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La mejora en la calificación financiera de la deuda española, y la tensión en Palestina, que amenaza con el surgimiento de una nueva intifada.
LA tensión israelo-palestina ha alcanzado los últimos días niveles de intifada. Mientras Hamas vuelve a llamar a los jóvenes a enfrentarse al ejército de Israel y Netanyahu cierra la Ciudad Vieja de Jerusalén a los palestinos no residentes, un debilitado Mahmud Abas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), trata de salvar los muebles descartando cualquier negociación con el Gobierno israelí. La escalada de la violencia se ha cobrado en los últimos tres días la vida de dos israelíes y dos palestinos y más de 400 heridos.
La tercera intifada está, pues, a las puertas. En la primera, que estalló en 1987, se enfrentaron piedras contra balas y murieron más de 1.600 palestinos y 170 israelíes y concluyó con los acuerdos de Oslo y la llamada “paz de los valientes” entre Yitzhak Rabin y Yasir Arafat en 1993. El segundo estallido de violencia, con la aparición de comandos suicidas, fue en septiembre del 2000, en plena negociación de Camp David entre ambas partes, después que Ariel Sharon, entonces jefe de la oposición, visitara la explanada de las Mezquitas en un acto de provocación que hizo saltar por los aires las conversaciones de paz con la mejor oferta que Israel ha hecho nunca a los palestinos y que Arafat rechazó.
La constante falta de voluntad de avanzar ni un metro en las negociaciones por parte de Israel y la permanente instalación de colonias en territorio cisjordano ha terminado por poner contra las cuerdas a las autoridades palestinas moderadas de la ANP, especialmente entre los jóvenes, que acusan al Gobierno de Abas de colaborar con los judíos. Los cisjordanos, sin apenas otro horizonte que un humillante y permanente sometimiento, sólo escuchan ahora las consignas que lanza Hamas, mucho más radical, desde Gaza. La situación ha llegado a un punto en el que solamente una intervención de la comunidad internacional, obligando a las partes a sentarse a negociar, puede parar un nuevo estallido de violencia de consecuencias imprevisibles, especialmente si se tiene en cuenta la presencia del Ejército Islámico en la vecina Siria.
Una tercera intifada tiene el riesgo de convocar un efecto llamada a la región para los terroristas islamistas, una circunstancia que debe evitarse a cualquier precio. Lo paradójico es que es el propio primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, el que no descarta una reocupación de Cisjordania por parte del ejército israelí con el argumento de “combatir al terrorismo” y que, de llevarse a cabo, supondría el final de la ANP y una polarización extrema de los dos bandos.