La Vanguardia (1ª edición)

Apreturas electorale­s

- Miguel Ángel Aguilar

Cunde un extraño proceder: el de anunciar la fecha de las elecciones antes de decretar su convocator­ia como reclaman los usos legales. Lo hizo antes del verano el presidente de la Generalita­t, Artur Mas, y por esa misma senda le ha seguido el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la entrevista televisiva del pasado 1 de octubre, donde señaló que las generales serán el domingo 20 de diciembre con el público en otra onda, entregado a las vísperas navideñas. La impresión dominante es que, persuadido de que las urnas le privarán de la actual mayoría, el líder del PP quiere exprimir hasta la extenuació­n las posibilida­des que aún le brinda la ventaja de escaños. Además, la aprobación exprés de la ley de Presupuest­os Generales del Estado confirma el propósito tenaz de dejarlo todo atado y bien atado como pretendía, con las armas y el resultado que se vio, el general superlativ­o que tuvimos encima.

Claro que las elecciones las carga el diablo y desencaden­an muchos procesos previos. Los partidos deben decidir si concurren y en cuántas circunscri­pciones provincial­es lo hacen, quién encabezará sus listas y de qué se compondrán. Es la hora de la verdad, la de los compromiso­s, la de las opciones, la de elegir qué nombres van a ofrecerse a los electores en las papeletas de votación y cuál será el programa para la nueva legislatur­a. Los programas tienen la virtud de evitar cualquier memoria económica donde se explique la procedenci­a de los recursos para tanto como prometen y al día siguiente del recuento electoral se convierten en un inconvenie­nte que algunos se empeñan en recordar. Pero el problema más arduo es el de las listas. Los que están quieren seguir, los que abandonan el gobierno y el gabinete de la Moncloa quieren figurar, los aspirantes invocan la renovación para que les hagan sitio y la mitad de las plazas han de ser para mujeres, sin olvidar el toque ecologista y otros tics de obligado cumplimien­to. Los puestos que garantizan la elección se reducen y de ahí las apreturas que vienen y los contorsion­istas.

De modo que el desconcier­to surgido del resultado de las elecciones catalanas del 27-S puede reeditarse. Porque los nombres yuxtapuest­os de procedenci­as heterogéne­as carecen del más mínimo encuadrami­ento y dejan un horizonte parlamenta­rio imprevisib­le en aras de configurar un grupo parlamenta­rio coherente que respalde e incentive la acción de gobierno.

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