos, Jordi Palou, el artífice del servicio, quiso resaltar el plus de calidad que un buen traductor añade a una obra cuando la equipara al original en calidad y registro.

Los registros no son tarea fácil, sobre todo cuando la lengua de llegada tiene carencias serias en jerga y lenguaje vulgar como pasa con el catalán. Y, si no,

Tina Vallès denuncia la precarieda­d y el menospreci­o hacia la profesión de traductor

recuérdens­e algunas de las críticas que ha recibido este año Xavier Pàmies por la traducción de A confederac­y of dunces, el libro de John Kennedy Toole que en catalán ya ha tenido tres títulos: Una conxorxa d’enzes, en la primera traducción de Maria-Antònia Oliver, retitulada en 1997 como La conxorxa dels ximples y que, hoy, en la versión de Pàmies, es Una confabulac­ió d’imbècils (2015).

Pàmies, un traductor de prestigio, ha sido cuestionad­o por haber osado poner negro sobre blanco el lenguaje que se oía en las calles de Barcelona en boca de algunos personajes. Y lo ha hecho por fidelidad al original, donde hay voces que emplean un lenguaje pobre, poco instruido, el que se oía hace medio siglo en las calles de Nueva Orleans. Para mí el resultado es satisfacto­rio, aunque debo confesar que ha habido momentos en que he tropezado en alguno de estos diálogos. Pero ello no es culpa del traductor, sino de la falta de tradición del registro vulgar en nuestra literatura.

Pàmies, como ya hizo Oliver en su momento, ha dado un paso valiente y, en lugar de atacarlo, deberíamos agradecerl­e la osadía. Traducir las voces de la señora Reilly y de Jones a un catalán estándar habría desdibujad­o a los personajes y habría omitido uno de los aspectos importante­s del original. Quizá ya va siendo hora de jugar y tensar la lengua desoyendo los gritos apocalípti­cos. Cuanto más flexible sea, más fuerte será la lengua para salir adelante.

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