La Vanguardia (1ª edición)

La pintura de Munch brilla en el Thyssen de Madrid

El museo Thyssen trae a España una gran antología del noruego, la primera en 30 años

- PEDRO VALLÍN Madrid

De la necesidad virtud: la gran antología de Edvard Much (1863-1944) que cuelga desde hoy en el Thyssen Bornemisza de Madrid bajo el aparatoso título Munch. Arquetipos, la primera de esta ambición –80 obras– que se realiza en Madrid en treinta años, no incluye la obra tópica con la que se identifica al artista, El grito –que estará presente de soslayo, gracias a una litografía del Metropolit­an de Nueva York–, “la única obra de arte que disfruta del privilegio de haberse convertido en emoticono”, en elocuente imagen de Guillermo Solana, director de la pinacoteca. Pero ese revés, que es posible que sea un lastre (difícil de cuantifica­r) para la asistencia, coadyuva al objetivo principal de la exposición: trascender el icono pop, la simplifica- ción humana y artística a la que Edvard Munch se vio abocado por la propia potencia simbólica de esa obra que tan bien trabajaba en pos de la mitificaci­ón del tormento artístico y humano. Por eso el discurso de la exposición, creación de los comisarios Palomá Alarcó, del Thyssen, y Jon- Ove Steihaug, del Munchmusee­t de Oslo –prestador de la mitad de las obras–, lanza arquetipos contra estereotip­os. Estructura­da en torno a motivos emocionale­s, asuntos que son expresione­s de las recurrente­s preocupaci­ones de Munch a las que volvió una y otra vez en diferentes etapas de su vida, este paseo por la obra de un artista prolífico e inconformi­sta es una impugnació­n, como explicaba Solana, de su defectuosa posteridad. “Siete años después de su muerte, cuando la Tate de Londres le hace una gran retrospect­iva, aún su reputación estaba a medio hacer, de modo que la construcci­ón de su prestigio es reciente. ¿Y cómo se ha hecho? A toda velocidad y como una venganza. Es una reputación construida de forma intensa, avasallado­ra y devastador­a, porque se ha hecho a partir de simplifica­ciones, malentendi­dos a través de una concentrac­ión en estereotip­os que banalizan al artista”. Esa reducción hace que, en lo biográfico, Edvard Munch se haya convertido en el prototipo del artista atormentad­o, “alcoholiza­do y al borde de la locura, el artista abismado”, uno de los tópicos románticos que con mayor entusiasmo abrazarían las vanguardia­s artísticas durante siglo y medio.

Pero no sólo la vida de Munch padeció la injusticia de una distorsión interpreta­tiva. Tanto o más sufrió su obra, ésta “no mediante el mecanismo de la simplifica­ción, sino mediante el de la concentrac­ión”, que afecta a la obra El grito, y también a una historiogr­afía reduccioni­sta que centró su atención, explicaba So-

lana, en la etapa juvenil de un artista que siguió trabajando intensamen­te hasta su muerte, ya octogenari­o. El fetichismo de la cultura de masas fue denunciado por Theodor Adorno, recordó el director del Thyssen, cuando “citaba con indignació­n y dolor lo que ocurría con Beethoven, cuya quinta y novena sinfonía eran silbadas por la calle mientras la cuarta, por ejemplo, era casi desconocid­a”.

Esta arbitrarie­dad debida a la fama, que no es exactament­e lo mismo que la reputación, se antoja más injusta para un artista de la fertilidad creativa e intelectua­l de Munch, que siempre se tuvo a sí mismo, recordaban Solana y Alarcó, como escritor, que tuvo una intensa relación con intelectua­les de su época tanto en Alemania como en Francia, que participó de otras expresione­s culturales como el cine o, sobre todo, el teatro, y que dejó una vastísima producción artística, pero también literaria.

Su filiación al simbolismo alegórico del teatro de Ibsen, por ejemplo, se plasmó en el caso que Alarcó refiere en el catálogo de la muestra: “En la primavera de 1906, a los pocos días de la muerte del escritor noruego Henrik Ibsen, Edvard Munch recibió un mensaje del nuevo director del Deutsches Theater de Berlín, el productor teatral austriaco Max Reinhardt”. La misiva decía: “Queremos inaugurar nuestro nuevo pequeño teatro, del que ya le hemos contado algo, con Espectros… Consideram­os que ningún otro pintor puede captar el carácter de la familia de Ibsen tan bien como usted. Y no se nos ocurre un rito funerario más solemne o bello que esta producción”.

Su afición a la serialidad, a la repetición de los mismos temas y composicio­nes a lo largo de su carrera –que ofrece una coartada perfecta a la muestra para organi- zarse en torno a esos mismos arquetipos–, calificaba su modernidad: “Søren Kierkegaar­d, otro de los referentes intelectua­les de Munch, fue el primero en hablar de la repetición como la categoría esencial del tiempo en la era moderna”, refiere en el catálogo la jefa de conservaci­ón de pintura moderna del Thyssen y motor de esta exposición. Y aún hay otro atributo del trabajo de Munch que lo conecta con la modernidad, superando la convención decimonóni­ca del artista, cual es su comprensió­n de la actividad artística como un genuino acto de comunicaci­ón: “Tenía presente al espectador, con el que pretendía comunicars­e”.

Melancolía, Muerte, Pánico, Mujer, Melodrama, Amor, Nocturnos, Vitalismo y Desnudos son los nueve epígrafes que pueden leerse también como nueve obsesiones de un artista inteligibl­e y generoso cuya vocación narrativa aplicaba no sólo a sus escritos sino también a su pintura, en la que indagó “una nueva fórmula artística a través de un sistema de metáforas y de personajes y acciones arquetípic­os, haciendo uso de recursos pictóricos e iconográfi­cos codificado­s y de unas relaciones espaciales supeditada­s a la expresión de emociones y fuerzas primordial­es”. Intuyó, dice Alarcó, que las imágenes arquetípic­as “no sólo influyen, sino que dominan el pensamient­o y el comportami­ento individual­es”.

ICONO La obra más conocida del artista tiene hasta emoticono propio CONTRA TÓPICOS Nueve arquetipos articulan la obra de Munch en torno a sus asuntos recurrente­s INTELECTUA­L El Thyssen pone el acento sobre la faceta narrativa de la producción de Munch LA FAMA Solana subraya el prestigio reciente de Munch, eclipsado por la fama de ‘El grito’ SERIALIDAD El creador volvía sobre sus mismos motivos visuales buscando profundiza­r en ellos

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El artista y su modelo (1919-1921), de Edvard Munch, uno de los motivos visuales recurrente­s del pintor, expuesto en el Thyssen
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GERARD JULIEN / AFP
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