Cuatro vecinos irlandeses de Barcelona
Los fans aguardan durante horas, con poco éxito, a que los miembros de U2 salgan del hotel
Cuando en 2009 el grupo irlandés U2 decidió comenzar en Barcelona su 360º Tour, eso supuso que sus integrantes prácticamente tuvieran la capital catalana como centro de operaciones durante más de tres semanas. Más o menos celosos guardianes de su intimidad, la presencia de sus diferentes integrantes en pinacotecas, museos o restaurantes de o en torno a Barcelona no fueron excepcionales (Fundació Miró, restaurantes Hispania o Passadís d’en Pep, bares como La Plata o el Opium) . “Pretender que eso ahora vuelva a ocurrir es prácticamente imposible”, advierte Xavier Balart, conocedor de la banda casi al milímetro y autor del oportunísimo U2 en España.
El hecho de que la única parada española de su actual iNNOCENCE + eXPERIENCE Tour sea Barcelona había despertado desde hace días ruido y polvareda sobre el calendario y el plan de actividades de sus miembros. El mutismo oficial de los promotores no había sido óbice para que desde hacía unas cuantas jornadas los aficionados interesados supieran que el grupo permanecería en Barcelona la semana entera para cubrir los conciertos previstos (después del de anoche, quedan por celebrarse los del viernes y sábados próximos en el Palau Sant Jordi). Con la base de operaciones logísticas de descanso y reposo en el hotel Arts, Larry Mullen, Bono, The Edge y Adam Clayton se han desplazado a la capital catalana, aunque en el mencionado establecimiento hotelero de lujo ayer evitaron confirmar o desmentir su presencia. Las medidas de seguridad y control, eso sí, eran ayer notablemente más evidentes.
Sí ha trascendido que Bono llego el pasado lunes –día del primer concierto– a las tres y media de la tarde al aeropuerto de El Prat, y que desde allí se desplazó directamente al Palau Sant Jordi para hacer la preceptiva prueba de sonido con sus compañeros, hasta las seis y media. Mullen, The Edge y Clayton, en cambio, habrían llegado al hotel Arts el día anterior acompañados de sus familias y de allí no salieron aparentemen- te hasta el día siguiente.
Quien sigue como buena admiradora, perseverante vigilanta y entregada fan los más mínimos movimientos en torno al hotel es la barcelonesa Ariadna Zorrilla, que además es bajista del grupo de tributo Red Rocks (que aprovechará la coyuntura para dar un concierto mañana en la sala Les Enfants a las 21.30 h). Devota fan sin horario, lleva desde hace dos días frente al hotel –excepto, lógicamente, durante los conciertos– y certificaba ayer a las cinco de la tarde que el movimiento de entradas y salidas de sus ídolos había sido mínimo. Otros encalleci-
dos aficionados allí apostados, algunos de ellos con conexión directa con colegas apostados ante el Palau Sant Jordi por si se producía alguna novedad, como Jordi Mercader o José Luis Martínez, confiaban con expresión un punto escéptica en que sus motivos de adoración dieran señales de vida, además de coincidir en que en estos menesteres de empatía social el menos proclive con diferencia es el batería Larry Mullen. Todos ellos, sin embargo, también coincidían en su superlativa opinión sobre el primer concierto.
Quien sí había dado muestras de vida por Barcelona, siempre vía redes sociales, fue ayer Bono, primero colgando en Instagram una imagen suya con una pared blanca de fondo en donde apare- cía una especie de lagartija azulada, y a la hora de comer, con un tuit en donde se asomaba sonriente con un ejemplar de la revista Metropolitan entrando en un local situado en la confluencia del Moll de la Fusta con el comienzo de la Via Laietana. Y es que como ya proclamó en el concierto del lunes, la banda siente una predilección por la ciudad por su estrecha relación con el arte y la cultura, “por lo que nos encontramos muy a gusto en ella”. Y nada mejor que predicar con el ejemplo.