Hablemos entre nosotros
Estamos abocados a una peligrosa fractura social en Catalunya o, por el contrario, aún estamos a tiempo de evitarla? ¿Todavía es posible mantener una conversación compatible con las diferentes preferencias ideológicas y opciones políticas que tengamos cada uno de nosotros? Si es posible, ¿cuáles son los espacios donde llevarla a cabo, y cuáles deberían ser los contenidos?
Antes de dar una respuesta a esas cuestiones necesitamos ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por fractura social. En mi caso, diferencio este término del de división de preferencias sociales y del de polarización política. De hecho, podemos imaginar una sociedad con una fuerte polarización política en la distribución del voto y con unas preferencias sociales muy diferenciadas respecto a cuestiones como religión, divorcio, aborto, educación o lengua donde, sin embargo, no exista fractura.
Pero este tipo de sociedades pluralistas son como el trencadís de Gaudí, necesitan un pegamento que mantenga unidas a sus diferentes partes. Si ese pegamento se seca, el trencadís de la sociedad plural se fractura y se rompe.
¿Cuál es el pegamento que evita la fractura? A mi juicio, la capacidad de una sociedad para mantener una conversación común sobre los fundamentos básicos del orden social y las reglas de la convivencia cívica. En mi análisis, la idea de fractura está más relacionada con los contenidos de esa conversación que con el voto electoral.
Conversar no es sólo hablar o debatir. Conversar significa escuchar al otro no para rebatirlo, sino con el ánimo de comprender sus preferencias y argumentos. Conversar supone complicidad y predisposición a llegar a arreglos de convivencia.
Volvamos ahora a la pregunta inicial. ¿Por qué nos preguntamos si hay fractura social en Catalunya? Porque tenemos miedo de que esa conversación común esté desapareciendo. Sabemos que sería de- vastador para la convivencia y el progreso económico. Pero la solución no es convertir esa idea en un tabú. Al contrario, hemos de mantener esa cuestión dentro de la conversación cívica.
Los resultados de las elecciones autónomas del 27 de septiembre hablan de una gran pluralidad política. No hay polarización, al margen de que se quiera leer sus resultados en términos plebiscitarios. Hasta me atrevo a decir que hay pluralidad en ambos polos. Algo que queda reflejado en la dificultad que hay ahora para formar gobierno.
Pero esas elecciones no nos dicen qué está pasando con la conversación civil. No hay estadísticas sobre esta cuestión. Una forma de aproximarnos es preguntándo- nos qué está ocurriendo en la conversación que mantenemos en los entornos familiares, de amistad, laborales o asociativos en los que nos movemos. Cuantos más temas estemos excluyendo, más líneas de fractura social tendremos.
A mi juicio, Catalunya es hoy una sociedad tensa y expectante, pero no está fracturada de forma irreversible. Estamos a tiempo de evitarlo. Hay margen. Aun cuando se hable de dos bloques –el del sí y el del no– se reconoce que existe una gran pluralidad dentro de ellos. Como ocurrió con el catalanismo político, el proceso catalán tiene suficientes grados de ambigüe- dad como para permitir arreglos de convivencia que eviten la fractura.
¿Cuáles deberían ser los contenidos de esa conversación común? A mi juicio, no tanto las políticas, que es el ámbito propio de los partidos y las elecciones, como el debate racional sobre las reglas de la convivencia cívica. Cuanto más diferentes son nuestras preferencias, más esfuerzo tenemos que hacer para ponernos de acuerdo en las reglas que utilizamos para tomar decisiones sociales. Ese debate racional requiere coraje cívico para no dejarse vencer por la acusación del discurso del miedo.
Y ¿cuáles son los ámbitos en los que tendríamos que desarrollar esa conversación? En principio en todos, incluido el familiar y el de los amigos. Pero especialmente en los ámbitos asociativos y en los medios de comunicación. Es importante mantener asociaciones con fuerte grado de transversalidad y lealtad interna entre sus miembros para ser capaces de conversar sin fractura. Y es muy importante también tener medios de comunicación que sepan conciliar sus preferencias ideológicas con la práctica de la conversación plural.
En un tiempo de preferencias ideológicas muy diferenciadas y de polarización política puede parecer ingenuo proponer que el camino para evitar la fractura sea que hablemos entre nosotros. Pero esa conversación es el camino para encontrar arreglos que permitan la convivencia durante un tiempo, a la espera de que las generaciones jóvenes y futuras vuelvan a encontrar sus propios arreglos.
La convivencia civil no es una ecuación matemática que tenga una única solución permanente; es un proceso dinámico que hay que gestionar mediante arreglos temporales en los que la conversación cívica tiene un papel irreemplazable. El influyente economista y politólogo Albert O. Hirschman publicó hace años un sugerente ensayo con el título de Salida, voz y lealtad, en el que defendía las virtudes de la voz, de la conversación, para restaurar las líneas de fractura de las organizaciones y de los países. Su lectura es muy útil hoy para analizar el problema catalán.