El poder de la lectura

WILLIAM Faulkner es el ejemplo más claro de que un libro puede ayudar a triunfar, pues trabajaba en una mina de carbón y en los intervalos se apoyaba en una carretilla volcada y se alumbraba con la luz mortecina de la linterna de su casco para leer. E incluso para escribir, pues aseguran que entre la montaña de carbón y la caldera que tenía a su cuidado en una planta de energía eléctrica escribió Mientras agonizo. Me acordé de este capítulo de la biografía de Faulkner al leer la entrevista de La Contra a J.R. Moehringer, premio Pulitzer, que acaba de publicar El bar de las grandes esperanzas (Duomo Ediciones), la historia –en parte autobiográfica– de un niño sin padre que encuentra en los personajes dickensianos del antro que frecuentaba una serie de cómplices indispensables para su triunfo en la vida. El novelista James Salter, fallecido este verano, comentó al leer esta novela: “Ojalá el whisky diera tanto placer como la lectura de estas páginas”.

Decía Moehringer en la última página de La Vanguardia: “Cuando yo leía diarios siendo niño, buscaba historias de la vida real para orientarme en el mundo y saber quién era, qué había sido y qué podía ser”. Y hablando del momento de la prensa declaraba: “No están los diarios en su mejor momento, pero lo mismo le pasaba a la radio hace veinte años: todo el mundo la daba por muerta... y hoy está más viva que nunca. Al final, los periodistas explicaremos historias: no sé si en papel o en humo, pero continuaremos explicándolas. Deberíamos volver a ser novelistas de la actualidad”. Para concluir con rotundidad: “Leer es lo único que nos hace sentir culpables, cuando lo hacemos y cuando no, pero a alguien que lee se le nota hasta en los andares. Los mejores siempre leerán”.

Comparto las palabras de Moehringer: no es un acto de fe en el periodismo escrito, sino el convencimiento de que la prensa hace que la sociedad sea mejor. Los mejores leerán. ¿ Y el resto? Todo eso que se pierden.