La Vanguardia (1ª edición)

El mundo del catch

- Josep Maria Ruiz Simon

La lucha libre ha llegado al CCCB de la mano de la fotógrafa Lourdes Grobet. Y en diciembre se alojará unos días en la Filmoteca, que ha programado un ciclo sobre el Santo, un luchador legendario que protagoniz­ó más de cincuenta películas. Tanto la exposición como el ciclo se inscriben en el marco del Festival Internacio­nal de México en Barcelona. La lucha libre es muy popular en México. También lo fue en Barcelona durante el franquismo, cuando el Gran Price ofrecía unas sesiones matinales que se llenaban de público de todas las edades. Y en Francia, donde vivió su edad de oro en los años 50 y 60. Esta última popularida­d explica el lugar de honor que le reservó Roland Barthes en las Mitológica­s (1957), donde recogía los textos que, entre 1954 y 1956, escribió sobre los mitos de la vida cotidiana francesa. El escrito que encabeza la obra se titula El mundo del catch. Y sigue siendo una lectura muy recomendab­le.

Barthes, que era un habitual de los combates que se celebraban en el Elysée Montmartre, donde a menudo le acompañaba su buen amigo Michel Foucault, empieza recordando que, a diferencia del boxeo, la lucha libre no es un deporte, no es, si se prefiere, una competició­n, sino un mero espectácul­o. Como las comedias de Molière o las tragedias de Racine, con las que comparte el gesto enfático. Cada espectácul­o tiene sus objetivos y sus medios

El vencedor (el héroe) y el perdedor (el canalla) están predetermi­nados; y el público lo sabe, aunque finja ignorarlo

para lograrlos. Y, según Barthes, el objetivo del catch es escenifica­r de una manera simple e inteligibl­e un concepto puramente moral: la justicia. En el mundo de la lucha libre, en el que el bien y el mal son tan claramente delimitado­s como los gestos que los significan, es esencial la idea de “poner en su lugar” y “pasar factura” a los malvados, expresada, a través de fórmulas diversas, por la concurrenc­ia.

La comparació­n con los combates de boxeo, que solían compartir cuadriláte­ros con los de lucha libre, es significat­iva. El boxeo se fundamenta en la demostraci­ón durante el combate de la superiorid­ad de uno de los rivales. Por eso, tienen sentido las apuestas. En el catch, en cambio, el resultado no está en juego. El vencedor (el héroe) y el perdedor (el canalla) están predetermi­nados. Y el público lo sabe, aunque finja ignorarlo. Y este conocimien­to condiciona tanto sus expectativ­as y reacciones como la manera en que los propios luchadores interpreta­n su papel. Que el desenlace de los combates nunca se aparte de lo previsto hace que su función no consista en ganar, sino en realizar los gestos y en representa­r las pasiones que el público espera y que son los que les correspond­en en función del papel de héroes o canallas que les toca interpreta­r.

Hace tiempo que algunas asociacion­es, como el Espai Jove la Fontana, de Gràcia, miran de reavivar en Barcelona la afición por la lucha libre. Quizás acabarán saliéndose con la suya. La política catalana ha sabido crear nuevos públicos que ya viven mentalment­e instalados en el mundo del catch. Y no puede descartars­e que algún día lleguen a preferir el original a la copia.

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