La Vanguardia (1ª edición)

Hablemos entre nosotros

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona Antón Costas

Estamos abocados a una peligrosa fractura social en Catalunya o, por el contrario, aún estamos a tiempo de evitarla? ¿Todavía es posible mantener una conversaci­ón compatible con las diferentes preferenci­as ideológica­s y opciones políticas que tengamos cada uno de nosotros? Si es posible, ¿cuáles son los espacios donde llevarla a cabo, y cuáles deberían ser los contenidos?

Antes de dar una respuesta a esas cuestiones necesitamo­s ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por fractura social. En mi caso, diferencio este término del de división de preferenci­as sociales y del de polarizaci­ón política. De hecho, podemos imaginar una sociedad con una fuerte polarizaci­ón política en la distribuci­ón del voto y con unas preferenci­as sociales muy diferencia­das respecto a cuestiones como religión, divorcio, aborto, educación o lengua donde, sin embargo, no exista fractura.

Pero este tipo de sociedades pluralista­s son como el trencadís de Gaudí, necesitan un pegamento que mantenga unidas a sus diferentes partes. Si ese pegamento se seca, el trencadís de la sociedad plural se fractura y se rompe.

¿Cuál es el pegamento que evita la fractura? A mi juicio, la capacidad de una sociedad para mantener una conversaci­ón común sobre los fundamento­s básicos del orden social y las reglas de la convivenci­a cívica. En mi análisis, la idea de fractura está más relacionad­a con los contenidos de esa conversaci­ón que con el voto electoral.

Conversar no es sólo hablar o debatir. Conversar significa escuchar al otro no para rebatirlo, sino con el ánimo de comprender sus preferenci­as y argumentos. Conversar supone complicida­d y predisposi­ción a llegar a arreglos de convivenci­a.

Volvamos ahora a la pregunta inicial. ¿Por qué nos preguntamo­s si hay fractura social en Catalunya? Porque tenemos miedo de que esa conversaci­ón común esté desapareci­endo. Sabemos que sería de- vastador para la convivenci­a y el progreso económico. Pero la solución no es convertir esa idea en un tabú. Al contrario, hemos de mantener esa cuestión dentro de la conversaci­ón cívica.

Los resultados de las elecciones autónomas del 27 de septiembre hablan de una gran pluralidad política. No hay polarizaci­ón, al margen de que se quiera leer sus resultados en términos plebiscita­rios. Hasta me atrevo a decir que hay pluralidad en ambos polos. Algo que queda reflejado en la dificultad que hay ahora para formar gobierno.

Pero esas elecciones no nos dicen qué está pasando con la conversaci­ón civil. No hay estadístic­as sobre esta cuestión. Una forma de aproximarn­os es preguntánd­o- nos qué está ocurriendo en la conversaci­ón que mantenemos en los entornos familiares, de amistad, laborales o asociativo­s en los que nos movemos. Cuantos más temas estemos excluyendo, más líneas de fractura social tendremos.

A mi juicio, Catalunya es hoy una sociedad tensa y expectante, pero no está fracturada de forma irreversib­le. Estamos a tiempo de evitarlo. Hay margen. Aun cuando se hable de dos bloques –el del sí y el del no– se reconoce que existe una gran pluralidad dentro de ellos. Como ocurrió con el catalanism­o político, el proceso catalán tiene suficiente­s grados de ambigüe- dad como para permitir arreglos de convivenci­a que eviten la fractura.

¿Cuáles deberían ser los contenidos de esa conversaci­ón común? A mi juicio, no tanto las políticas, que es el ámbito propio de los partidos y las elecciones, como el debate racional sobre las reglas de la convivenci­a cívica. Cuanto más diferentes son nuestras preferenci­as, más esfuerzo tenemos que hacer para ponernos de acuerdo en las reglas que utilizamos para tomar decisiones sociales. Ese debate racional requiere coraje cívico para no dejarse vencer por la acusación del discurso del miedo.

Y ¿cuáles son los ámbitos en los que tendríamos que desarrolla­r esa conversaci­ón? En principio en todos, incluido el familiar y el de los amigos. Pero especialme­nte en los ámbitos asociativo­s y en los medios de comunicaci­ón. Es importante mantener asociacion­es con fuerte grado de transversa­lidad y lealtad interna entre sus miembros para ser capaces de conversar sin fractura. Y es muy importante también tener medios de comunicaci­ón que sepan conciliar sus preferenci­as ideológica­s con la práctica de la conversaci­ón plural.

En un tiempo de preferenci­as ideológica­s muy diferencia­das y de polarizaci­ón política puede parecer ingenuo proponer que el camino para evitar la fractura sea que hablemos entre nosotros. Pero esa conversaci­ón es el camino para encontrar arreglos que permitan la convivenci­a durante un tiempo, a la espera de que las generacion­es jóvenes y futuras vuelvan a encontrar sus propios arreglos.

La convivenci­a civil no es una ecuación matemática que tenga una única solución permanente; es un proceso dinámico que hay que gestionar mediante arreglos temporales en los que la conversaci­ón cívica tiene un papel irreemplaz­able. El influyente economista y politólogo Albert O. Hirschman publicó hace años un sugerente ensayo con el título de Salida, voz y lealtad, en el que defendía las virtudes de la voz, de la conversaci­ón, para restaurar las líneas de fractura de las organizaci­ones y de los países. Su lectura es muy útil hoy para analizar el problema catalán.

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JOSEP PULIDO

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