Apreturas electorales
Cunde un extraño proceder: el de anunciar la fecha de las elecciones antes de decretar su convocatoria como reclaman los usos legales. Lo hizo antes del verano el presidente de la Generalitat, Artur Mas, y por esa misma senda le ha seguido el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la entrevista televisiva del pasado 1 de octubre, donde señaló que las generales serán el domingo 20 de diciembre con el público en otra onda, entregado a las vísperas navideñas. La impresión dominante es que, persuadido de que las urnas le privarán de la actual mayoría, el líder del PP quiere exprimir hasta la extenuación las posibilidades que aún le brinda la ventaja de escaños. Además, la aprobación exprés de la ley de Presupuestos Generales del Estado confirma el propósito tenaz de dejarlo todo atado y bien atado como pretendía, con las armas y el resultado que se vio, el general superlativo que tuvimos encima.
Claro que las elecciones las carga el diablo y desencadenan muchos procesos previos. Los partidos deben decidir si concurren y en cuántas circunscripciones provinciales lo hacen, quién encabezará sus listas y de qué se compondrán. Es la hora de la verdad, la de los compromisos, la de las opciones, la de elegir qué nombres van a ofrecerse a los electores en las papeletas de votación y cuál será el programa para la nueva legislatura. Los programas tienen la virtud de evitar cualquier memoria económica donde se explique la procedencia de los recursos para tanto como prometen y al día siguiente del recuento electoral se convierten en un inconveniente que algunos se empeñan en recordar. Pero el problema más arduo es el de las listas. Los que están quieren seguir, los que abandonan el gobierno y el gabinete de la Moncloa quieren figurar, los aspirantes invocan la renovación para que les hagan sitio y la mitad de las plazas han de ser para mujeres, sin olvidar el toque ecologista y otros tics de obligado cumplimiento. Los puestos que garantizan la elección se reducen y de ahí las apreturas que vienen y los contorsionistas.
De modo que el desconcierto surgido del resultado de las elecciones catalanas del 27-S puede reeditarse. Porque los nombres yuxtapuestos de procedencias heterogéneas carecen del más mínimo encuadramiento y dejan un horizonte parlamentario imprevisible en aras de configurar un grupo parlamentario coherente que respalde e incentive la acción de gobierno.