Buenos y malos ejemplos
Que tu ejemplo produzca en los demás una influencia civilizadora es una descripción de la ejemplaridad, en la siempre sugerente lectura del filósofo Javier Gomá, que, además, nos recuerda que va más allá del estricto cumplimiento de la ley.
Y como el respeto a la ley, a su letra y a los principios que le dan sentido, dejaría en blanco casi todos los titulares escandalosos de personas con relieve público, permítanme una divagación sobre la que pudiera ser contribución a la ejemplaridad de quienes, enarbolando la bandera anticorrupción, han franqueado las puertas de parlamentos y consistorios. También de aquellos electos por las fuerzas políticas tradicionales que jamás han transgredido la ley.
En un Estado de derecho no se puede escoger qué parte del ordenamiento cumplir, aunque se pueda combatir a través de sus procedimientos si se considera injusto. Por eso, me parece un camino equivocado infringir las normas sobre símbolos estatales con que algunos de los nuevos ediles se han estrenado, recomenzando viejas guerras de banderas y retratos.
Los insultos de palabra, o de obra, a otros representantes, que tampoco son nuevos, evidencian una falta de respeto a estos y a quienes les han votado que, además, mina las bases de una convivencia civilizada. Son precisamente esas acciones las que son no ejemplares, estén prohibidas o no por el reglamento aplicable.
Finalmente, una consideración sobre el código de vestir por parte de alguien que no es, y mi esposa puede confirmarlo, árbitro de la elegancia. La vestimenta es una construcción social que, en los ámbitos donde se desarrollan actividades en común, se sujeta en cada momento histórico a unas convenciones. Así, en el club reformista de Londres fundado en 1836 para impulsar la ampliación del voto, la exigencia habitual de chaqueta y corbata se relaja en determinadas horas y lugares; pero las chancletas y las T-shirts están prohibidas siempre.
Modales en la conversación y modales en los usos del vestir son pautas de comportamiento que permiten una mejor relación con nuestros conciudadanos. Tal vez podamos concluir que, si a cumplir las leyes añadimos practicar la urbanidad, ganaríamos en ejemplaridad y bienestar.