Picasso dialoga con artistas de hoy en París
Una muestra en el Grand Palais exhibe obras del autor e influidas por él
Piensa seguir pintando?”, le pregunta el entrevistador a Picasso, el 11 de mayo de 1959. “Sí –responde– porque lo mío es una manía”. La cita, recogida en Propos sur l’art (Palabras sobre el arte, Gallimard), inspiró Picasso.manía, el título de la exposición que del 7 de octubre al 29 de febrero provocará colas previsibles ante el Grand Palais de París.
Otoño maníaco: además del Grand Palais, hay Picasso en el MoMA de Nueva York y en les Abattoirs de Toulouse. El Musée Picasso, el del fondo más rico del mundo, festejará sus treinta años, desde el 20, con una modificación total del recorrido por la obra.
Hasta el Louvre se suma: a través de los cuatro cuadros que conserva, revisa sus relaciones de más de me- dio siglo con el pintor, quien descubrió el Louvre al mismo tiempo que París.
En el Grand Palais, sorprende el colgado de los cuadros. Abigarrado y antiguo. Como el título, también ese detalle lo han tomado prestado. “Nos inspiramos en cómo Picasso presentaba la obra en sus talleres. Y en las muestras que supervisó: en 1932 en la galería Georges Petit. O en 1970 y 1971, en el palacio de los Papas de Aviñón”.
Lo explica Didier Ottinger –comparte comisariado con Diana Widmaier y con Émilie Bouvard, conservadora del Picasso parisino–, autor del pedagógico Picasso.manía, editado por Gallimard y la Réunion des Musées nationaux, a precio de crisis: 8,90 euros.
En total, más de cien obras firmadas por Picasso dialogan con otras trescientas doce, de setenta y ocho artistas contemporáneos. Con dos grandes ausentes: el Guernica y Demoiselles d’Avignon no se despla- zan. Pero inspiraron por decenas las obras presentes. Y dos salas.
En el casting, arte moderno y contemporáneo: Barceló, Miró, Tàpies, Equipo Crónica y Antonio Saura comparten espacio –desmesurado: 15 salas– con Basquiat, Cheri Samba, Alechinsky, Maurizio Cattelan, Frank Gehry, Judd, Paul Mc Carthy, Emir Kusturica, Schnabel...
La exposición, múltiple como el pintor, abarca técnicas y soportes variados: óleos, vídeos, esculturas, artes gráficas, filmes, fotografías, instalaciones... El recorrido es generoso. En 1971, el crítico austriaco Wieland Schmied fue el primero que, para festejar los noventa otoños del pintor, encargó trabajos a más de cincuenta artistas. Picasso siguió con curiosidad ese homenaje de figuración y abstración, pop y minimalismo. En Salut l’artiste! Erró y el Equipo Crónica recuerdan al Picasso asiduo del autorretrato.
El cubismo, espacio múltiple recupera la epopeya comenzada en 1908, con Braque. Y es normal que la sala siguiente sea para David Hockney: en 1980, el británico decidió “releer el cubismo, no como un prólogo de la abstracción sino como la trascripción plástica de una visión que toma en cuenta las matemáticas y la física de la época en la que nació”.
Dos colaboradores de Jean-Luc Godard, Jean-Paul Battaggia y Fabrice Aragno, recolectaron, con ayuda de Diana Widmaier, imágenes de cine, teatro, danza y publicidad para Picasso atraviesa la pantalla. De Polke a Koon, en medio de artistas africanos, se mide el impacto de las pupilas del burdel de Avinyó. El de Guernica lo subraya, con violencia, Who’s afraidof the big bad wolf, de Adel Abdessemed: animales embalsamados, acero y alambre.
“Es un Picasso”, revisa el tópico cultivado por el propio pintor –en 1920, en 1930 y de nuevo tres décadas más tarde–, de la deformación y lo grotesco al retrato femenino en serie. Otra secuencia: Oldenburg, Lichtenstein, Warhol interrumpen el reinado de la abstracción. Pero se apropian los Picasso: “Objeto de consumo”.
En 1959, cuando Picasso confesaba su manía de pintar, nacía en Holanda Rineke Dijkstra. En el Grand Palais, fotógrafa que renueva el género retrato, se apropia La mujer
que llora (Dora Maar en 1937). Más lejos, Jasper Johns combina ídolos: Duchamp y Picasso. En 1988, Martin Kippenberger descubre las fotografías de David Douglas Duncan: Picasso en La Californie. Una de ellas impregnará su obra: el pintor viste un calzón XXL. Una sala conjuga las infinitas variantes.
¿Alguien evoca, desde que Picasso entró en el santoral, la frase del coleccionista e historiador del arte Douglas Cooper, sobre la obra última? “Garabatos incoherentes ejecutados por un vejete frenético, en la antecámara de la muerte”.
Hoy la mirada es otra. Por eso la sala se llama Un joven pintor en Avi
ñón. Prólogo a Bad Painting. Aquella obra postrera, acogida con frialdad en 1970 y 1973, “diez años más tarde se impone como modelo –puntualiza Ottinger– a una generación surgida en los 1980 que, cuatro años más tarde, cuando el Guggenheim de Nueva York dedica una muestra a los Picasso últimos, se reconoce en su pintura”.
En fin, fundamental: Star System. Se suele olvidar que si Dalí convocaba con tambores a la prensa, Picasso supo reunirla de manera más sutil y permanente. Desde la Liberación de París y hasta el final de su vida, será un personaje popular, tratado por el cine (El misterio Picasso, de Clouzot, en 1955), por la prensa people y por L’Humanité, el diario comunista, que se hacía eco de sus donativos a mineros en huelga.
Su torso desnudo de septuagenario vigoroso, sus camisetas de marinero, su tendido en las plazas de toros del sur de Francia, con fotos de sus amigos –Lucien Clergue, André Gomez, Edward Quinn...– fueron tema cotidiano.
Oliver Widmaier Picasso, hermano de Diana, trató ya en un libro esa habilidad del abuelo –que él ha heredado, por cierto– para saber siempre dónde está el objetivo. Es el consejero de Picasso, nacimiento del
icono, filme de Hopi Lebel, de 52 minutos (en francés, subtitulado en inglés y en castellano, vendido en la librería del Grand Palais).
Picasso da el tono: “Pretendí demostrar que se puede tener éxito contra todo y todos, sin aceptar compromisos. Y que un artista necesita triunfar, no sólo para vivir, sino para realizar su obra”.
O, en palabras del nieto: “Picasso también esculpió su imagen, cambiante y única. La del artista que inventa el arte moderno; la del patriarca seductor”.