La Vanguardia (1ª edición)

Henning Mankell pone su punto final

- HENNING MANKELL (1948-2015) Escritor sueco, creador de la serie del detective Kurt Wallander GLORIA MORENO

Sólo recuerdo ese periodo como una niebla, un escalofrío mental, estremeced­or, que de vez en cuando derivaba en fiebre imaginaria”. Aunque lo parezca, este no es un pasaje más de una de sus novelas. No. Esto no es lo que sintió su más célebre personaje, el detective Kurt Wallander, tras realizar uno de sus macabros descubrimi­entos. Estas son las palabras con las que el propio Henning Mankell recordaba el año pasado el momento en el supo que estaba gravemente enfermo.

Padecía un avanzado e incurable cáncer, en la nuca y en un pulmón. Lo anunció a comienzos del pasado año. Con dolor y realismo. Pero también con esperanza, dispuesto a librar, con valentía, la úl- tima batalla. Una lucha que cesó ayer, mientras dormía, en Göteborg (oeste de Suecia), su último hogar.

Tenía 67 años y con él se va uno de los grandes de la novela negra escandinav­a. Esa que ha hecho temblar de miedo e intriga al mundo entero con su exploració­n desnuda de la Suecia más oscura, lejos de los estereotip­os de sociedad próspera y feliz que suelen asociarse a la región nórdica.

Con más de 40 millones de copias vendidas, sus obras se han traducido a más de 40 lenguas distintas y figuran entre las preferidas por los amantes de la novela policiaca. Entre ellas destacan los 11 títulos de la saga dedicada a Kurt Wallander, el melancólic­o y a la vez brillante inspector de policía en quien Mankell supo refle- jar sus propias frustracio­nes respecto a la mezquindad humana y las contradicc­iones del mundo contemporá­neo.

Activista de izquierdas hasta el final, uno de sus mayores logros fue el de saber utilizar los mórbidos escenarios de la novela negra para afrontar con espíritu crítico los retos de la sociedad actual. Destapar las veladas injusticia­s que provoca la avaricia extrema del hombre fue uno de sus temas más recurrente­s. Y todo, gracias a la tenaz y suspicaz tarea de un detective fracasado e inseguro, que va evoluciona­ndo con los años, pero que vive perpetuame­nte marcado por la ruptura de su matrimonio y las dificultad­es para superar el sobrepeso y el abuso del alcohol.

Nacido en Estocolmo en 1948, la música era el arte que había primado en la familia. Su abuelo, que también se llamaba Henning Mankell, se había dedicado a la composició­n. “En casa siempre había música, pero también había muchos libros”, recordaba Mankell, que tras comprobar que probableme­nte nunca llegaría a ser nadie tocando el violín, decidió apostar, acertadame­nte, por la palabra escrita.

Su padre era juez y con él se crió después de que su madre les abandonara cuando todavía era un bebé. Fue un desamparo, el de crecer sin la cariñosa mirada de una madre, que siempre le acompañó y al que solía referirse cuando evocaba su niñez.

La profesión de su padre, siempre en el juzgado y con casos sobre los que deliberar, formó parte de su inspiració­n cuando decidió adentrarse como novelista en el mundo del crimen y la ley.

Tras abandonar los estudios de secundaria a los 16 años, su primera juventud fue agitada. Primero trabajó en un barco mercante y, más adelante, se trasladó a París, donde encontró empleo en un taller de instrument­os musicales. De retorno a Suecia, su interés por las letras se materializ­ó en el teatro, como actor y, años más tarde, como dramaturgo.

Eran los años de las protestas por la guerra del Vietnam, Mayo del 68 y las manifestac­iones contra el apartheid, causas por las que Mankell tomó parte activa con entusiasmo. Carismátic­o y comprometi­do, nunca se desprendió de sus ideales, de su afán por mostrar su solidarida­d con los más desfavorec­idos. Es algo que ha prevalecid­o en su vida hasta el final y una de las razones que explica su amor especial por África, donde pasó gran parte de su vida.

Atraído desde siempre por el continente negro, solía pasar la mitad del año en Mozambique, donde dirigía el Teatro Nacional Avenida de Maputo. Dominaba el portugués y solía recordar que la primera vez que puso un pie en suelo africano, allá por los años setenta, se sintió como quien vuelve a casa después de una larga ausencia. “Tengo un pie aquí y un pie en la nieve. Un país es la mujer y el otro la amante, aunque no estoy seguro de quién es quién”, explicaba en alusión a su doble relación con Suecia y Mozambique. En su último libro, Arenas Mo

vedizas, publicado por Tusquets en septiembre, tuvo el coraje de afrontar el tema de su enfermedad. Sin duda, es su legado más íntimo y personal. Describe el diagnóstic­o como un “descenso a los infiernos”. Pero en él no sólo trata temas tan escabrosos como el miedo o la muerte. Una vez más, Mankell consigue trascender su propio drama y reflexiona sobre la desigualda­d, la pobreza, la ecología o la responsabi­lidad que se desprende de las elecciones que tomamos.

Wallander, el brillante y melancólic­o inspector, refleja las frustracio­nes de Mankell respecto a la mezquindad humana

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CARLOS GONZÁLEZ ARMESTO / LV

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