Lecciones de ópera en Berlín
La ralentización cultural de Barcelona obliga a buscar alternativas: ¿copiar a los países de mayor tradición músical?
El Liceu inaugurará mañana su temporada con una velada que será previsiblemente sobria. Barcelona no es una ciudad muy dada a los estrenos glamurosos y el de este Nabucco no será una excepción. En el Gran Teatre no se espera a Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, que sí asistieron al estreno oficial del Teatro Real de Madrid. Pero nadie los va a echar a faltar. Y en cuanto a los representantes políticos, atareados en esta rentrée tan convulsa, se espera en todo caso a Artur Mas y a José María Lassalle. Tal vez Madrid no sea el modelo que imitar. Esta cronista asistió durante el fin de semana al estreno de la temporada que celebraron conjuntamente las tres –tres– óperas de Berlín. Algunos de los detalles observados allí sirven acaso de guía para esta Barcelona que, justo es decirlo, necesita mejorar. Estreno conjunto. Unos Maestros cantores de Nuremberg repartidos durante dos días en la Staatsoper (la noche del sábado y la matiné del domingo), con Daniel Barenboim y Klaus Florian Vogt; unos Cuentos de Hoffman en la Komische Oper (con Nicole Chevalier) y un Vasco da Gama en la Deutsche Oper (con Roberto Alagna) convirtieron el pasado fin de semana en un acontecimiento musical en Berlín. Es la primera vez que se consigue cuadrar las agendas de los artistas y de los tres teatros para lograr un arranque tan redondo.
¿Se puede plantear Barcelona algo igual? Es muy difícil, pero, en cualquier caso, la capital catalana está más necesitada que Berlín de situarse en el mapa de la clásica. Visto el modo en que la cita berlinesa ha atraído a medios internacionales, valdría la pena que el Liceu, el Palau de la Música y el Auditori exploraran la posibilidad.
De hecho, las tres instituciones, junto a Ibercamera, forman ya parte de Barcelona Obertura. Classic & Lyric, una idea de Barcelona Global que persigue situar la ciudad en la agenda de la ópera, la clásica y la danza. Y artistas catalanes con gran prestigio en el exterior, como Jordi Savall, La Fura dels Baus o Calixto Bieito, podrían ser de ayuda para impulsar un proyecto de estas características. “¿Cómo pronunciáis Calixto?”, quiere saber el crítico de The Guardian desplazado a Berlín. En la prensa mundial. Haber programado en sólo tres días en Berlín un trío de espectáculos de primerísimo nivel ha permitido atraer a la ciudad periodistas especializados de todo el mundo. Bien, es verdad, la organización ha corrido con los gastos de alojamiento. Pero no es fácil, en un mundo tan competitivo como el de las ciudades que programan ópera, captar hasta este punto la atención de los medios.
“Berlín es la Roma del siglo XXI, la gente quiere visitarla, pero tal vez son viajes de cuatro días, y eso significa visitar sólo museos. Hay que hacer un esfuerzo, presentarnos bien, en diferentes lenguas…”, dice Konrad Schmidt-Werthern, responsable de los asuntos culturales del gobierno local. Una lección para Barcelona: no hace falta agasajar a los reporteros y a los críticos paseándolos por la ciudad en microbuses con los cristales tintados. En Berlín, los organizadores facilitan a cada uno un pase de 72 horas para el transporte público. Sin privilegios para los VIP. A los estrenos de Berlín tampoco se espera que acudan las autoridades. Es en los festivales de verano donde se deja ver Angela Merkel (nunca se pierde la cita anual de Bayreuth). En Alemania la cultura musical es infinitamente superior a la nuestra, el público va a las óperas para disfrutar del espectáculo, no a dejarse ver. Y la exigencia está servida. La directora de escena Vera Nemirova se acaba de llevar un buen abucheo por su montaje de Vasco da Gama: algo kitsch y simplón.
Un aspecto interesante de la experiencia berlinesa es que la fiesta posterior con los cantantes y los cuerpos artísticos está abierta a todo el público. En un lugar equivalente al Foyer o al Saló dels Miralls del Liceu, Barenboim y Klaus Florian Voigt intercambian saludos, felicitaciones y copas de champán –bueno, el tenor prefiere una bebida caliente para suavizar la gargan- ta– con los espectadores de la Staatsoper que han optado por quedarse. La Staatsoper ocupa ahora el teatro Schiller, su reforma no estará lista antes del 2017.
Hay que admitir que eso es posible porque la actitud del público es discreta. En Berlín no se acosa a las celebridades. En Centroeuropa en general, los cantantes son simplemente artistas que hacen su trabajo, mientras que en otras latitudes son famosos con los que hay que hacerse una selfie. Enternece ver a un avejentado Daniel Barenboim –director vitalicio de la Staatskapelle de Berlín en la Staastoper Under den Linden– asistir al brindis posterior a su exitosa producción de los Cantores sentado tranquilamente en una silla sin que nadie se le acercara. Maestro de ceremonias. Este natural acercamiento al público que se produce al finalizar las funciones de ópera en Alemania cuenta además con un maestro de ceremonias. El director artístico de la casa es por lo general quien se encarga de presentar al elenco. Si además, como fue el caso del laureado Barrie Kosky –el australiano que dirige la Komische Oper desde 2012–, es el responsable del brillante montaje que se acaba de ver, la adrenalina que se transmite no es poca.
INTENSO FIN DE SEMANA La tres óperas de Berlín se coordinan y abren temporada con un gran trío de espectáculos
‘PREMIÈRE’ PARA TODOS La fiesta posterior con los cantantes y los cuerpos artísticos está abierta a todo el público
Dinero y actividad. Hasta 640 funciones de ópera tiene programadas Berlín para esta temporada. Público no le falta (83 por ciento de ocupación) y dinero tampoco. El presupuesto de los tres teatros suma casi 200 millones y el gobierno contribuye en un 80 por ciento. “El dinero público va a tener que seguir ahí, pues los mecenas aportan poco: consideran que ya lo pagan con sus impuestos”, comenta el citado concejal.