La Vanguardia (1ª edición)

Un preso sin suerte

Okunishi, el preso más longevo de Japón, falleció a los 89 años tras pasar 43 en el corredor de la muerte en espera de probar su inocencia

- Hong Kong. Correspons­al ISIDRE AMBRÓS

Masaru Okunishi fue un hombre al que nunca le sonrió la suerte. El preso más longevo de Japón falleció a los 89 años tras pasarse los últimos 43 de su vida en el corredor de la muerte a la espera de poder demostrar su inocencia. Expiró el domingo mientras la justicia nipona estudiaba su novena solicitud de un nuevo juicio.

Okunishi, que falleció de una neumonía en el hospital de una cárcel de Tokio, se fue a la tumba sin poder demostrar su inocencia de un crimen que se cometió en 1961 y por el que fue condenado a muerte en 1972. Desde aquella fecha hasta el pasado fin de semana luchó para intentar limpiar su nombre y su imagen. No lo logró.

Su caso tuvo un gran impacto mediático en el Japón de los años sesenta. Fue detenido en marzo de 1961, acusado de envenenar a 17 personas, de las que cinco murieron. Entre ellas, su mujer y su amante. La existencia de un triángulo amoroso, la falta de asistencia jurídica y el hecho de que los envenenami­entos masivos no eran inusuales en el Japón de la posguerra jugaron en su contra, según la prensa local.

Okunishi tenía 35 años cuando le detuvieron en Kuzuo, una barriada de la ciudad de Nabari (centro del país). Le acusaron de introducir un potente pesticida en unas botellas de vino que había llevado a una fiesta popular y que provocó la muerte de cinco mujeres, en tanto que otras doce resultaron intoxicada­s de gravedad. Los hombres se salvaron porque sólo bebieron sake.

Tras cinco días de interrogat­orios y sin presencia de abogado, la policía le extrajo una confesión y Okunishi fue acusado formalment­e de homicidio, según Amnistía Internacio­nal. Concentró todas las sospechas al ser el único supervivie­nte de un triángulo amoroso.

No hubo más pruebas que confirmara­n que era el asesino. Los análisis revelaron que el vino contenía productos químicos, pero nada ni nadie demostró que Okunishi hiciera la mezcla. Más tarde se retractó de su confesión y dijo que la había hecho bajo coacción.

En 1964, un tribunal de distrito lo absolvió por falta de pruebas. Sin embargo, cinco años después, una instancia superior de Nagoya lo condenó a morir en la horca, sentencia que el Supremo ratificó en 1972.

Desde aquel día, Okunishi lu- chó por su inocencia. Quería reparar el daño que había hecho a su familia. Sufría al pensar que su hijo, que por entonces iba a la escuela secundaria, se había visto obligado a abandonar el pueblo, porque la gente lo insultaba por ser el hijo de un asesino.

A lo largo de 43 años, aislado en el corredor de la muerte de una prisión en Nagoya, pidió varias veces la revisión del juicio. Lo logró en el 2005, pero el proceso quedó anulado tras una protesta de la Fiscalía. Posteriorm­ente, en el 2011, el tribunal de Nagoya or- denó unas pruebas químicas para decidir si abría un nuevo juicio, pero cuatro años después aún no se ha convocado el proceso.

A Okunishi las fuerzas para vivir se le escaparon en el 2010, cuando le anunciaron la muerte de su hijo, sugiere Japan Times. Dos años después, en el 2012, desarrolló una neumonía y fue trasladado a una prisión médica en Tokio, donde falleció el domingo, sin ni siquiera haber logrado que se convocara la fecha de la revisión de su caso. Un sumario que ahora se cerrará definitiva­mente.

Fue acusado, sin pruebas, de matar con veneno a cinco mujeres, entre ellas, su esposa y su amante

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THE ASAHI SHIMBUN / GETTY Miyoko Oka, hermana del preso, llegando el domingo a la cárcel

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