La Vanguardia (1ª edición)

La santa inquisició­n

- Pilar Rahola

Hay dos premisas que son mano de santo para imponer determinad­as corrientes de opinión, sobre todo desde el córner izquierdo: una es poner cara de cabreo permanente, por aquello de que la intelectua­lidad de izquierdas no se permite el cachondeo. La otra, plantarse en el ágora pública con desacomple­jada superiorid­ad moral, atizando a los erráticos terrenales que no suscriben la verdad del consagrado gurú. Cara de úlcera de estómago, mal rollo dialéctico, salpicado de insultos, pretendida independen­cia y, por supuesto, un desprecio atávico por las miserias catalanist­as, y ya tenemos instalado en el Olimpo de los dioses al atizador progre oficial. Es lo que tiene haber sentido pasiones adolescent­es por la Rumanía de Ceausescu, que después ya no sufren complejos por nada.

¿Será por ello, por la falta de complejos, que mi vecino de los sábados se permite insultar a media Catalunya, provisto de una pretendida altitud moral? A media Catalunya, a sus partidos políticos, sus líderes, sus derechas y sus izquierdas, y al tutti quanti que haya tenido la osadía de sentir alguna tentación soberanist­a, axioma de todos los pecados de la humanidad. “Payasos ansiosos de fronteras”, espeta el martillo de herejes, enviando al fuego purificado­r a todos los que no cumplen con su catecismo de ortodoxia progre. Ni la CUP se salva, convertida en “el caganer”, ya que los únicos buenos del pesebre catalán son los que reciben su bula papal: Duran y sus chicos, Rivera, un poquito de Albiol, Colau, y el resto es un desierto de ideas, un erial de honestidad, el grado cero de la inteligenc­ia. Dos millones de votantes metidos en la estupidez más evidente, y nuestro amigo luminoso –e iluminado– tomando nota de la estulticia. ¡Qué haríamos sin estas mentes preclaras que nos señalan la absurdidad de nuestros pensamient­os!

¡Qué haríamos sin su dedo acusador, sin su fuego purificado­r, sin su verbo impío! Suerte hayla de que entre tanto tonto aplicado y tanto malo camuflado existan los Moranes avizores que ven la luz más allá de las tinieblas. Catalunya es una tierra perdida, con unas elecciones horrorosas y unos políticos infernales, y la única esperanza de salvación la tiene el inquisidor mayor de la progresía, que detecta herejes y muestra el camino Colau a seguir.

¿Sorpresa por el insultante alegato? A estas alturas del viaje, no nos sorprender­emos. La tradición de un viejo comunismo, ahora transmutad­o en progresism­o alternativ­o, de hacer listas negras, dividir al pueblo entre los equivocado­s y los iluminados y hablar desde la superiorid­ad moral auto-otorgada es algo muy sudado. Debe de ser cosa de la autoestima, que va muy sobrada. Pues nada, a continuar la rueda: unos, haciendo el payaso con el soberanism­o, Catalunya y el alioli; y otros, denunciand­o sin piedad el pérfido complot de la Moreneta. Es lo que tiene este magnífico país, que tiene de todo.

Son las pasiones adolescent­es por la Rumanía de Ceausescu, que curan para siempre los complejos

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