El mundo del catch
La lucha libre ha llegado al CCCB de la mano de la fotógrafa Lourdes Grobet. Y en diciembre se alojará unos días en la Filmoteca, que ha programado un ciclo sobre el Santo, un luchador legendario que protagonizó más de cincuenta películas. Tanto la exposición como el ciclo se inscriben en el marco del Festival Internacional de México en Barcelona. La lucha libre es muy popular en México. También lo fue en Barcelona durante el franquismo, cuando el Gran Price ofrecía unas sesiones matinales que se llenaban de público de todas las edades. Y en Francia, donde vivió su edad de oro en los años 50 y 60. Esta última popularidad explica el lugar de honor que le reservó Roland Barthes en las Mitológicas (1957), donde recogía los textos que, entre 1954 y 1956, escribió sobre los mitos de la vida cotidiana francesa. El escrito que encabeza la obra se titula El mundo del catch. Y sigue siendo una lectura muy recomendable.
Barthes, que era un habitual de los combates que se celebraban en el Elysée Montmartre, donde a menudo le acompañaba su buen amigo Michel Foucault, empieza recordando que, a diferencia del boxeo, la lucha libre no es un deporte, no es, si se prefiere, una competición, sino un mero espectáculo. Como las comedias de Molière o las tragedias de Racine, con las que comparte el gesto enfático. Cada espectáculo tiene sus objetivos y sus medios
El vencedor (el héroe) y el perdedor (el canalla) están predeterminados; y el público lo sabe, aunque finja ignorarlo
para lograrlos. Y, según Barthes, el objetivo del catch es escenificar de una manera simple e inteligible un concepto puramente moral: la justicia. En el mundo de la lucha libre, en el que el bien y el mal son tan claramente delimitados como los gestos que los significan, es esencial la idea de “poner en su lugar” y “pasar factura” a los malvados, expresada, a través de fórmulas diversas, por la concurrencia.
La comparación con los combates de boxeo, que solían compartir cuadriláteros con los de lucha libre, es significativa. El boxeo se fundamenta en la demostración durante el combate de la superioridad de uno de los rivales. Por eso, tienen sentido las apuestas. En el catch, en cambio, el resultado no está en juego. El vencedor (el héroe) y el perdedor (el canalla) están predeterminados. Y el público lo sabe, aunque finja ignorarlo. Y este conocimiento condiciona tanto sus expectativas y reacciones como la manera en que los propios luchadores interpretan su papel. Que el desenlace de los combates nunca se aparte de lo previsto hace que su función no consista en ganar, sino en realizar los gestos y en representar las pasiones que el público espera y que son los que les corresponden en función del papel de héroes o canallas que les toca interpretar.
Hace tiempo que algunas asociaciones, como el Espai Jove la Fontana, de Gràcia, miran de reavivar en Barcelona la afición por la lucha libre. Quizás acabarán saliéndose con la suya. La política catalana ha sabido crear nuevos públicos que ya viven mentalmente instalados en el mundo del catch. Y no puede descartarse que algún día lleguen a preferir el original a la copia.