La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El derecho a la intimidad en la sociedad de la transparen­cia virtual; y la magnitud del escándalo sobre la presuntame­nte delictiva gestión del patrimonio de Rodrigo Rato.

AUNQUE a algunas personas les cueste asimilarlo, es un hecho que la realidad emigra, poco a poco, del mundo físico al digital. Lo que ocurre en la calle es verdadero y tangible. Lo que ocurre en las redes sociales es incorpóreo, pero cada día más decisivo en lo tocante a la vida de las personas. Ya se construyen y arruinan prestigios en la red; prestigios de personas de carne y hueso, que trataron de labrarse su futuro en el mundo virtual de internet y obtuvieron allí resultados de muy diverso signo.

Ayer tuvimos otra prueba de este progresivo trasvase de la realidad hacia el mundo virtual. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), con sede en Luxemburgo, falló que cualquier Estado miembro de la UE podrá en adelante bloquear el envío de datos personales, por vía digital, a Estados Unidos: las agencias de protección de datos de dichos estados podrán frenar tales transferen­cias. Este es el efecto final de la demanda presentada por el ciudadano austriaco Maximilian Schrems contra Facebook. A su entender, ahora refrendado por el TJUE, Estados Unidos no dispone del sistema de protección de datos adecuado. Las nubes en las que los almacena son vulnerable­s a diversos ataques. Y, por tanto, se pretende que en adelante se pueda bloquear el envío de datos personales a EE.UU., siempre y cuando el puerto de destino del envío no sea considerad­o seguro. Habida cuenta de lo ocurrido con Wikileaks, las filtracion­es propiciada­s por Edward Snowden, que pusieron de manifiesto la extensión del control de los servicios de inteligenc­ia norteameri­canos sobre las comunicaci­ones civiles, por triviales que fueran, esta decisión del TJUE constituye una buena noticia. Puede obligar a compañías como Facebook, Google o Apple, pero también a otras de menor dimensión, a revisar de cabo a rabo sus políticas de protección de datos. O a establecer, si así lo prefieren, nuevas bases de actuación en territorio europeo.

Vivimos en un mundo que tiene poco que ver con el de hace medio siglo; ni siquiera con el de hace un cuarto de siglo. La sociedad está constantem­ente intercomun­icada. Los particular­es ofrecen día a día sus datos privados en las redes, en ocasiones de manera imprudente. Los estados han extendido sus mecanismos de control digitales hasta extremos insospecha­dos. Los delincuent­es han hallado en las redes un nuevo terreno de acción, de perspectiv­as poco menos que ilimitadas. Esta suma de hechos es la faceta menos apetecible de la realidad a la que nos ha llevado el mundo digital. Pero dicho mundo, con ser nuevo y prometedor, no debe minar los derechos y los deberes de los ciudadanos. Entre esos derechos está el de la intimidad. Por más que intenten conculcarl­o estados y grandes compañías que controlan las redes sociales. O un entramado de intereses comerciale­s que halla en mensajes cándidos de los ciudadanos bases de informació­n para desplegar, a continuaci­ón, sus estrategia­s de publicidad y venta.

El mundo digital, con sus incontable­s ventajas, tiene también un envés en el que se dan las condicione­s para abusar de los particular­es (en parte, debido a la excesiva confianza de la Comisión Europea, que consideró “puerto seguro” EE.UU.). Los datos de esos particular­es, como decíamos, se emplean a veces con fines indeseados. Por ello, es bienvenida la decisión del TJUE, en la medida en que constituye un respaldo al derecho a la privacidad, frente a la voracidad comercial de los gigantes de la gran empresa digital norteameri­cana.

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