Las vidas de CAT
Los negociadores de JxSí y la CUP estos días ponderan si el president Mas se disfraza o no de gato (inglés)
Érase una vez, y aunque parezca un tiempo lejano fue anteayer, que irrumpió pegajoso un burro catalán para poblar la iconografía protoindepe, que por aquel entonces aún se denominaba catalanista. El burro autóctono, una raza apreciada en todo el mundo civilizado, arrinconó al audaz gato negro. Aquel felino negro procedía del nombre inglés, homófono del prefijo CAT de Catalunya. Era una época en la que las batallas se libraban en el terreno evanescente de los símbolos. CAT pasó de los vehículos de la multinacional Caterpillar a ser sufijo internáutico, el primero otorgado a una cultura sin Estado. Pero el pobre gato se vio superado por las largas orejas del burro, que monopolizó el mercado de los adhesivos y cautivó al público infantil. El éxito comportó todo tipo de secuelas, muchas mostrando contraposiciones entre el burro y el toro. Frente a frente, enfrentados. Por detrás, sodomizando al rival. O, en la versión chiripitifláutica, yendo de copas abrazados. Meses atrás Albert Sánchez Piñol se sumó al bestiario al publicar El cangur que va lluitar per la independència de Catalunya, un cuento que describía el desigual combate entre una canguro karateka llamado Rositeta y un toro miura de setecientos kilos que se llamaba Fulgencio. Tras diversas alternativas, el canguro acababa hecho polvo pero vencía. Y su amo “se preguntaba si alguien, algún día, recordaría la gesta de los que lucharon por la libertad o sólo los nombres de quienes la tramitaron”. El burro queda atrás. La actualidad invita a recuperar el gato negro.
Sabido es que los gatos tienen siete vidas, básicamente porque saben caer de pie, y también que los gatos negros simbolizan la mala fortuna. Pero eso es tan relativo e interpretable como los resultados de las últimas elecciones. Porque, a diferencia de nosotros, en Gran Bretaña o Japón cruzarse con un gato negro, ergo un cat, es considerado un buen augurio. Más aún, si tan convencidos están de que los gatos tienen siete vidas, pregunten a un anglohablante cuántas vidas tiene y descubrirán una prórroga inesperada. En inglés no tiene siete, sino nueve. El origen de esta diferencia vital podría venir de este antiguo proverbio: “A cat has nine lives. For three he plays, for three he strays, and for the last three he stays”. El siete es un número mágico, pero el nueve también tiene sus poderes. Los griegos hablaban de la trinidad de las trinidades. En todo esto y mucho más aún seguro que están pensando los negociadores de JxSí y la CUP que estos días ponderan si el president Mas se disfraza o no de gato (inglés) y stays. Bueno es que hagan números, pero convendría que no hicieran ningún numerito.