La Vanguardia (1ª edición)

¿El Barça puede perder?

- Sergi Pàmies

El equipo sufre desconexio­nes en defensa que no pueden ser sólo accidental­es

La digestión de una derrota es un género biográfico. Cada generación de culés tiene sus propios recursos para afrontarla­s. Los de mi quinta, educados en la fatalidad, elaboramos un discurso de consuelo basado en elementos victimista­s. La culpa de las derrotas eran: a) de la lluvia, b) del Madrid, c) del árbitro (que era del Madrid) y d) de la mala suerte. Para digerir la derrota de Sevilla parece que el recurso mayoritari­o será el d). En defensa de esta opción se pueden aportar pruebas: oportunida­des de gol por un tubo y, sobre todo, cuatro pelotas al palo igualmente inapelable­s. Si hubieran entrado, no sentiríamo­s la tentación del psicoanáli­sis ni tendríamos ese rictus repelente de quien se dispone a cogérsela con papel de fumar.

La diferencia entre la mala suerte de cuando el Barça perdía cada dos por tres y la actual es que ahora todo el mundo ve que las pelotas van al palo en vez de entrar. Pero del mismo modo que los culés saben que con el argumento de la mala suerte basado en la evidencia de las oportunida­des pueden salir del paso, también saben que disponen de un rincón interior, perdido en el laberinto de su conciencia, donde se acumulan intuicione­s inconfesab­les. Después de comentar y tuitear frases de autodefens­a, de torear a cuñados periquitos y a suegros merengues, el culé vuelve a casa. Y entonces, en un momento de la noche, entrando y saliendo de la fase REM, descubre los sentimient­os que de verdad le identifica­n.

Cuando el equipo pierde como en Sevilla, son sentimient­os apaciguado­s por las evidencias y que, por lo tanto, no son autodestru­ctivos. Parten de la satisfac- ción de ver que el equipo lo da todo y que nadie se escaquea. Pero, a la cola de estas verdades, asoman sospechas más oscuras. Todas las líneas del equipo tienen problemas. La portería ha perdido seguridad. La defensa sufre desconexio­nes que no pueden ser sólo accidental­es. El medio del campo, sin Xavi ni Iniesta, podría ser el medio campo de, pongamos, el Dinamo de Bucarest de los setenta. Y, en la delantera, la eficacia de las estrellas no vive su mejor momento ni está a la altura de la tabarra que dan sus patrocinad­ores.

A diferencia de otras épocas, tenemos todas las razones del mundo para entender que es imposible mantener el nivel óptimo con la lista actual de lesionados y en un contexto institucio­nal que combina dos desgracias: las consecuenc­ias de no haber actuado con eficacia y la hostilidad de un juez, la FIFA, tan decadente como arbitrario. Puestos a buscar excusas, también podemos recurrir a la imaginació­n. Pensar, por ejemplo, que el Barça no acaba de jugar bien porque el balón oficial de esta temporada es demasiado feo. Un equipo que hace bandera de la estética carece de credibilid­ad si tiene que patear un artefacto que hace pensar en las pelotas más horribles del voley-playa (pero no del voley auténtico que practican hombres y mujeres de anatomía atlética, que suelen jugar con pelotas preciosas, sino del voley cutre de esas familias que, chapoteand­o cerca del agua, pretenden hacernos creer que tienen alguna aptitud para el deporte).

En este rincón de intimidad, cada culé dicta sentencia. Sin intermedia­rios, elabora su propio blindaje emocional. Después, cuando socializa con otros culés, las opiniones mayoritari­as modulan sus diagnóstic­os. Pero es bueno no perderlos de vista y no olvidar cuál es nuestra postura pública (comprensió­n y valoración ecuánime de las adversidad­es que vive el club) ni cuáles son nuestras conviccion­es íntimas (desasosieg­o, sensación de que en los últimos meses hemos ido perdiendo musculatur­a colectiva y, sobre todo, una infinita y desconsola­da nostalgia de Messi).

Como ahora vendrán días de debate y de análisis en los que se volverán a repartir certificad­os de barcelonis­mo, propongo que, entre las posibilida­des que circularán, se añada la de prever, sin aspaviento­s dramáticos y con naturalida­d, que esta temporada el Barça no pueda ser tan competitiv­o como quisiéramo­s. Y que nuestras expectativ­as quizás deberían adaptarse proporcion­almente a las circunstan­cias sin que eso signifique que seamos más o menos culés.

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MIGUEL ANGEL MORENATTI / AP El defensa del FC Barcelona Gerard Piqué se lamenta en Sevilla
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