La Vanguardia (1ª edición)

El hermano de Laia

- Pilar Rahola

Debate sensible en Can Basté, a raíz de la carta de Laia de Bolós en La Vanguardia sobre el derecho al voto de su hermano Joan, que le ha sido denegado por el juez por su discapacid­ad intelectua­l. De hecho, más que un debate ha sido una conversaci­ón, porque ningún miembro del Tallat Party conocíamos el problema, y la tertulia ha servido para descubrir los detalles de una injusticia tan extendida como desconocid­a. Rosa Cadenas, presidenta de la Asociación de Discapacit­ats Intel·lectuals de Catalunya (Dincat), ha explicado que hay 4.000 personas discapacit­adas que no han podido votar, a pesar de haberlo pedido. Y ha remachado: “Los jueces retiran el derecho al voto a los discapacit­ados sin ninguna evaluación”.

El problema deriva de la petición de incapacita­ción legal por parte de los padres, con el fin de proteger el patrimonio familiar y de protegerlo­s de abusos económicos, pero que no significa que les quieran dejar sin ningún derecho. E incluso, cuando reclaman al juez que no les declaren incapaces para votar, la mayoría de las veces no lo

Lo segregan por sufrir una discapacid­ad intelectua­l, sin tener en cuenta su capacidad de elegir

consiguen. Es así, pues, como una medida pensada para protegerlo­s de extorsione­s, estafas y otros abusos ajenos se convierte en un instrument­o que recorta derechos fundamenta­les. Y encima lo deciden sin conocer a la persona, ni saber sus pulsiones, ni evaluar su capacidad.

¿Quién es un juez para decidir, de manera casi automática, que el hermano de Laia no puede votar? ¿Por qué su discapacid­ad lo convierte en un segregado social, impedido de intervenir en las decisiones de su país? Explica Laia que Joan lee periódicos, nos escucha en la radio, hay políticos que le gustan y otros que no le gustan nada, y añade que quizás sí votaría al más simpático, o “al que le prometiera un país con hilo musical permanente por las calles, a él que le gusta tanto la música”. Pero si evaluamos los motivos por los cuales hay gente que vota a uno u otro partido, podríamos hacer una encicloped­ia de los disparates. Y todos los votos, por todos los motivos, son acertados, porque esta es la grandeza de la democracia, que entre todos decidimos cómo nos gobiernan. Son tan lícitos los motivos de Joan para votar a un candidato como los de cualquiera que no ha leído un diario, ni se ha acercado a un programa electoral, porque incluso el ciudadano que vive de espaldas a la política tiene derecho a decidir sobre la política.

Joan también. Vive en sociedad, ama su país, se interesa por lo que pasa, tiene opinión, trabaja, comparte, se enfada y se emociona; es uno de los nuestros. Y, sin embargo, no le permiten ejercer el derecho más importante de la democracia: votar por su candidato. Lo segregan por sufrir una discapacid­ad, sin tener en cuenta que mantiene intacta su capacidad de escoger. Es decir, lo segregan como si su opinión no tuviera valor, como si no fuera un ciudadano de pleno derecho. Triste y muy injusto.

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