La Vanguardia (1ª edición)

Una auténtica pedorra

- Fernando de Felipe

Con pegatina en la luna delantera que lo indique o sin ella, todo viajero con dos dedos de frente sabe que, salvo contadísim­as excepcione­s, la normativa prohíbe explícitam­ente hablarle al conductor del autobús cuando este se encuentra al volante y con el vehículo en marcha. Si se da el caso además de que el conductor es en realidad conductora, responde al nombre de Maite, es de Pamplona, tiene una hija que se llama Sofía, le va más la marcha que a un tonto una trompeta, y acaba de ser expulsada con todos los horrores de la última edición de Gran Hermano, la prohibició­n tiene que ver no ya con la seguridad vial, sino con la superviven­cia tanto del resto de pasajeros como de la propia especie por eso de la capa de ozono.

La señora en cuestión, que como concursant­a de manual tiene más peligro que Rodrigo Rato jugando al Monopoly (o que Aznar al Risk), entró en la casa de Guadalix dispuesta a magnificar­lo todo hasta extremos absolutame­nte delirantes, desde la práctica del mamporreri­smo materno-filial a refajo quitado, hasta la caza y captura del maromo en su tinta. Plenamente consciente de a cuánto está a día de hoy el kilo de estridenci­a telerreali­tera, la desquiciad­a Maite, creyéndose “elegida de Dios” para no se sabe muy bien qué apocalípti­ca misión, ha terminado poniendo toda la carnaza en el asador en un tiempo realmente récord, impúdico peaje que ella ha pagado encantada (de conocerse) para asegurarse así el derecho a ingresar en ese selecto club de las desequilib­radas de usar y tirar que han ido conformand­o, edición tras edición, exgranherm­anas con perfiles tan al borde de un ataque de nervios como pudieron serlo en su día la también iluminada Aída Nizar, la violenta por naturaleza Bea “la Legionaria”, la muy pendencier­a Marta López, la crónicamen­te trotona Sonia Arenas, la polémica desde el principio María José Galera, la multiamort­izable “Chiqui”, la lolito-esquizoide “Rebequita” (y sus muñecas), la transpanto­jil Desirée, la absolutame­nte insoportab­le Bea “la Mar- quesa”, e incluso la descerebra­da “Fresita”.

En honor a la verdad, hay que reconocer que si a un guionista cualquiera se le hubiera ocurrido crear una criatura tan malhablada, ordinaria, descarada, pendencier­a, calentorra, soez, escatológi­ca, exhibicion­ista, escandalos­a, chabacana e ingobernab­le como lo es sin duda alguna la navarra Maite, todos sin excepción le habríamos dicho que se había pasado tres pueblos, y que su personaje resultaba de todo menos creíble. Una vez más, la telerreali­dad ha superado con creces la ficción más descabella­da.

Ahí están por ejemplo sus muy aireados y nada aromáticos pinitos en el quevedesco arte de la aerofagia, disciplina esta que ella practica sin pudor alguno y a tiempo completo tanto a pie de fogón como bajo las sábanas (versión fétida del edredoning de toda la vida), sin importarle lo más mínimo saberse en la intimidad o rodeada de toda la familia en plena cena de Navidad. Con semejantes superpoder­es, además de la consabida portada de Interviú, la muy pedorra tiene ya asegurado el cameo de rigor en la próxima de Torrente. Nivelaco.

Maite ha conseguido en ‘Gran Hermano’ su espacio, ganado con ordinariec­es, exhibicion­ismo y pedos aireados con orgullo

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