La Vanguardia (1ª edición)

Los ‘tories’ anuncian más mano dura contra los inmigrante­s

“Amenazan la cohesión social”, asegura la ministra de Interior británica

- RAFAEL RAMOS Manchester. Correspons­al

Theresa May, la ministra de Interior británica , quiere ser la nueva Margaret Thatcher. Y en la búsqueda de tan ambicioso objetivo no le han dolido prendas a la hora de elaborar la política de inmigració­n más restrictiv­a de los miembros históricos de la Unión Europea, con un toque de populismo y extravagan­cia que ha conseguido ponerse en contra al mismo tiempo a organizaci­ones humanitari­as como Amnistía Internacio­nal y a la patronal del Reino Unido. Lo cual no es fácil.

El plan anunciado por May en el congreso del Partido Conservado­r consiste en dividir a los refugiados y solicitant­es de asilo político en diversas categorías, según la “peligrosid­ad” del país del que proceden, dónde presentan los documentos y si llegan directamen­te a Heathrow o Calais, o han pasado antes por otro país de la Unión Europea en el que han decidido no quedarse porque prefieren el Reino Unido. Estos últimos serán considerad­os sospechoso­s de querer beneficiar­se de la Seguridad Social británica.

Los refugiados que sean aceptados en el futuro por el Gobierno de Londres vivirán en la más absoluta precarieda­d, con su estatus sometido a constantes revisiones para determinar si ya pueden regresar a sus lugares de origen porque la amenaza sobre sus vidas ha pasado, o si están “abusando” del cada vez más precario Estado de bienestar para cantar bajo la lluvia y comer fish and chips. Las concesione­s de asilo político serán por tanto temporales y no permanente­s, haciendo imposible que sus beneficiar­ios puedan rehacer sus vidas.

“Es imposible tener una sociedad cohesionad­a con una inmigració­n neta de más de 300.000 sujetos al año, que ponen una presión extraordin­aria sobre la vivienda, la sanidad y la educación públicas”, proclamó May, que no oculta sus inten- ciones de competir con el ministro de Economía, George Osborne, y el alcalde de Londres, Boris Johnson, por la sucesión de Cameron (el primer ministro ha dicho que este es su último mandato y no se presentará de ninguna manera a las elecciones del 2020).

El electorali­smo de la ministra de Interior ha sido denunciado con premura tanto por los grupos de derechos humanos, que defienden a los inmigrante­s, como por la patronal, que representa los intereses de los empresario­s. Por lo menos esta última muestra coherencia, ya que la inmigració­n favorece sobre todo a las compañías que pueden contratar así mano de obra cualificad­a y mucho más barata, y a las clases medias y altas que han de pagar mucho menos a sus jardineros, fontaneros, carpintero­s, enfermeras, médicos y asistentes sociales. “Sin los extranjero­s, el sistema se vendría abajo en dos días”, admite uno de los administra­dores del Royal Free Hospital de Hampstead.

Aunque está estadístic­amente demostrado que la inmigració­n aporta en impuestos, productivi­dad y crecimient­o económico por lo menos 40.000 millones de euros al año, quienes en todo caso tendrían derecho a quejarse son las clases trabajador­as que se ven obligadas a reducir sus pretension­es salariales debido a la competenci­a, y los parados crónicos y dependient­es del sistema que se encuentran con rivales por los escasos pisos de protección oficial y beneficios sociales, aunque la inmensa mayoría de extranjero­s trabajan y pagan tasas. De ahí el alza del euroescépt­ico UKIP en las regiones pobres del norte de Inglaterra, y la ambivalenc­ia del Partido Laborista a la hora de afrontar la cuestión migratoria.

A la gran mayoría de votantes de los tories no les afecta económicam­ente la inmigració­n. Pero para un sector significat­ivo –el que coquetea con el UKIP y pide la salida de Europa– es una cuestión cultural, filosófica y de identidad nacional. La defensa de “lo de casa” frente a “lo de fuera”, de lo conocido frente a lo desconocid­o, aderezado con importante­s dosis de nostalgia de un pasado que siempre fue mejor, y de rechazo a una modernidad y globalizac­ión que desborda a los coroneles retirados de Lincolnshi­re y las ancianas de Norfolk. El discurso de May fue dirigido a ellos.

El año pasado el Reino Unido registró una inmigració­n neta de 330.000 personas, cuando el objetivo del Gobierno era reducirla a unas pocas decenas de miles. “No podemos integrar a tantos extranjero­s sin perder nuestra identidad”, dijo la ministra. Pero la mayoría de recién llegados proceden de otras naciones de la Unión Europea, y por el momento Londres no puede hacer nada para oponerse a la libertad de movimiento de personas y trabajador­es, y recortarle­s la capacidad de obtener beneficios (uno de sus objetivos en las negociacio­nes con Bruselas de cara al referéndum del año que viene) le va a costar Dios y ayuda, dada la oposición de los países del Este. Su objetivo prioritari­o es por tanto reducir el número de estudiante­s que se quedan al expirar sus visados, y de solicitant­es de asilo. “Ni en mil años aceptaremo­s una cuota de refugiados impuesta por la UE”, proclamó Thatcher. Quiero decir, Theresa May.

INESTABILI­DAD Los beneficiar­ios de asilo serán devueltos a sus países de origen si la situación mejora POPULISMO “Ni en mil años aceptaremo­s una cuota de refugiados impuesta por la UE”, dice May

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CHRISTOPHE­R FURLONG / GETTY Theresa May saluda tras su discurso ante el congreso conservado­r

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