Portugal-España
Independientemente del resultado, las elecciones portuguesas ponen de manifiesto una fuerte estabilidad del sistema de partidos en el país vecino. Parece que el Partido Social Demócrata se ha impuesto al Partido Socialista, pero a los efectos de esta reflexión no es lo más destacable. Lo que provoca interés es que, a pesar de los recortes y las fuertes medidas de austeridad, el sistema de partido mantiene sus características básicas, sin muchos cambios ni mucho menos escenarios trastornados.
¿Por qué? ¿Por qué dos países –Portugal y España– que entraron simultáneamente en la Unión Europea, que han aplicado políticas de ajustes muy parecidas y que en algunas de sus magnitudes económicas han padecido una evolución muy igual, tienen respuestas electorales tan diferentes? Aquí, en el conjunto de España, fuerzas políticas emergentes dominan el debate mediático; en Portugal son las fuerzas políticas tradicionales las que dominan el escenario político. ¿Por qué?
Quizás podríamos remontarnos al proceso de recuperación democrática en los dos países. Portugal lo hizo por una vía revolucionaria –la revolución de los claveles– y en España por una vía de transición democrática, constituyente y pacífica. Durante muchos años, Portugal ha ido imponiéndose consideraciones constitucionales que la liberaran de ciertos lastres revolucionarios que dificultaban la consolidación democrá- tica de una economía social de mercado. Aquí, en estos momentos, nuevas corrientes de opinión añoran la “ocasión perdida” de un cambio más traumático y revolucionario. El gusto por la radicalidad devalúa, para algunos, el sentido del proceso de transición en España. Y, ahora, se querría cuestionarlo por una vía más radical.
Así, hay fuerzas que postulan la salida de la Unión Europea, de la OTAN; que ponen en cuestión la economía de mercado, no pagar la deuda y que defienden una vía más asam-
Cada país tiene su historia y el derecho a conformar su futuro; del entorno pueden resultar experiencias aleccionadoras
blearia de participación en detrimento del sistema de partidos propio de las democracias occidentales. Son fuerzas políticas, obviamente legítimas, pero que cuestionan, a veces, la legitimidad de los demás.
Cada país tiene su historia y también el derecho a conformar cómo quiere que sea su futuro. Pero, a veces, del entorno pueden resultar experiencias aleccionadoras. Siempre hay que tener una mirada más amplia que la del estricto horizonte local.