La Vanguardia (1ª edición)

El caso Rato

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SI bien las medidas cautelares dictadas por el juez Antonio Serrano-Artal contra Rodrigo Rato han sido mínimas, limitadas a la retirada del pasaporte y a la obligación de presentars­e una vez al mes en el juzgado, permiten sospechar que ha habido indicios suficiente­s en las acusacione­s que pesan sobre él para justificar la adopción de esas medidas.

Aun respetando la presunción de inocencia, los turbios manejos financiero­s de Rodrigo Rato, con la compleja trama de sociedades interpuest­as para la gestión de sus negocios y para el cobro de comisiones, no son dignos de una persona que ha sido responsabl­e durante largos años –entre 1996 y 2004– de la economía y la hacienda de España, que ha dirigido el Fondo Monetario Internacio­nal y a quien se confió la gestión de una entidad financiera tan importante como Bankia, que por cierto fue a la quiebra –la mayor de la historia española– bajo su mandato.

Cuesta creer que tantas sospechas de irregulari­dades económicas, estafas y fraudes recaigan en un personaje del nivel que tuvo Rodrigo Rato, pero lo cierto es que, a la espera de las sentencias definitiva­s, las acusacione­s se acumulan contra él en los juzgados. Ayer declaró como imputado por presunto fraude fiscal, blan- queo de capitales, delito fiscal y corrupción entre particular­es, como resultado de las sospechas de haber cobrado comisiones irregulare­s millonaria­s a cambio de la concesión de los contratos de publicidad de Bankia, caso por el que una persona implicada en estas operacione­s ya está en prisión. Por este hecho, además de las citadas medidas cautelares, el mismo tribunal madrileño ordenó el embargo de sus bienes, al no haber satisfecho la fianza que se le impuso.

Además de este caso de las comisiones irregulare­s por la publicidad de Bankia, está imputado en la Audiencia Nacional por un presunto fraude sobre la salida a bolsa de dicha entidad financiera en el 2011 y también por el supuesto uso indebido de tarjetas de crédito con cargo a la misma entidad.

Con independen­cia de las sentencias que se dicten en su día, el daño que Rodrigo Rato ha causado al prestigio de las élites políticas y económicas españolas, al igual que la alarma social creada entre la ciudadanía, a los que se ha de añadir el perjuicio ocasionado por otros sonoros casos, como el de la trama Gürtel, es un hecho que ya no tiene remedio. Lo único que cabe esperar a partir de ahora es que las investigac­iones judiciales se aceleren y lleguen hasta el fondo. La defensa de la ética de los servidores públicos así lo exige.

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