La OTAN se irrita con Moscú
Stoltenberg ve premeditada la entrada de aviones rusos en el espacio turco
La Alianza Atlántica no ha podido ocultar su irritación por el desafío que ha supuesto la repetida violación del espacio aéreo de Turquía por parte de aviones rusos que tenían como misión atacar posiciones del grupo yihadista Estado Islámico en Siria, pero también, o sobre todo, bombardear a los grupos de la oposición moderada al régimen de Bashar el Asad, aliados de la coalición de más de 60 países que lidera Estados Unidos. De momento, la OTAN ha respondido al envite ruso sólo con palabras, pero la crispación va en aumento y en paralelo al movimiento de aviones de combate, al despliegue de la artillería y a un movimiento de tropas terrestres que conforma todos los ingredientes de una situación explosiva.
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, declaró en Bruselas que la penetración de aviones rusos en el espacio de soberanía turca “es una violación grave” y, de acuerdo con los datos suministrados por los servicios de inteligencia de la Alianza, se trata de una iniciativa premeditada. “No es un accidente y esto no puede volver a ocurrir”. En términos más duros se pronunció el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan: “La OTAN ha emitido un duro ultimátum. No podemos tolerar esto. Ha habido pasos que no deseamos y Turquía no puede aceptarlos... Nuestras buenas relaciones con Rusia eran obvias, pero se pueden perder... si Rusia pierde la amistad de Turquía perdería mucho”, informa Ricardo Ginés desde Estambul.
El ultimátum al que se refería Erdogan figura en el comunicado del Consejo Atlántico del lunes, en el que se condenan las incur- siones aéreas y se advierte del “peligro extremo de tal comportamiento irresponsable”. La OTAN emplazó a Rusia a “cesar y desistir” de estas violaciones y a “tomar todas las medidas necesarias para garantizar que tales violaciones no se produzcan en el futuro”.
Es obvio que la implicación de Rusia en la guerra de Siria está transformando el escenario béli- co, dado que los rusos combaten en el bando contrario de los aliados occidentales, lo que amenaza con prolongar el conflicto al impedir la caída de su aliado Bashar el Asad. Los servicios de inteligencia de los países occidentales han hecho sonar todas las alarmas ante la evidencia de que Rusia
irrumpa con tropas terrestres el escenario bélico para apuntalar al dictador. Por eso el Consejo Atlántico, antes de referirse a las violaciones rusas del espacio aéreo turco, expresó su “profunda preocupación” por “la escalada militar rusa en Siria y sobre todo por los ataques en Hama, Homs e Idlib ,que provocaron bajas civiles en vez de atacar posiciones del Estado Islámico”.
El Consejo Atlántico también emplazó a Rusia a cesar los ataques a la oposición moderada de Bashar el Asad, pero todo hace pensar que la estrategia rusa no va a cambiar, sino todo lo contrario. Los servicios de inteligencia estadounidenses han detectado que más de 600 soldados rusos ya se encuentran en territorio sirio dispuestos a entrar en combate. También han observado cerca de la base naval rusa de Latakia un campamento con capacidad para 2.000 soldados.
Desde el primer momento en que Vladímir Putin anunció la ofensiva rusa en Siria, el líder ruso aseguró que no enviaría tropas te- rrestres a combatir en Siria, pero la autorización parlamentaria de los ataques aéreos también incluye la posibilidad de una ofensiva terrestre si se considera necesario. Paralelamente, han surgido iniciativas de reclutamiento de voluntarios para combatir en Siria, obviamente para defender al régimen de Bashar el Asad. Es la misma táctica que utilizó Vladímir Putin para anexionarse Crimea.
El líder ruso está empeñado en recuperar la influencia global que tuvo la antigua Unión Soviética y ello implica mantener a toda costa la base naval de Tartus, en territo- rio sirio, la única base naval de que dispone ahora mismo Rusia más allá de sus fronteras y ubicada en un punto clave del mar Mediterráneo.
El único que hoy por hoy garantiza a Vladímir Putin el mantenimiento de la base de Turtus se llama Bashar el Asad. Si, como pretenden Estados Unidos y sus aliados, se propicia una transición política para cambiar de régimen, la alianza de Siria con Rusia, que se remonta a los viejos tiempos de Leónidas Breznev y Hafez el Asad, quedaría en suspenso y supondría una derrota para Putin difícil de digerir.