El fútbol como religión

JOHN Carlin escribió que si el fútbol es una religión, la FIFA es su Vaticano. Y, como en el Vaticano, los procesos de toma de decisiones que inciden en los corazones de cientos de millones de personas son opacos y medievales. Carlin concluye que es comprensible que esto ocurra en la Santa Sede, pues trata del más allá, pero en la FIFA, que se ocupa del más acá, resulta una tomadura de pelo. Desde que el papa Francisco ocupó la cátedra de San Pedro las cosas han cambiado y se ha hecho un esfuerzo de transparencia y comunicación para que la Iglesia católica resulte más cercana y comprensiva. Pero en la FIFA, desde que manda Joseph Blatter, las denuncias de corrupción se han ido acumulando en la mesa presidencial, mientras la cúpula de este organismo se cerraba como una ostra, en un ejercicio de opacidad y silencio vergonzante. Blatter ya no puede salir de Suiza porque corre el peligro de acabar encarcelado. La justicia estadounidense está haciendo la limpieza que no se atreven a llevar a cabo los clubs, no sea que acaben perjudicados por la todopoderosa organización. La comisión de ética de la FIFA ha acabado por exigir la suspensión por tres meses de su presidente y ha situado en el disparadero a Michel Platini, máximo responsable de la UEFA, que aspiraba a sucederle. Los patrocinadores del mundo del fútbol (Coca-Cola, Visa, Budweiser y McDonald’s) han tenido un papel clave en esta operación, pues temen que el fútbol acabe tan manchado como el ciclismo y ello revierta negativamente en las multinacionales que le dan soporte internacional.

Es cómico que el responsable de la comisión de ética acabe siendo separado de la FIFA por su actuación inmoral. Es una vergüenza cómo Rusia y Qatar han conseguido los Mundiales del 2018 y 2022. Es una indignidad cómo el mundo del fútbol ha mirado para otro lado. Harían bien los rectores de la religión del fútbol en ponerse a rezar ante lo que les viene encima. Al menos mantendrán su alma serena.