Descamisados

LA imagen del director de recursos humanos de Air France escalando una valla sin camisa –o, para ser exactos, con sólo una bocamanga– y con la corbata atada al cuello, tras el asalto de la sede de la compañía aérea, es una de las fotografías del día. Xavier Broseta estaba reunido junto a Pierre Plissonnier, director de la aerolínea, y el comité de empresa de Air France, cuando irrumpieron varios centenares de trabajadores contrarios a la supresión de 2.900 puestos de trabajo antes del 2017, coincidiendo con la reducción de un 10% de su actividad de largo recorrido. Los asaltantes arrancaron la ropa de los directivos, que tuvieron que huir por piernas de la sala, sin que la policía apenas pudiera proteger a los maltrechos ejecutivos en su escapada. Viendo cómo quedó su vestuario, parecía que hubieran sido atacados por leones en la selva más que por empleados de una aerolínea.

El primer ministro Manuel Valls dijo desde Tokio que estaba escandalizado por lo sucedido y el secretario de Esta- do de Transportes calificó de inaceptables las agresiones, que acabarán en los tribunales. El Estado es el principal accionista de Air France. El peso del Estado en la economía francesa es tan grande como eficiente. En cualquier caso, la entidad de los sindicatos equilibra este poder, lo que impide al Gobierno hacer las reformas en profundidad que le reclama la UE. Ahora habrá demandas, pero en el acuerdo final entre las partes la denuncia quedará en nada. O más exactamente en un susto descomunal. Es más o menos lo que le pasó al joven Arthur Conan Doyle, que, nada más establecerse como médico en Portsmouth, le propinó una paliza a un sujeto que golpeaba a una mujer. Al día siguiente, el agredido se presentó en la consulta de Doyle para que lo curara, pero afortunadamente no lo reconoció. También Plissonnier y Broseta deberán hacer ver que no recuerdan a sus agresores cuando firmen el acuerdo que cierre el conflicto.