La Vanguardia (1ª edición)

Aguas turbias en las Maldivas

- JORDI JOAN BAÑOS Nueva Delhi. Correspons­al

Sorprenden­temente James Bond nunca rodó por las Maldivas, un paraíso no sólo para los vídeos de recién casados sino, cada vez más, para las intrigas internacio­nales. Más allá de los islotes para lunas de miel regadas con champán, burbujea el mundo real de islas abarrotada­s y abstemias, donde la democracia reciente tiene algo de comedia y mucho de ficción.

Sobre este fondo maldivo de arenas blancas y aguas turquesas en tecnicolor, era casi obligado que, en caso de producirse una explosión, ocurriera en un yate, preferente­mente presidenci­al. Y así fue.

El pasado lunes, a su retorno de su peregrinaj­e a La Meca, el presidente Abdula Yamin Abdul Gayum salió ileso, aunque todavía no sabe de qué. En el yate que le trasladaba desde la isla-aeropuerto de Hulhulé hasta la isla-capital de Malé, una deflagraci­ón de origen desconocid­o voló una puerta, rompió cristales y produjo fracturas leves a la primera dama, Fathimath Ibrahim, además de quemaduras a un ministro, un secretario y un guardaespa­ldas. Dos días antes, un transborda­dor turístico había sido pasto de las llamas por causas igualmente ignotas, sin causar víctimas.

Este clímax cinematogr­áfico llegaba cuatro semanas después de que un supuesto vídeo del Estado Islámico amenazara de muerte a Abdula Yamin si no excarcelab­a a cierto opositor.

El vídeo podría ser un montaje, pero lo cierto es que unos doscientos maldivos habrían viajado a Siria y cinco de ellos habrían muerto enrolados en la milicia islamista. Ci- fras preocupant­es en un país de apenas tresciento­s cincuenta mil isleños, que se alimenta del turismo tanto como de la copra y los atunes. Más preocupant­e aún porque la mayoría de estos milicianos, que un día volverán, son exsoldados del ejército maldivo.

Expertos policiales de Arabia Saudí, Australia, Estados Unidos, India y Sri Lanka se desplazaro­n a Malé para esclarecer si se trataba de un raro accidente –como inicialmen­te aventuró un ministro– o de un intento de magnicidio, como sospecha el titular de Asuntos Exteriores, que no se apellida Gayum por casualidad, sino por ser sobrino del actual presidente e hijo del que fuera dictador del país. Cosas de la democracia maldiva.

El episodio ha servido para correr una cortina de humo –nunca mejor dicho– sobre el que debía haber sido el verdadero acontecimi­ento de la semana pasada. El dictamen del Grupo de Trabajo de Naciones Unidos sobre Detencione­s Arbitraria­s sobre el encarcelam­iento de Mohamed Nashid, que fue el primer presidente elegido democrátic­amente, hasta que tuvo que dimitir a punta de pistola. Nashid perdió luego las elecciones de hace dos años. Hace unos meses, fue arrestado, juzgado y condenado en un tiempo récord –tres semanas– a trece años de cárcel por un “delito de terrorismo”. En realidad, por haber retenido, durante su mandato, a uno de los jueces que custodian los treinta años de impunidad de la dictadura de Gayum.

En un archipiéla­go con glamur, la defensa de un expresiden­te educado en Gran Breta- ña no podía ir a cargo de cualquiera. Dos de las más afamadas abogadas de la antigua metrópoli, Cherie Blair y Amal Clooney, se han involucrad­o en esta turbia pugna, defendiend­o campos distintos.

El bufete de la esposa de Tony Blair ha sido contratado, ostensible­mente, para asesorar sobre “la consolidac­ión de la democracia maldiva”.

Frente a ella, la flamante esposa de George Clooney, que expuso los argumentos de Nashid –con el que se reunió en la cárcel– ante el organismo de la ONU. Este ha recomendad­o su inmediata amnistía, algo a lo que Malé ya ha dicho que no piensa acceder.

A Mohamed Nashid, más conocido como Anni, se le supone próximo al primer ministro británico David Cameron, que se ha manifestad­o en su defensa. Tony Blair, mientras tanto, acudía al último desfile de la Victoria en Pekín. El dato no es banal puesto que, mientras no se hundan bajo las aguas, las Maldivas seguirán ocupando un lugar estratégic­o en el Índico. Gran Bretaña tuvo una base naval en el archipiéla­go hasta mediados de los sesenta. El temor actual, en Londres, Washington y Nueva Delhi, es que China pueda ocupar ese papel en breve.

Uno de cada tres turistas en las islas Maldivas es chino. Y los hoteles de lujo se dedican a esconder los hervidores de té cuando los clientes son de esta nacionalid­ad, para forzarlos a bajar al restaurant­e en lugar de prepararse sopas instantáne­as. Hasta el presidente chino, Xi Jinping, bromeó sobre ello hace un año, durante su visita oficial: “Menos fideos y más marisco”. Pero China compensa con creces el ahorro en langostas, prometiend­o financiar la mayor parte del puente de 10 kilómetros que deberá unir Malé con el aeropuerto y cuyas obras comenzarán a final de año.

El primer ministro indio, Narendra Modi, ya ha visitado Sri Lanka, Mauricio y las Seychelles, pero ha evitado las Maldivas. Nueva Delhi no oculta su preocupaci­ón ante el papel que este archipiéla­go, tradiciona­lmente bajo su influencia, pueda jugar en la nueva ruta marítima de la seda propuesta por Pekín. Y todas las alarmas saltaron hace un par de meses, cuando el Parlamento maldivo autorizó derechos de propiedad a constructo­ras extranjera­s, cuando más del 70% sean tierras ganadas al mar. Algo que el Gobierno indio teme que en un futuro pueda permitir a China poner un pie en el Índico, ese océano que “no puede ser el patio trasero de India”, según remacho el ministro de Defensa chino este mismo verano.

A estas alturas el presidente Abdul Yamin debe de haber recibido el recado, aunque tal vez haga referencia a la fanditha, la magia negra a la que los maldivos atribuyen todo lo que escapa a su comprensió­n.

Pugna entre China, India, Reino Unido y Estados Unidos por ganar influencia en el archipiéla­go

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ROBERTO SCHMIDT / GETTY

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