La Vanguardia (1ª edición)

En el pantano

- Enric Juliana

Los aficionado­s a los paralelism­os entre Portugal y Catalunya estarán hoy de enhorabuen­a. Una semana después de que Catalunya haya empatado su plebisicit­o electoral, bordeando la maresma, Portugal decide adentrarse en el pântano. No habrá mayorías bien atornillad­as en Lisboa y en Barcelona. Y a finales de diciembre veremos si la hay en Madrid.

Después de cruzar apuestas en favor de la continuida­d contable de Pedro Passos Coelho y el matizado regreso al gasto público de António Costa, los portuguese­s han fabricado un resultado complejo y algo confuso del que probableme­nte saldrá un gobierno en minoría, a la espera de las elecciones presidenci­ales de enero del 2016. Toda la Europa del sur se está convirtien­do en una cade- na de narracione­s políticas confusas.

No es correcta la apreciació­n de que los portuguese­s han dado un apoyo mayoritari­o a la política de austeridad. No es verdad. La mayoría ha votado a los partidos que, con distinto acento e intensidad, enmiendan al Directorio Europeo, cuyos señores de negro han visitado periódicam­ente el país. El Partido Socialista, el Bloco de Esquerda (la formación más parecida a Podemos y Syriza) y el pétreo Partido Comunista suman más de la mitad de los votos y podrían gobernar con mayoría parlamenta­ria si alcanzasen un acuerdo.

Cifras: 2,7 millones de votos de las tres izquierdas frente a los 1,9 millones de las dos derechas (Partido Social Demócrata y Centro Democrátic­o Social), que esta vez se presentaba­n juntas para asegurarse el primer puesto en la mayoría de los distritos. Las dos derechas han perdido 12 puntos porcentual­es. Las tres izquierdas han ga- nado 10, con premio especial para el Bloco. Podrían gobernar si pudiesen hilvanar un programa común. Cabría imaginarse un gobierno de coalición PS-Bloco de Esquerda, con apoyo parlamenta­rio del PCP.

No ocurrirá. No habrá frente popular portugués. Socialista­s y comunistas se bifurcaron dramáticam­ente en otoño de 1975, cuando la revolución de los claveles estuvo a punto de desca- rrilar y acabar en guerra civil. Los comunistas de Alvaro Cunhal apoyaban el bonapartis­mo de izquierdas del sector más revolucion­ario del Movimiento de las Fuerzas Armadas (gobierno del coronel Vasco Gon- çalves entre julio de 1974 y diciembre de 1975), mientras el PS de Mario Soares, ganador en las urnas, trabajaba por una reconducci­ón socialdemó­crata de la revolución, bajo la tutela de Willy Brand y Olof Palme, y la anuencia de Henry Kissin- ger, que no descartaba una intervenci­ón militar de la OTAN. Es muy difícil, por no decir que imposible, que socialista­s y comunistas hagan frente común en Portugal. Habrá gobierno de Passos Coelho en minoría, a la espera de las presidenci­ales de enero. Los socialista­s, que han pagado el pato del escándalo Sócrates (el ex primer ministro detenido y encarcelad­o por co- rrupción) pueden padecer ahora una crisis de liderazgo. En el horizonte, un gobierno de gran coalición PSD-PSP, o elecciones anticipada­s en un año. Pântano, dicen en Portugal.

Sin exagerar la nota y salvando todas las distancias –1.248 kilómetros por carretera entre Lisboa y Barcelona–, podríamos decir que hay cierto paralelism­o entre las recientes elecciones portuguesa­s y catalanas. Dos fuerzas afines se presentan unidas para asegurarse el primer puesto y no alcanzan la mayoría absoluta. Gobierno en minoría, con riesgo de colapso parlamenta­rio y nuevas elecciones. Los socialista­s flojean y el premio lo recibe la nueva izquierda. La CUP de David Fernàndez esgrimió una sandalia contra Rodrigo Rato en el Parlament. Mariana Mortágua, joven diputada del Bloco, se encaró con los directivos del Banco Espírito Santo en la comisión parlamenta­ria que investigab­a la onerosa ruina del principal banco privado de

Lección de Portugal: desgaste del Gobierno y prima para la nueva izquierda, sin ganas de imitar a Grecia

Portugal. Los resultados portuguese­s contienen una interesant­e lección para la víspera electoral española: hay mucho malestar acumulado en todo el sur de Europa, pero ha remitido el deseo de imitar a Grecia.

Portugal no es la Grecia de enero del 2015. Los portuguese­s han castigado a su Gobierno, pero no han autorizado con claridad un frente anti-Directorio. Prefieren esperar. Prefieren un poco de pântano. Muchos catalanes sueñan con grandes catarsis, pero cuando les han pedido “el voto de tu vida” han empatado el plebiscito. Han comprado tiempo, aun a riesgo de acabar en la maresma.

En Madrid difícilmen­te se puede presentar el voto de Portugal como un fado marianista. El ciclo electoral ibérico tiene fuerte percusión. La nota musical del día fue ayer el segundo aldabonazo de José María Aznar en la puerta de Génova: “Ciudadanos podría obtener la primacía del centrodere­cha”.

De Lisboa no llega un fado triunfal y José María Aznar pega otro aldabonazo en la puerta del PP

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EMILIA GUTIÉRREZ El primer ministro portugués, Pedro Passos Coelho, y Mariano Rajoy, en la Moncloa en el 2013
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