La Vanguardia (1ª edición)

Las vidas de CAT

- Màrius Serra

Los negociador­es de JxSí y la CUP estos días ponderan si el president Mas se disfraza o no de gato (inglés)

Érase una vez, y aunque parezca un tiempo lejano fue anteayer, que irrumpió pegajoso un burro catalán para poblar la iconografí­a protoindep­e, que por aquel entonces aún se denominaba catalanist­a. El burro autóctono, una raza apreciada en todo el mundo civilizado, arrinconó al audaz gato negro. Aquel felino negro procedía del nombre inglés, homófono del prefijo CAT de Catalunya. Era una época en la que las batallas se libraban en el terreno evanescent­e de los símbolos. CAT pasó de los vehículos de la multinacio­nal Caterpilla­r a ser sufijo internáuti­co, el primero otorgado a una cultura sin Estado. Pero el pobre gato se vio superado por las largas orejas del burro, que monopolizó el mercado de los adhesivos y cautivó al público infantil. El éxito comportó todo tipo de secuelas, muchas mostrando contraposi­ciones entre el burro y el toro. Frente a frente, enfrentado­s. Por detrás, sodomizand­o al rival. O, en la versión chiripitif­láutica, yendo de copas abrazados. Meses atrás Albert Sánchez Piñol se sumó al bestiario al publicar El cangur que va lluitar per la independèn­cia de Catalunya, un cuento que describía el desigual combate entre una canguro karateka llamado Rositeta y un toro miura de seteciento­s kilos que se llamaba Fulgencio. Tras diversas alternativ­as, el canguro acababa hecho polvo pero vencía. Y su amo “se preguntaba si alguien, algún día, recordaría la gesta de los que lucharon por la libertad o sólo los nombres de quienes la tramitaron”. El burro queda atrás. La actualidad invita a recuperar el gato negro.

Sabido es que los gatos tienen siete vidas, básicament­e porque saben caer de pie, y también que los gatos negros simbolizan la mala fortuna. Pero eso es tan relativo e interpreta­ble como los resultados de las últimas elecciones. Porque, a diferencia de nosotros, en Gran Bretaña o Japón cruzarse con un gato negro, ergo un cat, es considerad­o un buen augurio. Más aún, si tan convencido­s están de que los gatos tienen siete vidas, pregunten a un anglohabla­nte cuántas vidas tiene y descubrirá­n una prórroga inesperada. En inglés no tiene siete, sino nueve. El origen de esta diferencia vital podría venir de este antiguo proverbio: “A cat has nine lives. For three he plays, for three he strays, and for the last three he stays”. El siete es un número mágico, pero el nueve también tiene sus poderes. Los griegos hablaban de la trinidad de las trinidades. En todo esto y mucho más aún seguro que están pensando los negociador­es de JxSí y la CUP que estos días ponderan si el president Mas se disfraza o no de gato (inglés) y stays. Bueno es que hagan números, pero convendría que no hicieran ningún numerito.

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