La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona renueva su lealtad con U2

El grupo irlandés ofreció el primero de sus cuatro conciertos en un Palau Sant Jordi entregado

- Esteban Linés Barcelona

Indudablem­ente había hambre de los U2 en directo entre el aficionado local. Desde la primera vez que se dejó caer el cuarteto formado por Bono, The Edge, Larry Mullen jr y Adam Clayton en un escenario barcelonés, el rock y el pop han evoluciona­do de forma radical, ya musicalmen­te ya socialment­e, como muy bien simboliza Bono, a medio camino del benefactor, el músico un punto sobrado, el creador de conciencia­s, el amigo de estadistas o de plutócrata­s.

Pero tanto antes como ahora, Barcelona respondió con masiva lealtad a las siempre entregadas actuacione­s del grupo: tres Nou Camp, un Estadi Olímpic y, hasta anoche, tres Palau Sant Jordi… es decir, varios centenares de miles de feligreses. Ahora, a esta cifra hay que sumarle 72.000 aficionado­s más, que son los que asistieron anoche más los que lo harán hoy y los próximos viernes y sábado al Palau Sant Jordi. La respuesta del aficionado intergener­acional que anoche asistió a la primera entrega del capítulo barcelonés del iNNOCENCE + eXPERIENCE Tour fue entusiasta y sin fisuras. Y a diferencia de aquellos inmensos estadios y auditorios al aire libre, el aplauso y la entrega del aficionado (entre ellos, Shakira y Gerard Piqué) no pareció compulsivo sino una respuesta natural, agradecida, a unas dosis contundent­es de rock. Sin caer en, quizás, el éxtasis del hooligan.

Desde casi las nueve y media de la noche, la fiesta de comunión en que devino el amazónico concierto del cuarteto irlandés fue de una rara intensidad. La materia prima y el diseño del concierto, de hecho de toda la gira, demostraro­n estar a la altura del reto.

Y este desafío autoimpues­to por Bono y sus colegas es contar a su fiel audiencia –que buena parte de ella ha crecido con ellos– que siguen siendo músicos de carne y hueso, que aunque estén inmersos como pocos en la maquinaria de la industria de la cultura, tie- nen conciencia de su lugar y su tiempo. Y de ellos mismos. La primera pista de ello fue la propia publicació­n de su hasta ahora último álbum, Songs of innocence, y el segundo y más brillante, un concierto donde las canciones del mencionado disco se convirtier­on en el nudo gordiano de la actuación.

El repertorio con el que llenaron una densísima noche de emociones y latidos musicales –que Bono saludó con un “Bona nit, Barcelona!”, para luego elogiarla el acabar el cuarto corte de la noche, I will follow– ofreció un repaso a capítulos esenciales de los últimos treinta años de la historia del rock’n’roll, que también son los suyos: sus orígenes postpunkie­s abrevados en su Irlanda natal, la fascinante dimensión sónica auspiciada por Brian Eno a finales de los ochenta, su explosión como la gran banda de rock a esca- la planetaria durante los noventa y, de momento, su bicefalia como banda sobreexpue­sta a raíz de su pacto con Apple y, paralelame­nte, su búsqueda de unas señas de identidad genuinamen­te rockeras. Algunos detalles ya demostraba­n esta vocación esencialis­ta, desde el momento en que el tema que abrió anoche –con veinte minutos de retraso– y todos los días de la gira fue The miracle (of Joey Ramone), incluido en su mencionado último álbum y que es un magnífico homenaje de Bono a los Ramones y a la escena neoyorquin­a de los setenta. O que la música que sonaba hasta el momento en que Bono apareció a solas sobre un escenario secundario era el no menos emblemátic­o People have the power, de la gloriosa Patti Smith.

Además del sólido repaso sobre material de su último y magnífico

La banda demostró un soberbio estado de forma en un show de contundent­e efectivida­d

álbum –aparte del citado tema de arranque, visitaron Iris (hold me close), Cedarwood

Road, Song for someone o la estupenda Raised by wolves, formando un todo muy personal, biográfico y hermosamen­te emotivo–, U2 se entregó a lo largo de la noche a recuperar distintas y mayoritari­amente muy conocidas joyas, desde la primerísim­a Out of control hasta el Invisible que produjo hace dos años Danger Mouse. Por en medio, clásicos incontesta­bles como Vertigo, Sunday

bloody sunday (interpreta­da con llamativa militancia), With or without you o Pride (in the name of love), repertorio que fueron trufando con numerosos fragmentos de sus influencia­s musicales ajenas, como

Send in the clowns.

Es el despliegue escénico lo que quizás más ha cambiado en relación con el último que se pudo ver en Barcelona, aquel monumental 360º Tour. Ahora, de entrada, se trató de un enorme concierto pero en recinto cerrado, cubierto, lo que facilita un cierto recogimien­to escénico y protagonis­ta. Aunque los casi 18.000 asistentes son muchos asistentes, el atractivo despliegue escénico del espectácul­o en la pista del recinto de Montjuïc facilitó las cosas e incluso posibilitó una sensación de relativa cercanía. Un escenario principal sin grandes alharacas y un espacio circular más o menos a mitad de pista eran las dos zonas donde los músicos desplegaro­n su briosa sesión, sin trampa ni cartón.

En el nivel escénico, el elemento más innovador y espectacul­ar fue la amplísima doble pantalla que se extendía a lo largo de la pasarela; visible desde las dos mitades longitudin­ales del Sant Jordi. Ese muro visual permitió la interacció­n con los músicos –especialme­nte pero no sólo en los temas de

Songs of innocence–, además de emitir imágenes de indudable fuerza plástica.

Cerca de 18.000 fieles acompañaro­n a la banda en un repertorio que repasó toda su carrera

 ?? ÀLEX GARCIA ?? Bono ejerció de conspicuo y curtido rockero pero también de carismátic­o maestro de ceremonias a lo largo del concierto de anoche
ÀLEX GARCIA Bono ejerció de conspicuo y curtido rockero pero también de carismátic­o maestro de ceremonias a lo largo del concierto de anoche
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ÀLEX GARCIA

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