¡Qué manía con “la calle es mía”!
No es cachondeo ni ganas de ofender a nadie: estoy contento de que el día 15 de octubre –declaración de Artur Mas– me pille fuera de Catalunya, como ya me sucedió con la Diada.
¿Ya empezamos? No. Esto va para largo, hemos votado en clave de plebiscito –el soberanismo no alcanzó el 50%, keep calm– y está claro que hay que negociar. Después de una votación tan elocuente, ¿no podríamos recobrar una vida normal?
Uno ni pide ni espera que el soberanismo se recluya en el palacio de invierno. Pero ¿acaso no nos hemos contado y sale un empate que invita a la relajación? Digo esto porque se intuye la dimensión que adquirirá la declaración del president Mas. Imagino las adhesiones, la multitud y el Telenotícies (suerte que ese día los niños tienen clase). Y el paralelismo de Mas con Lluís Companys (y no con La vida de Brian, vean y se sorprenderán). Tiene guasa, pero la siguiente fecha grande –el 20 de diciembre– es la del aniversario del asesinato de Carrero Blanco: a este país siempre le ha sobrado historia de mal gusto.
No sé si soy estúpido, pero tengo la certeza de que el trámite judicial es un regalo para Artur Mas que los suyos piensan disfrutar. Fatiga esta inercia de “la calle es mía” cuando se ha votado y mucho y la solución no está, precisamente, en la calle, ni en la historia, como si el día a día de Catalunya estuviera condenado a ser puro Cecil B. De Mille o el coro de los esclavos del Nabucco (¡ya he leído y escuchado paralelismos con la opresión de los catalanes, bueno de la mitad!).
Nadie espera que media Catalunya se guarde sus opiniones ni renuncie a nada. Algunos agradeceríamos que el pulso ciudadano no siga dominado por la épica, los debates ya dirimidos en las urnas y las tonterías. Porque tonterías hemos dicho todos muchas. ¿Es imprescindible seguir ganando la calle cuando no has ganado tu plebiscito en las urnas?
La otra noche, entre copas, una alta funcionaria de la Generalitat contaba lo que cualquiera intuye: la provisionalidad debilita la Administración. Meses y meses de incertidumbre y aparcar decisiones dejan la sensación de que es imposible planificar la gestión y las cuentas de Catalunya. No hay país, reino ni empresa que pueda funcionar así. Por supuesto, los portavoces subvencionados y la corrección alegarán que se trabaja igual o incluso mejor con este desgobierno...
Desde el minuto cero, uno ha defendido que si las cifras lo avalaban –ahora sí–, Catalunya tenía todo el derecho a un referéndum. Pactado, claro (lo contrario sería otra costellada democrática). Pero al soberanismo le ha sobrado impaciencia –tenía que ser ya– y cierta arrogancia de adolescente que amenaza con irse de casa y luego no tiene adónde ir, aunque hable inglés y los padres no.
Igual tengo suerte y el 15 es la última jornada histórica del 2015.
Fatiga esta inercia de tomar la calle: se ha votado y la salida ya no está, precisamente, en la calle