Relatos en blanco y negro
Dos relatos paralelos, en blanco y negro, que tienen en común no integrar las razones del otro y que se alientan mutuamente. Este es el retrato del proceso de Artur Mas y del contraproceso de Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno de España y el presidente de la Generalitat –el representante del Estado en Catalunya– son los máximos responsables, por este orden de responsabilidades, del impasse político en las relaciones entre Catalunya y el resto de España. Los relatos mágico y apocalíptico han sustituido el debate contradictorio. Se han instalado en una guerra simbólica, refugiados en sus respectivos nacionalismos, en la que la primera víctima ha sido la verdad, sustituida por la agitación y la propaganda, y el primer objetivo a abatir han sido las posiciones puente, tanto políticas como mediáticas.
Los resultados del 27-S dibujan un país empatado consigo mismo e invitan a los dos máximos responsables políticos de Catalunya y del conjunto de España a encontrar, a través del diálogo y el pacto, una fórmula que sea capaz de superar esa dualidad y de integrar a una amplia mayoría de la ciudadanía. Sin embargo, este nuevo comienzo deberá esperar, en el mejor de los casos, hasta después de las generales de diciembre. Entre tanto, más agitación y propaganda, con la ciudadanía tomada como rehén emocional de esta puja de patriotismos.
Los relatos paralelos del periodo que va del proceso participativo del 9-N a las elecciones plebiscitarias del 27-S ilustran la carrera de despropósitos: la huida hacia delante de Mas y la inanición política de Rajoy. He aquí la secuencia. El president echó mano de la astucia para impulsar una consulta a lo Juan Palomo (“yo me lo guiso y yo me lo como”), sin una autoridad electoral que velara por su desarrollo y con una doble pregunta que vulneraba el principio de igualdad: para responder a la cuestión capital –independencia sí o no–, se tenía que avalar primero que Catalunya fuera un Estado (¿sólido, líquido o gaseoso?). El 9-N decía muy poco de la lealtad institucional de Mas, pero Rajoy optó por judicializar la política al promover la querella contra el president, Joana Ortega e Irene Rigau.
“Es peor que un crimen; es un error”, se podría exclamar en alusión a una célebre sentencia sobre la ejecución del duque de Enghien en la Francia napoleónica. Otro error político de Rajoy, sumado a una concatenación de errores, que ha seguido alimentando el relato de Mas. Ahora, en la lógica de la querella, ha pasado desapercibido en muchas crónicas –no así en la de Santiago Tarín– el hecho de que el president acudirá a declarar el 15 de octubre a petición propia –los abogados de los querellados lo pidieron el 16 de septiembre en plena campaña– para poder hacerlo antes que cualquier otro testigo. El resultado es que un trámite judicial, solicitado por los querellados, se compara con el proceso al president Companys, detenido por la Gestapo, entregado a Franco y fusilado en Montjuïc.
Sí, una banalización del franquismo, en este caso por parte de aquellos que se quejan de que se banalice el nazismo. Relatos en blanco y negro. ¿Se podría hacer peor?
Agitación y propaganda, con la ciudadanía tomada como rehén emocional de esta puja de patriotismos