Los nombres y las cosas
Lluís Foix analiza la actualidad política: “Catalunya entra en un periodo de transacciones transversales con ella misma y, en consecuencia, con España y con Europa. La CUP pondrá condiciones muy estrictas para pactar una presidencia de la lista encabezada por Raül Romeva. Puede que una de ellas sea el nombre de la persona que será president. Pero la dificultad no está sólo en los políticos de los dos partidos que confeccionaron la lista electoral”.
Recuerdo que en uno de los paseos por las calles de Londres con Augusto Assía, el que fue corresponsal de este diario en Inglaterra me aconsejaba que nunca hablara de victorias aplastantes ni derrotas humillantes. Lo había escrito en una crónica de una elección parcial en la que los conservadores habían obtenido un inesperado y rotundo resultado sobre los laboristas. La victoria puede ser por un voto o por cincuenta mil. Da igual, me decía Augusto Assía, después de haber comido en el restaurante del hotel Savoy del Strand, muy cerca de la famosa Fleet Street, la gran concentración del periodismo británico en los tiempos de su grandeza.
Una personalidad identificada con la candidatura de Junts pel Sí se lamentaba inútilmente de que con dos escaños más todo sería mucho más fácil. Habían transcurrido tres días desde el 27 de septiembre y el problema era y es cómo designar al presidente de la Generalitat. Con los 62 escaños obtenidos no basta. Y si en una segunda votación no se convence a dos diputados de la CUP, o de otra formación, nos encontraremos con la primera y muy seria dificultad para formar un gobierno. Sostengo que Artur Mas podrá ser investido porque las presiones sobre los cuperos serán de muy alto voltaje y porque entrar en otro periodo electoral allá por el mes de marzo me parece que no conviene a nadie.
Catalunya necesita estabilidad política y atender a los intereses y preocupaciones más perentorios de sus ciudadanos. Ha llegado el día después y las sombras de las incógnitas aparecen como aquellas figuras que adquieren formas fantasmales cuando se transita de noche por un camino solitario.
Se supone que la legislatura tendrá una duración de 18 meses, según se establecía en la hoja de ruta última y también de acuerdo con las promesas de Artur Mas, que, desde el número cuatro de la lista, nos decía que vivíamos una situación sin precedentes en el mundo y que en un año y medio se habrían terminados los trabajos para poder efectuar un referéndum definitivo sobre la independencia.
La realidad es que estamos en medio de un apagón informativo transitorio de la CUP, que se ha impuesto un plazo de reflexión hasta el próximo jueves. Supongo que el diputado electo, Antonio Baños, o cualquiera de sus nueve colegas van a presentar las condiciones para apoyar la candidatura de Junts pel Sí. Han dicho que no darán su voto a Artur Mas. Pero en política todo es cambiante y posible. El hecho es que diez días después del 27-S vivimos un proceso de interinidad que depende de diez diputados que no saben qué pintamos en Europa, que creen que hay que dar unas cuantas zurras a los bancos y que el sistema capitalista es maldito y perjudicial para todos.
Con dos diputados más no habría que pasar por estos desagradables trances. Pero los escaños se fabrican con votos y no con declaraciones y menos aún con intervenciones de tertulianos que arregla- mos el mundo sin saber exactamente cómo.
En estos días ya no se habla de desconexión como el que apaga la luz de la segunda residencia. Ni tampoco de plazos y ni siquiera de cómo se producirá el paso hacia un Estado propio, llevado a cabo con una sonrisa en los labios de una mayoría de catalanes.
Catalunya entra en un periodo de transacciones transversales con ella misma y, en consecuencia, con España y con Europa. La CUP pondrá condiciones muy estrictas para pactar una presidencia de la lista encabezada por Raül Romeva. Puede que una de ellas sea el nombre de la persona que será president. Pero la dificultad no está sólo en los políticos de los dos partidos que confeccionaron la lista electoral, Artur Mas y Oriol Junqueras. El problema no es de nombres, sino de programas, de contenidos y de modelo de país. Es cierto que la independencia es un denominador común que podría superar todos los escollos. Pero la historia demuestra, y las elecciones lo corroboran cada vez que se abren las urnas, que el país es muy plural, diverso y ni siquiera en una cuestión tan crucial existe una única manera de ver las cosas.
Visto con la perspectiva de diez días, se advierte que Artur Mas y sus colaboradores más próximos construyeron una candidatura que sólo contemplaba la independencia, sin concreciones sobre aspectos fundamentales para la gobernabilidad del país. Y se hizo a la greña con España y sin contar con Europa. El problema no es la independencia, sino si una mayoría de catalanes están en condiciones de soportar los costes y las cargas del periodo de transición que no sabemos si sería cosa de dos años o más.
Alex Salmond dimitió después de perder el referéndum de Escocia. Ahora forma parte de la mayoría de independentistas escoceses, 56 de 59, en el Parlamento de Westminster. El domingo insistió en que se puede hacer un referéndum en Catalunya siempre y cuando esté pactado y sea legal. No es lo que se ha hecho aquí.